Tal día como hoy del año 1868 se publicó en EL PENSAMIENTO ESPAÑOL el artículo cuya primera parte transcribimos a continuación y que no ha perdido actualidad pese a los años transcurridos. Nos lo ha enviado Juan Pablo Timaná, desde el Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas de Medellín.
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¡No ha de haber un hombre que nos saque de la anarquía en que vivimos!
Tal es la exclamación que se escapa de todos los labios, que se oye en todas partes: «¡No ha de haber un hombre!…»
Reparadlo bien: es una frase hecha, y nadie altera sus términos, ni su construcción gramatical; y cuando una frase sale de igual modo formulada por todos los labios, señal es indefectible de que una idea predomina en todas las inteligencias, un sentimiento en todos los corazones.
Seguid reparando: se dice un hombre, y no se dice una mujer [Isabel «II», derrocada por la Revolución de Septiembre]. La frase construida de este modo: ¡no ha de haber una mujer!… sería ridícula, y no lo sería menos con estas variantes: ¡no ha de haber un pueblo! ¡no ha de haber unas Cortes, no ha de haber un Congreso! etc., etc.
Y es que cuando la necesidad apremia, cuando un pueblo necesita gobierno, todos somos monárquicos, todos, sin exceptuar siquiera los mismos republicanos que usan el lenguaje común y apelan á la frase hecha por el pueblo y para el pueblo, construida por todos los entendimientos y por todos los labios repetida: ¡no ha de haber un hombre!…
¡Oh fuerza de la necesidad! ¡Oh poder del instinto de salvación! ¡Oh poder, permítasenos decirlo, oh poder del Poder verdadero! Se necesita un hombre, porque el poder es uno: poder dividido, no es verdadero poder.
Sigamos, pues, observando cómo en momentos críticos, en circunstancias angustiosas, no sólo somos todos monárquicos, los republicanos inclusive, sino que somos monárquicos puros. No hay nadie que en tales días se atreva á ser monárquico-constitucional.
Y esta no es sutileza, ni ingeniosidad, ni sofistería, no. Cuando por abundancia de corazón, y dejando exhalar la voz de la conciencia, se dice: ¡no ha de haber un hombre que nos saque de esta anarquía! suele añadirse por comentario de la frase: un hombre que nos haga entrar á todos en vereda, un hombre que nos ponga á todos una mordaza, un hombre que nos traiga el orden, aunque para el orden eche mano de la vara de hierro. —No se necesita tanto. Hemos oído explicarse en semejantes términos á unionistas, á progresistas, á republicanos; pero francamente, se dejan llevar un poco del impulso de la reacción, y exageran el remedio hasta desnaturalizarlo. Se necesita un hombre, no un tirano.
La necesidad que sienten los liberales en este conflicto, cuando ruge el socialismo en Andalucía y gruñe en el resto de la península mal contenido con las piltrafas que le sueltan los ayuntamientos, y mirando de reojo al amo que no tiene provisiones con que saciar su voracidad, esa necesidad la hemos sentido, la hemos anunciado nosotros en tiempos al parecer bonancibles, cuando el liberalismo halagaba á la fiera alegre y retozona, y la alimentaba con los bienes de la Iglesia y las comunidades religiosas, y á falta de estos, con los de propios y los de beneficencia. ¡Ay! En medio de aquellos espléndidos banquetes de Príamo, hacíamos nosotros el triste papel de Casandra, y con el mismo acento con que los troyanos pedían un hombre después de la muerte de Héctor, lo pedimos nosotros antes que los griegos hubiesen cercado los muros de la ciudad.
Ellos, los convidados, con la copa en la mano y coronados de rosas, burlábanse de nuestros vaticinios y nos llamaban agoreros y exagerados, y nosotros al verlos hoy perdida la color y demudado el semblante, temblando, pero no de frío —sí se nos permite volver del revés la célebre frase de Baylli delante de la guillotina— nosotros tenemos que decirles: no exageréis las cosas: no se necesita un hombre que mande á palos, como pretende La Iberia, ni una mano que haga crujir el látigo de González Brabo sobre las espaldas de los republicanos, como con no menos energía, aunque con más literatura pide El Diario Español; no exigiremos la dictadura en latín como los demócratas, que apenas saben otro latín que el salus populi, no: lo repetiremos: nosotros los absolutistas, los reaccionarios, los inquisidores, nosotros queremos un hombre, no un déspota.
Queremos un hombre para toda la nación, no para uno ni dos ó tres partidos; un hombre que mande con Justicia, que gobierne con la moral del Evangelio, que administre con el orden y economía de un buen padre de familia.
Se necesita un hombre que sea hijo de las entrañas de la patria, que tenga los sentimientos hidalgos y generosos del pueblo español, su ardiente fe, su valor caballeresco, su constancia tradicional.
(Continuará)
Francisco Navarro Villoslada