
En 1943 C.S. Lewis publicaba un pequeño estudio que tituló «El veneno del subjetivismo». Entre las consideraciones que hace el autor, destaca el análisis de los efectos ruinosos que se manifiestan con fuerza plena cuando dirigimos nuestra atención a la razón práctica. El derrocamiento de la verdad y la realidad en el orden filosófico, en el de la razón teórica, no es completo hasta que se han dejado sentir sus consecuencias en el orden práctico.
La visión moderna ha degradado los juicios de valor, la distinción entre el bien y el mal, a meros sentimientos. Así, decir que algo es bueno, señala Lewis, sería simplemente expresar lo que sentimos sobre ello, y este sentimiento está condicionado por lo que la colectividad, con sus juicios, actitudes, presiones y tradiciones, ha arrojado sobre nosotros.
De esto modo, la Tradición no es más la posibilidad de la vida social, el suelo común que mantiene a las familias unidad, sino el enemigo al que derrocar para ser libres de sus condicionamientos. Mientras que los pueblos se han construido sobre el arraigo y la Tradición, la modernidad los ha destruido inoculando en ellos el veneno del subjetivismo que desprecia, desde sus mismas raíces, la Tradición. De hecho, la modernidad ha llevado adelante un proyecto que se ha mostrado imparable al que Lewis sintetiza con estas palabras: «arrojar por la borda los valores tradicionales, como algo subjetivo y sustituirlo por un nuevo esquema de valores», por un nuevo orden totalmente artificial.
Frente al estado actual de las cosas, Lewis propone que grabemos en nuestras mentes, con tinta indeleble, estas dos proposiciones:
- No tenemos poder para inventar nuevos valores
- Cuando esto se intenta, lo que se hace es seleccionar arbitrariamente alguna máxima particular de la moralidad tradicional, aislada de las demás, erigiéndola en un unum necessarium.
Ambas actitudes, que Lewis comenta ampliamente en su escrito, las hemos visto florecer, y marchitarse muy pronto, entre compañeros de filas. Por una parte, el adanismo de creer ser el primer en inventar tal o cual cosa, el primero en tener tal o cual idea, como si estuviera entre nuestras posibilidades la de la creación ex nihilo. Para ello, creyendo hacer crecer en concepto de Tradición, se olvida de esta para hacer empezar nuevos caminos: falangistas, buenistas, zubirianos, orteguistas, europeístas, krausistas y tantos más que, creyendo salvar España, no juzgo aquí sus intenciones, se apartaron de su Tradición para hundirla todavía más.
Entre los segundos, podemos encontrar a los patriotas de medio pelo, afectados y sentimentales —cuando la virtud no es un sentimiento—, los folclóricos —que ensalzan el objeto de la Tradición—, los substancialistas —que ven la patria como algo inmutable—, los universalistas —del ubi bene ibi patrias—…
Lewis termina su escrito con unas líneas que conviene resaltar:
«A menos que regresemos a la creencia elemental y cuasi – infantil en los valores objetivos, pereceremos. Si lo hacemos, podremos vivir. Mientras creamos que el bien es algo que hay que inventar, pediremos a nuestros gobernantes cualidades como “visión”, “dinamismo”, “creatividad”, y cosas por el estilo. Si regresáramos a la visión objetiva, pediríamos cualidades que son mucho más escasas y mucho más beneficiosas —virtud, saber, diligencia y capacidad».
Juan María Latorre, Círculo Sacerdotal Cura Santa Cruz