El Carlismo: el camino coherente para la Hispanidad

IX Cabalgata por la Hispanidad. Agencia FARO

El creciente interés por la tradición hispánica en España e Hispanoamérica es un fenómeno digno de atención. De entrada, nos regocijamos porque cada vez son menos los que ven como quijotesca la intención de reivindicar la llamada «madre patria» que no es sino la patria auténtica, la patria que reconoce a Dios como su principio y su fin.

Los distintos movimientos que podríamos denominar hispanistas (porque no hay un solo hispanismo) comparten la reivindicación de la cultura común de los territorios hechos suyos alguna vez por la corona española, y lo que supuso el encuentro de dos mundos. Generalmente, los hispanistas comienzan a serlo por su valoración por la cultura o por su admiración por las hazañas históricas de los reinos hispánicos. No es algo propiamente malo tener en aprecio la cultura común de los actuales países hispanos, tal como observó el propio Ramiro de Maeztu durante su estancia como diplomático en Argentina.

Pero el propio de Maeztu concluiría que el principio de España es de orden espiritual, una vocación misionera de la fe católica. La Hispanidad no radica en obscuridades protoplásmicas, sino en el habla y en el credo. Algo similar sostenía Menéndez Pelayo sobre la grandeza de España, llegando incluso a sentenciar que, en caso de que faltasen, España se balcanizaría. «España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vetones o de los reyes de taifas». Los siglos venideros le darían la razón a Menéndez Pelayo.

El riesgo de una «Hispanidad» sin su elemento espiritual significaría repetir los errores de la mentalidad renacentista: perseguir una grandeza terrena y perecedera. Y esto no es lo que constituye a las Españas. Más bien, España se erigió como bastión frente a Europa. Los reyes y caudillos de distintos países europeos acumulaban poder de forma mundana y no dudaron en hacerle la guerra a los últimos reductos de la Cristiandad, que fueron España y los Estados Pontificios.

Y el Carlismo, como Causa de la dinastía legítima que combatió por su derecho a reinar, alza también la bandera en cuyo seno se resguardó el tradicionalismo político español. Sus príncipes y reyes fueron decididos defensores de España contra el liberalismo en expansión. El Carlismo, es por tanto la continuidad de lo que España realmente es. Si queremos preservar y transmitir el contenido y la esencia de lo español, no podemos mirar al nacionalismo, que afirma que «pueblo español hay sólo uno» mientras ignora la multiplicidad de los pueblos que conforman las Españas, así como las costumbres propias y los fueros que emanaron de ellas.

¿Recordamos nuestra cultura común por una simple nostalgia o simplemente intentamos como hizo otrora el mundo pagano, soñar con cortar un nudo gordiano y hacer grandes imperios por alabar la grandeza y la hegemonía en sí mismos? ¿Seguiremos repitiendo el mantra de «cuando éramos invencibles»? Aquello implicaría ignorar la tradición política de las Españas, y dejar la puerta abierta a los planteamientos de especímenes tan extraños y diversos ideológicamente como lo son Santiago Armesilla ó Miguel Anxo Bastos. Afirmar que se puede ser «hispanista y socialista», «hispanista y liberal», «hispanista y paleolibertario» es convertir el concepto de hispanista en algo que distinto la preservación del núcleo y la esencia de España.

En el marco de estas reivindicaciones, toca hablar de Felipe «VI» y sus visitas a Hispanoamérica. La opinión pública en Hispanoamérica es, con justa razón, mayormente negativa hacia él y hacia Juan Carlos. Sentados sin ningún derecho en el trono, han logrado desprestigiar incluso la propia noción de monarquía. Asimismo, si vamos a despreciar a la masonería por el daño que causó políticamente a la Monarquía hispánica, seamos serios: Felipe «VI» ha participado de actos de la masonería y de ella ha recibido condecoraciones. Felipe «VI» no reina España de derecho, y si reina de hecho, lo hace catastróficamente.

Del mismo modo, las intromisiones de Vox en Hispanoamérica no sirven sino para definirse con respecto al fantasma del comunismo, que al parecer aún les causa pesadillas. Hablan de promover la «libertad» y nada más (que es otra manera de mejorar su imagen internacionalmente). Vox no trabaja para hacer lo que hizo la Corona de España en el continente americano: sigue una agenda política propia de la modernidad. Puede que traten de aprovecharse la Hispanidad para dar impulso a algunas de sus giras por nuestro continente, pero siempre poniendo como norte, su pragmática agenda.

Si amamos a España y queremos expresar nuestra gratitud por lo que ha hecho por nosotros, tenemos que continuar su empresa tal y como nuestros mayores la condujeron. España se forjó con la prédica de Santiago Apóstol y el auxilio prestado por la Virgen cuando se le apareció sobre un pilar en Zaragoza, se salvaguardó providencialmente con la conversión de Recaredo, se resguardó y fortaleció en la cristiandad medieval, reclamando su territorio robado por las huestes mahometanas, y luego, tras permanecer fiel mientras Europa apostataba, emprendió una de las más incomprendidas obras de caridad de la historia, como lo fue entregar un continente a Cristo.

España, como toda la cristiandad medieval, fue iluminada por la pluma de Santo Tomás de Aquino, y además, permaneciendo fiel, redistribuyó esas luces. Todo el patrimonio cultural español es el legado material de dicha obra multisecular, y los orígenes de nuestra cultura común jamás podrán comprenderse fuera de estas realidades altísimas. Quienes tengan intención de amar a España de verdad, necesariamente van a continuar manteniendo viva la tradición política que hizo de España lo que fue, y lo que es, para que de ese modo pueda seguir distribuyendo los bienes que otrora extendió entre tantos pueblos.

Paolo E. Regno, Círculo Tradicionalista Nuestra Señora de la Asunción de Panamá