La Paz de Cristo en el Reino de Cristo

Francisco en un encuentro con otras «religiones» promovido por la organización «Comunidad de San Egidio»

El discurso del Papa en el último congreso de religiones invocando a Juan Pablo II y a Juan XXIII para alcanzar la paz universal en fraternidad con todas las religiones, parece ser un empeño desmedido por hacer olvidar la frase de San Pío X: «Instaurar todo en Cristo».

Expresiones de dicho discurso como: «la paz está en el corazón de las religiones», «la guerra es la madre de todas las pobrezas», «la guerra es un fracaso de la política y de la humanidad», nos llevan a pensar que el abandono de la doctrina tradicional de la Iglesia y la sustitución de ésta por diálogos interreligiosos y discursos sobre los derechos humanos por parte de los últimos Papas, solo ha contribuido a aumentar la oscuridad en la que el mundo parece estar sumergido.

La plática del Papa con tintes demagógicos está poderosamente influenciada por la idea que Juan Pablo II tenía sobre el mundo y la Iglesia. Una Iglesia que ya no sería la autoridad moral que predica al mundo, sino la Iglesia que habla y dialoga en libertad con las demás religiones, como una aportación más a la búsqueda de la paz y la justicia.

Este diálogo enloquecido discurre paralelo a la aceptación de la libertad religiosa en su sentido amplio. De esta manera, la Iglesia, al renunciar al protagonismo de iluminar y enseñar, necesita buscarse compañeros de viaje. Así, los budistas, los musulmanes y otras religiones nacidas de la rebelión del hombre contra Dios serían colaboradores en la búsqueda de valores abstractos como la paz y la fraternidad. Y la Iglesia, en su obsesión por dialogar con el mundo, defendería en una actitud suicida el derecho a practicar tanto la religión católica como la herejía; el derecho a la verdad y el derecho al error. Igualando la blasfemia a Dios Uno y Trino con la blasfemia a Mahoma encontraríamos todo tipo de situaciones sin sentido.

La reunión de Juan Pablo II en 1986 en Asís obedecía a un elaborado proceso de diálogo con el mundo que venía de atrás y que Juan Pablo II culmina con la interpretación de Asís a la «luz del Concilio». Y esa parece ser la clave para justificar cualquier ruptura con la Tradición.

Pío XI, en 1928, apenas 60 años atrás, había condenado en su encíclica Mortalium animos la actitud errónea de que «todas las religiones (de cualquier índole) son más o menos buenas y recomendables, en el sentido de que todas ellas revelan y traducen –aunque de manera bien diferente– el sentimiento natural e innato que nos lleva hacia Dios y nos inclina con respeto ante su supremacía». También condenaba cómo esta actitud conducía al ateísmo y al naturalismo.

El acontecimiento de Asís, que hoy Francisco reivindica, supuso una grave ruptura con la Tradición y afecta gravemente a la fe de la Iglesia. Hoy el mundo conservador se escandaliza por las propuestas del último sínodo y de la deriva de la iglesia alemana, pero no es el único frente abierto. Mientras, las parroquias se convierten en sedes de las más variopintas reuniones interreligiosas y pancristianas. Desde el mundo conservador se denuncia la autosecularización y la transformación de iglesias en discotecas y restaurantes. Pero fue hace tiempo cuando se abrió la veda y se profanó el lugar sagrado.

Belén Perfecto, Margaritas Hispánicas