Este mes de Noviembre se cumplen quince años de un episodio que creemos merece la pena retomar por las interesantes implicaciones que ofrecen, en el campo de las relaciones entre la Religión y la epistemología filosófica, algunos de los juicios especulativos que estuvieron en el origen de aquella controversia. El Rector de la Universidad La Sapienza de Roma había invitado al Papa Benedicto XVI a impartir una Lección Magistral en el marco de la ceremonia de inauguración del 705º Año Académico de la institución. El acto estaba previsto para el día 17 de Enero de 2008, pero tuvo que suspenderse dos días antes como consecuencia del punto álgido al que había llegado la campaña de protestas que se había iniciado a partir de mediados del anterior mes de Noviembre, fruto de una carta pública redactada por Marcello Cini, Profesor Emérito de La Sapienza (14/11/2007), seguida de otra carta de apoyo de otros 67 Profesores de esa misma Universidad (23/11/2007), y de un tercer Manifiesto suscrito por cientos de Profesores, investigadores y doctorandos de otras Universidades italianas, encabezados por Angelo D´Orsi, Profesor de la Universidad de Turín (16/01/2008).
El contenido de todos estos escritos está plagado de los consabidos tópicos laicos típicos de la ideología anticlerical de un hijo del Risorgimento. Pero quisiéramos fijar nuestra atención en una de las acusaciones vertidas contra el Papa: en uno de estos textos se recuerda un pasaje «escandaloso» de una antigua conferencia del entonces Cardenal Ratzinger en la que éste, al tratar sobre Galileo, se habría «atrevido» a dar una visión en la que la Iglesia quedaba disculpada frente al astrónomo italiano. Esta conferencia la dio en la misma Universidad La Sapienza el 15 de Febrero de 1990, y era repetición de otra que había dado en Rieti el 16 de Diciembre de 1989, y que sería reiterada después, con las debidas adaptaciones, en Madrid el 24 de Febrero, y en Parma el 15 de Marzo. ¿Qué decía el Cardenal Ratzinger en este discurso? Citamos de su traducción castellana recogida en el libro Una mirada a Europa (1993): «La pregunta sobre los límites de la ciencia y las medidas a las cuales ésta debe atenerse se ha hecho ineludible. Me parece particularmente significativo del cambio en el clima intelectual el giro que se ha producido en el modo de juzgar el caso Galileo. Este hecho, poco resaltado en el siglo XVII, fue elevado en el siglo siguiente a mito del Iluminismo. […] Curiosamente fue Ernst Bloch, con su marxismo romántico, uno de los primeros en oponerse abiertamente a tal mito, y en ofrecer una nueva interpretación de lo ocurrido. Según Bloch, el sistema heliocéntrico –al igual que el geocéntrico– se funda sobre presupuestos indemostrables. En esta cuestión desempeña un papel importantísimo la afirmación de la existencia de un espacio absoluto, cuestión que actualmente la Teoría de la Relatividad ha desmentido. Éste escribe textualmente: “Desde el momento en que, con la abolición del presupuesto de un espacio vacío e inmóvil, no se produce ya movimiento [absoluto] alguno en éste, sino simplemente un movimiento relativo de los cuerpos entre sí, y su determinación depende de la elección del cuerpo asumido como en reposo, también se podría, en el caso de que la complejidad de los cálculos resultantes no mostrara esto como improcedente, tomar, antes o después, la Tierra como estática y el Sol como móvil”. La ventaja del sistema heliocéntrico con respecto al geocéntrico no consiste, entonces, en una mayor correspondencia con la verdad objetiva, sino simplemente en una mayor facilidad de cálculo para nosotros».
Es una pena que los prejuicios de mentalidad modernista no dejaran al Papa llegar a las últimas consecuencias epistémicas que abría esa perspectiva en favor de la Iglesia. Por lo menos, así lo colegimos a partir de las sorprendentes palabras que pronunció en su discurso ante los Párrocos y Clero de Roma el 14 de Febrero de 2013, tres días después de su renuncia: «Así pues, fuimos al Concilio no sólo con alegría, sino con entusiasmo. Había una expectativa increíble. Esperábamos que todo se renovase, que llegara verdaderamente un nuevo Pentecostés, una nueva era de la Iglesia, porque la Iglesia era aún bastante robusta en aquel tiempo, la práctica dominical todavía buena, las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa ya se habían reducido algo, pero aún eran suficientes. No obstante, se sentía que la Iglesia no avanzaba, se reducía; que parecía una realidad del pasado y no la portadora del futuro. Y, en aquel momento, esperábamos que esta relación se renovase, cambiara; que la Iglesia fuera de nuevo una fuerza del mañana y una fuerza del hoy. Y sabíamos que la relación entra la Iglesia y el período moderno, desde el principio, era un poco contrastante, comenzando con el error [sic] de la Iglesia en el caso de Galileo Galilei; se pensaba corregir este comienzo equivocado y encontrar de nuevo la unión entre la Iglesia y las mejores fuerzas del mundo, para abrir el futuro de la humanidad, para abrir el verdadero progreso. Estábamos, pues, llenos de esperanza, de entusiasmo, y de ganas de hacer nuestra parte para ello».
Félix M.ª Martín Antoniano