Juicios promonárquicos de tipo racional, histórico o instrumental (I)

Eugenio Vegas Latapié (izq.) fue entre Noviembre de 1947 y Noviembre de 1948 preceptor de Juan Carlos (der.), penúltimo usurpador de la potestad monárquica española

En un artículo publicado en el diario La Época (16/06/1934) titulado «Instauración, sí», trazaba Eugenio Vegas Latapié el esquema ideológico del derechismo neomonarquista, del cual él era uno de sus máximos teorizadores: «No queremos restaurar la Monarquía volviéndola a poner exactamente en el estado que tenía el 12 de Abril de 1931, ni antes de las Cortes [sic] de Cádiz, ni durante los años de gloria del inmortal Carlos V. Es preciso forjar un Estado nuevo utilizando todas las instituciones que en el correr de los siglos han demostrado experimentalmente su idoneidad y aptitud para deparar un buen Gobierno y una organización justa de la sociedad». Su programa consiste –añade– en «edificar el Estado nuevo con los organismos que a través de los siglos han dado paz, justicia y progreso a nuestra Patria. En cabeza de esos organismos se encuentra la Monarquía hereditaria». Y cuando señala los motivos para defender todo esto, agrega: «Al propugnar la instauración de una Monarquía nueva, [lo hacemos] en cumplimiento de nuestras convicciones basadas en la razón y en la experiencia. Sólo la Monarquía es verdadera garantía de la unidad, continuidad, competencia y responsabilidad en el Gobierno del Estado. España necesita, para su salud, de la Monarquía. Por eso somos monárquicos». A los pocos días, en otro artículo impreso también en La Época (21/06/1934) –dedicado casi todo él a tratar de convencer a los legitimistas de que acataran a Juan Battenberg– Vegas insiste en las mismas ideas: «La Monarquía en España, y en todas partes, presenta dos aspectos. De un lado, la Monarquía es una institución que se justifica exclusivamente por ser conducente –el único medio conducente– al bien común […]. Pero, de otro lado, la Monarquía, además de ser una institución y un contenido, ha de encarnarse en una persona determinada y en una línea familiar […]. Para la auténtica escuela monárquica, lo sustancial fue siempre el programa; lo accidental, las cuestiones de personas que siempre se subordinaron a aquél». Y remacha una vez más: «Para nosotros, los monárquicos del siglo XX, la Monarquía no es sino el medio de garantizar la unidad, continuidad, competencia y responsabilidad en el Gobierno del Estado. Como medio de evitar los estragos del sistema electivo, nos inclinamos ante los caprichos de la herencia, siempre menos peligrosos que los de la elección. Para el bueno gobierno del pueblo, para bien del pueblo, defendemos la Monarquía».

Todos estos argumentos esgrimidos por aquella primera promoción de neomonarquistas reunidos en torno a la revista Acción Española, seguirían enarbolándolos en la posguerra junto a los jóvenes intelectuales de la segunda generación (autodenominada «del 48») incorporados –bajo el impulso cultural del Opus Dei– a la misma tarea apologética alrededor de revistas como Árbor (hasta 1953), Punta Europa o Atlántida. Cuando Franco realizó su segundo viraje ideológico a partir del Gobierno del 57, estos hombres y doctrinas del neomonarquismo pasaron a un primer plano protagonista, dedicándose con sus políticas a allanar –a todos los niveles– el terreno hacia un consiguiente sistema demoliberal consumado. Resultaba irónico observar, al tiempo que plasmaban sus ideales en los textos constitucionales de 1958 y 1967, las quejas de un Eugenio Vegas que se había quedado solo repitiendo el grito trágico orteguiano: «¡No es eso, no es eso!». Pero, preguntamos nosotros, ¿y por qué no iba a serlo? Franco, en unión con los opusinos-neotradicionalistas, se puso manos a la obra para instaurar esa «Monarquía nueva» que tanto habían pregonado desde los tiempos de Acción Española, encarnándola además –con una perfecta coherencia– en un miembro de la antidinastía usurpadora.

Rafael Gambra, en un artículo publicado en la revista Siempre en su nº de Julio de 1963 (es decir, en pleno auge de promoción e implantación de esa «Monarquía nueva» patrocinada por Franco) ponía en evidencia la debilidad de las «razones» de la concepción «monárquica» auspiciada por el nacionalismo catolicista. Bajo el título de «¿Monarquía instrumental?», denuncia «un planteamiento de la monarquía muy en boga en la actualidad» consistente en «la defensa de la Monarquía como mera técnica de gobierno apropiada a las necesidades de una situación. Lo que podríamos llamar una Monarquía instrumental o funcional, “Monarquía-fórmula”». Y especifica a continuación: «el planteamiento instrumental o técnico de la Monarquía desprovista de todo contenido incondicional es falso», pues allí «donde hay que crear un nuevo régimen sin otras miras que su utilidad, ¿por qué colocar en su cumbre a un príncipe “descendiente de ancestrales y caducadas estirpes”? La razón y la técnica aconsejarán colocar al más inteligente, al que obtenga más sufragios, al más fuerte, etc.».

(Continuará)

Félix M.ª Martín Antoniano