El hombre que se necesita (y II)

Su Alteza Real Don Sixto Enrique de Borbón en Valencia

Finalizamos la transcripción de la segunda parte del artículo que se nos remitió desde el Círculo Tradicionalista de Medellín y que fue publicado el día 11 de diciembre de 1868 en EL PENSAMIENTO ESPAÑOL. Igual que en aquel entonces, o de forma más apremiante aún a causa de la crisis total en que vivimos, se pide un rey, un rey que reine y que gobierne, un pacificador, un libertador, un príncipe cristiano.

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Se necesita un hombre que diga al padre de familia: —«tú eres el rey de tu casa, y al municipio, tú el rey de tu jurisdicción; a la diputación, tú la reina de la provincia, y a las Cortes, yo soy el rey. Vengan aquí las clases todas de que se compone mi pueblo: venga el Clero, venga la nobleza, venga la milicia, venga el comercio y la industria, y venga la clase más numerosa y más necesitada de todas, la clase pobre, ó mejor dicho, la clase de los pobres; vengan a exponer sus quejas, sus necesidades; pero tened entendido que aquí no mandan los Sacerdotes, ni los nobles, ni los militares, los abogados, los banqueros, los comerciantes, los industriales, ni los jornaleros: el rey soy yo.

—«Yo a la Iglesia le daré libertad y protegeré su independencia: yo no nombraré un Canónigo, ni un Cura párroco, yo renunciaré mis privilegios en favor de la Iglesia de quien los he recibido: yo capitalizaré las asignaciones concordadas con la Santa Sede y se las entregaré a la Iglesia en títulos de la Deuda: yo dejaré en libertad a toda comunidad religiosa para establecerse donde quiera, cuando quiera y comoquiera, con tal de que no pida al Estado más que amparo y libertad.

»Yo daré libertad y protección al comercio, libertad y protección a la industria, libertad y protección a la propiedad y a los pobres el pan del orden, de las economías y del trabajo que es su verdadera libertad.

»Abogado, a tus pleitos: no busques en los bancos del Congreso la clientela que no has sabido conquistar en el foro: médico, a tus enfermos: no vengas a matar con discursos políticos a los que puedes curar con tus recetas: escritorzuelo, a la escuela: aprende primero lo que te propones enseñar; empleado, a tu oficina: la nación te paga para que la sirvas, no para que medres en los bancos del Parlamento: y a trabajar todo el mundo que la política está siendo la trampa de la ley de vagos.

«Yo reduciré los empleos a la tercera parte de los que hoy se pagan; yo reduciré la clase de cesantes con sueldo empleando a todos, sin distinción de colores políticos, por orden de antigüedad y manteniendo en su empleo a cuantos lo sirvan con inteligencia y probidad, aunque hayan sido progresistas, moderados ó republicanos; yo reduciré asimismo los presupuestos y os daré el ejemplo de modestia para que gocéis el fruto de las economías. Yo pagaré las deudas que el liberalismo ha contraído y procuraré no contraerlas más,

«Yo me pondré a la cabeza del ejército, yo protegeré las ciencias, las letras y las artes; yo llamaré los sabios a mi país, las letras y las artes a mi palacio, los pobres a mi mesa».

»Yo lo perdonaré todo, lo olvidaré todo, quiero ser padre antes que rey, mis brazos se extenderán más pronto para abrazar que para mandar».

Este es el gobernador cristiano, este es el príncipe católico, este el hombre que se necesita: el hombre que piden de lo íntimo de su corazón cuantos en las angustias de una situación cuyo origen quisiéramos olvidar y cuyos tormentos no quisiéramos ver, exclaman: ¡no ha de haber un hombre que nos saque de esta anarquía!…

¡Hombre ciertamente deseado! ¡Hombre verdaderamente popular! ¡Hombre exigido por el sufragio universal de las lágrimas y sollozos universales! Hombre libertador que vale un poco más que liberal, pacificador y por lo tanto enemigo de ese constitucionalismo que es la guerra inevitable, esencial, orgánica entre los que mandan y los que deben obedecer, guerra entre el rey y el súbdito, guerra entre la nación y los partidos, guerra de los partidos entre sí, guerra sin tregua ni reposo y cuyos gastos forman ese abismo sin fondo que se llama deuda perpetua.

No lo neguéis: vosotros los republicanos, cuando apeláis al Salus populi, pedís un dictador, vosotros los progresistas, cuando enarboláis el palo pedís un déspota; vosotros, unionistas, cuando esgrimís el látigo llamáis a un amo; pero como vuestros labios están hechos al lenguaje liberal, no aciertan a modular el lenguaje cristiano. Os equivocáis; esos no son los sentimientos de vuestro corazón. Vuestro corazón, como el nuestro, como el de todo el pueblo español, pide, no un amo, ni un déspota, ni un dictador, pide un rey, un rey que reine y que gobierne, un pacificador, un libertador, un príncipe cristiano.

El rey que sepa serlo, que gobierno con derecho, con justicia, con moralidad, con equidad y sin agobiar a los pueblos bajo la losa de tantos y tantos impuestos, ese tiene ya en su favor la popularidad más augusta, sufragio irresistible, y en este concepto, el único sufragio soberano.

Tal es el hombre que se necesita.

Francisco Navarro Villoslada