Capitalismo garantizado por el Estado (y II)

El historiador Arthur Bryant departiendo ante los micrófonos de la BBC

«Pero –concluye H. Belloc en su síntesis acerca de esa fraudulenta «terapéutica» aplicada al capitalismo– el capitalismo “seguro” o “garantizado por el Estado”, el capitalismo en su nuevo estado reformado, continúa manifestando el mal espiritual original conexo a todo capitalismo, mal que consiste en el mal uso de la propiedad: el poder especial de una pequeña clase de ciudadanos, fuertes por ningún otro medio que por su riqueza, y la explotación de masas de hombres por patronos a quienes no deben lealtad alguna y con los que no tienen lazo espiritual alguno.

»Cuando vengamos a estudiar en detalle este remedio propuesto de “capitalismo garantizado”, veremos a qué males finales conduce este principal mal espiritual del capitalismo, por muy seguro que sea el sustento de la gente bajo el mismo». H. Belloc bautiza este nuevo sistema «corrector» del capitalismo como «capitalismo garantizado por el Estado». En realidad, como se ha podido ver, no es más que lo que Belloc ya censuraba bajo el nombre de «Estado Servil» y que comenzó a combatir con aquella famosa disputa que entabló junto a Chesterton contra los fabianos desarrollada en las páginas de The New Age entre Diciembre de 1907 y Marzo de 1908.

En este sentido, también merece la pena reproducir algunos de los pasajes reprobatorios que el historiador inglés Arthur Bryant –«heredero» de la columna de Chesterton en The Illutrated London News a la muerte de éste en 1936, y que seguiría redactando hasta su propia fallecimiento en 1985– dedicaba a las teorías de los fabianos en su libro English Saga, 1840 – 1940 (1940), a propósito del elocuente Manifiesto que aquéllos lanzaron en 1893 en el cual dejaban bien claro su programa de «solución» postcapitalista (y cuya implementación gradual hemos venido sufriendo en los países del llamado mundo occidental durante el siglo XX, continuándose hasta hoy a cada vez mayor escala). Apunta, Bryant, entre otras cosas, lo siguiente:

«Los primeros socialistas, en su entusiasmo por su tesis, no detectaron la debilidad de su remedio. Su emocional llamamiento a las masas, y más aún a sus simpatizantes de clase media, era al de ese amor de la libertad que el monopolio capitalista sobre el trabajo y la vida diaria de millones había ultrajado. Pero, atacando el dominio privado de la propiedad, golpeaban inconscientemente [N. B. Puede que este adverbio resulte un poco ingenuo] al fundamento sobre el que, en la política histórica del individuo de Inglaterra, había reposado siempre la libertad. Puesto que el privilegio de la propiedad había cesado de estar generalizado como en el pasado y había quedado restringido a unos pocos, supusieron que su destrucción extendería la libertad de muchos. Olvidaron que, separada de la libertad económica, la libertad política tiene poco significado. Sólo cuando un hombre sabe que puede desafiar a un poder superior y todavía sostenerse a sí y a sus seres queridos, él es un hombre libre. Sin ese conocimiento, cualquiera que sea su estándar de vida o estatus teórico, él es una especie de esclavo. Y cuando todo poder está conferido al Estado [N. B. Ésa es justo la esencia de eso que se llama Estado], y el Estado es el propietario tanto de los hogares de los obreros como de los medios de producción, la libertad privada se convierte en algo más bien nebuloso. Había bastante poca libertad para los obreros bajo el imperio del capitalista de sociedad anónima del siglo XIX, excepto, por supuesto, la libertad de morirse de hambre. Pero en el paraíso fabiano que quiere ocupar su lugar, si bien podría haber mucho más confort, no vendría a haber libertad en absoluto. El Estado, o más bien el oficial del Estado, vendría a imperar todas las cosas.

»Semejante paraíso, a primera vista, parecía ofrecer muchas cosas de las que el obrero inglés estaba necesitado. Ofrecía mejores sueldos y condiciones de trabajo; casas más limpias y más cómodas; asistencias sociales y servicios públicos en lugar de la sombría negación de la ciudad utilitarista; sobre todo, el [N. B. supuesto] fin de la desvergonzada explotación de la pobreza por la riqueza, que despojaba a los hombres y mujeres de su dignidad. Con todo, cuando la tierra prometida se examinaba más estrechamente, se veía que contenía una presencia que no resulta aceptable para el inglés. Pues, ahí, en mitad del jardín, estaba Parker El Entrometido con la espada del Estado que todo lo ve. […] Los socialistas, en su pasión por las estadísticas –instrumento que heredaron de los utilitaristas–, olvidaron que la libertad de los obreros tomados en conjunto puede que tenga poca relación con la libertad del obrero en cuanto individuo. No veían cuán patéticamente indefenso podría estar éste contra los pinchazos de una tiranía quisquillosa».

Félix M.ª Martín Antoniano