La oración del Padrenuestro

Discorso della montagna e guarigione del lebbroso, por Cosimo Rosselli

Desde el Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas de Medellín, Juan Pablo Timaná nos envía este artículo publicado en SIEMPRE P’ALANTE el día 19 de julio de 1990, cuyo autor fue Rafael Gambra.

***

El Padrenuestro es la oración que el mismo Cristo nos enseñó. Su formulación castellana —la que aprendimos de niños— viene avalada por la tradición de la Iglesia, y su uso se pierde en los siglos y las generaciones. Quizá nada deba considerarse más intangible.

Sin embargo, la Iglesia del aggiornamento, que ha alterado sustancialmente el rito de la Misa, no podía dejar de poner su huella en nuestra oración más íntima y entrañada, en las palabras del mismo Cristo. Ya tenemos un Padrenuestro conciliar y aggiornado.

Se nos dice que se trata de que cuantos rezan en castellano en uno y otro hemisferio utilicen la misma fórmula. ¡Peregrino designio unificador en quienes han abandonado la lengua universal de la Iglesia, la lengua del misal romano!

Pero es que, además, la nueva formulación no se usaba en ningún país de habla castellana, ni —a lo que he podido saber— existían formulaciones distintas. Por otra parte, de existir, parece que hubiera debido predominar la utilizada en España, puesto que españoles fueron quienes enseñaron a rezar a los pueblos de América y Oceanía.

Se trata, al parecer, de un texto nuevo, ideado bajo el designio del cambio por el cambio, y sabe Dios si con otros designios. Vayamos al contenido mismo del nuevo texto.

Se ha sustituido en él la petición del perdón de nuestras deudas por el de «nuestras ofensas». ¿Pero es lo mismo deuda que ofensa? Yo puedo tener deudas con otro (de gratitud, de apoyo, de caridad) y no haberle ofendido nunca. Inversamente, alguien puede ser nuestro deudor y no habernos ofendido jamás. El que ofende (daña, injuria) contrae, ciertamente, una deuda con el ofendido (la de repararlo), pero no toda deuda entraña ofensa. La oración del Padrenuestro es de una perfección tal, como de origen divino, que no puede alterarse una letra sin perjudicarla.

Fácilmente se comprende el entuerto progresista si se considera que, con la nueva formulación, la Virgen María no hubiera podido rezar la oración que su divino Hijo enseñó a los hombres. Porque la Virgen tenía, ciertamente, grandes deudas con Dios (haberla creado, haberla elegido entre todas las mujeres, haberla preservado del pecado original, etc.), pero jamás cometió ofensa alguna contra Dios.

Enseñemos, pues, a nuestros hijos la oración que aprendimos de nuestra madre, la que Él mismo nos enseñó.

Rafael Gambra