Pasaron 2 años para que la imagen de El Señor de los Milagros salga triunfante del Templo de las Nazarenas de Lima sobre los hombros de varones piadosos, al paso de las mujeres sahumadoras y miles de personas que en oraciones y cantos postraban su ser ante el Cristo moreno. Muchos fieles con sus menesteres y preocupaciones del alma y del cuerpo encarnaban al ciego Bartimeo que anhelaba la gracia de Nuestro Señor: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (Mc 10:47).
En este tiempo, el gobierno del expresidente Martín Vizcarra y una parte del clero resignado, desde un espíritu laicista y secularizador, convino en que el Estado controle el calendario litúrgico y la administración de los sacramentos. La «nueva normalidad» del régimen se preocupaba por el bienestar del cuerpo y no por la salvación del alma, pregonando el cierre de los templos, la prohibición de la Misa y las procesiones, y reduciendo la libertad de la religión al ámbito privado o de la conciencia. Ese viejo regalismo, de cuño jansenista ―rechazo a la devoción del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María, prohibición de la confesión frecuente, ausencia intercesora de los santos, entre otros― se arropaba con las formas jurídicas o legales de la República moderna: decretos supremos restrictivos.
Este año, la imagen de Cristo de Pachacamilla y de la Santísima Virgen de las Nubes no fue recibida por el presidente Pedro Castillo excusado en las obras de remodelación en el perímetro de la Plaza de Amas limeña; sin embargo, sí recibió a los reservistas del Ejército en Palacio de Gobierno para ostentar su poder inmanente, tan humano. Al parecer, los compromisos políticos e ideológicos subordinan los deberes religiosos del mandatario, quien dice ser católico. No fue el caso de los funcionarios y servidores del Ministerio Público, de la Municipalidad de Lima y del Congreso de la República, cuyo presidente y general EP(r) José Williams dijo: «Señor de los Milagros (…), ahora pasamos momentos difíciles, pero con tu ayuda sabremos salir de ello. Te pedimos fortaleza y fe para mantener la esperanza, rogamos por tu bendición (…), ilumina y ayuda a nuestro pueblo peruano para alcanzar juntos el desarrollo y el bienestar del Perú. ¡Viva el Señor de los Milagros! ¡Viva el Perú!»
En estas condiciones, la fiesta del Cristo moreno de la Iglesia peruana coincide con la festividad de Cristo Rey de la Iglesia universal. Esa unidad urbi et orbi en una sola fe, un solo bautismo y una sola Iglesia que anima el corazón del creyente. Precisamente, la fe pública de los peruanos revela la triple potestad de Jesucristo, que enseña el Papa Pío XI en su encíclica Quas Primas: espiritual (el Reinado del Cielo y las cosas divinas), temporal (el Reinado de Cristo sobre las cosas humanas y terrenas) y personal y social (el Reinado de Cristo como fuente del bien individual y patrio). Es, pues, la fe cristiana la que sustenta la unidad de los peruanos en su pasado y futuro, la que cimienta sus deberes religiosos y morales con Dios y el prójimo, y también ordenan los deberes jurídicos y políticos con nuestros paisanos. En esta religión se testimonia el hermoso canto: «¡Tú reinarás! Este es el grito que ardiente exhala nuestra fe. ¡Tú reinarás, oh Rey bendito! Pues tú dijiste: “reinaré”. Reine Jesús por siempre, reine su corazón, en nuestra patria, en nuestro suelo, que es de María la nación».
Es importante, finalmente y siguiendo a Juan Manuel de Prada, que los peruanos evitemos un «catolicismo pompier»; es decir, un catolicismo aprisionado en la vida personal o familiar sin vínculo social. La fe renovada en octubre, nuestro mes morado, debe animarnos a encarnar nuestra religión en todos los ámbitos de nuestras vidas, iluminar con la luz del Verbo Encarnado la realidad moral, jurídica, social, política y económica, porque somos la sal de la tierra. «Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres» (Mt. 5:13). Por ello, «con paso firme, de buen cristiano, hagamos grande nuestro Perú».
José Bellido Nina, Círculo Tradicionalista Blas de Ostolaza, Perú