Halloween, un indeseable efecto secundario de la píldora estadounidense

Foto: South Coast Register. Australia

Por diferentes razones y sucesos ocurridos en el mundo, hoy los EE.UU. son la referencia y el modelo a seguir para el establecimiento de un orden social mundial. Escritores y personajes públicos democristianos han participado en esta causa y han luchado para que el modelo estadounidense sea aceptado también por la Iglesia.

Este orden social que tantos católicos apoyan va acompañado de elementos no deseables incluso para aquellos que han puesto sus esperanzas en la cultura y la ejemplar democracia americana. Hoy en la iglesia, el americanismo condenado por León XIII, se ha impuesto oficialmente, justificado en la necesidad de adaptarse al mundo moderno.

Sin embargo, efectos colaterales de esa cultural liberal no están dispuestos a aceptarse, ni siquiera por aquellos defensores (a veces, inconscientemente) a ultranza del americanismo.

Hace varios días una amiga católica se escandalizaba de la fiesta de Halloween: parece ser que, en su parroquia, el sacerdote, con cierto sentido común, les había advertido de los peligros de dicha fiesta y les había alertado de cómo una fiesta pagana había conseguido extenderse en un país católico como España y de cómo muchos exorcistas condenaban esta fiesta. Así les habló del padre Amorth que decía que «celebrar Halloween es como rendir culto al diablo, es una trampa del demonio y una fiesta anticatólica, que pretende poner en segundo plano la solemnidad de Todos los Santos. Celebrar Halloween puede hacer que aumente la actividad ocultista, que al final puede llevar al suicidio a los jóvenes». Incluso otros exorcistas han ido más lejos hablando de esta fiesta como la celebración del nacimiento de Satanás, de cómo los brujos lo celebran así.  Y ahí estaría el éxito del demonio en extender esta fiesta a los niños, como si fuera una cosa inofensiva.

Mi amiga, después de oír a su párroco, está en contra de Halloween, pero es una admiradora del modelo social, político y cultural estadounidense. Piensa que «América» es el país de la libertad y cree que es el paraíso en la tierra. No ignora su depravación moral, pero defiende que esta depravación es una elección personal de cada individuo y que sobre ello no se puede actuar. Ella es incapaz de ver que es su sistema liberal y sus leyes antinaturales las que han hecho de «América» un país de perdición en el que hasta las fiestas infantiles e inocentes como Halloween están pervertidas.

Quizás si el próximo sermón del clérigo atacara los fundamentos del sistema liberal, mi amiga y otros como ella puedan despertar del «sueño americano». Son las ventajas del clericalismo: no es necesario dar demasiadas razones para convencer.

Belén Perfecto, Margaritas Hispánicas