Derivas poshumanas

Fragmento del vídeo de EctoLife/Superinnovators

El anuncio de la primera planta de vientres artificiales ha suscitado el interés de muchos. Un servidor no es excepción. Interés, no obstante, que debo matizar; no se trata de una sorpresa inesperada, sino de un paso más en el proceso de disolución de la persona que viene denunciando el pensamiento católico ortodoxo desde hace años.

Las implicaciones nihilistas del liberalismo moderno, fueron tornándose efectivas en el siglo pasado con claridad; las experiencias totalitarias evidenciaron las consecuencias últimas del racionalismo medular de la modernidad. La sustitución del bien público por el bien privado se materializó en multitud de asunciones acaecidas tras la Segunda Guerra Mundial. Términos como dignidad, pluralismo, tolerancia, libre desarrollo de la personalidad… tomaron especial protagonismo. El catolicismo, maniatado por las «políticas» eclesiásticas de rendición práctica, se dio la mano con el mundo moderno, asumiendo el liberalismo a través del personalismo. Sin embargo, esta unión adúltera fue desafortunada doctrinal y, por ello, pastoralmente. En la doctrina es sabido que, siendo el liberalismo contrario al orden natural y sobrenatural, la asunción fue una calamidad. Además, esta obsesión de los eclesiásticos por modernizarse fue acompañada de un error de cálculo, marca de la casa desde la Revolución francesa. En los años del Concilio, la modernidad experimentaba un proceso de lógica disolución y desarrollo hacia lo que se ha denominado la posmodernidad. Ésta última no representó más que los corolarios del racionalismo moderno, antes virtuales y ahora efectivos.

El personalismo gnóstico, siguiendo al profesor Segovia, tornó la lucha del espíritu contra el cuerpo en convicción de liberación individual del espíritu a través del cuerpo. La consideración del cuerpo como objeto, sometido al libre desarrollo de la personalidad, ha conllevado múltiples manifestaciones de esta premisa. La ideología de género, el aborto, la eutanasia… son ejemplos palpables de cómo el cuerpo no tiene más función que la que el sujeto individual le conceda, bien sea para su castración o su eliminación.

El transhumanismo engarza en esta lógica, de la mano de la tecnocracia imperante. La desordenada subordinación del saber filosófico al saber técnico, como agudamente señaló Elías de Tejada, cobra especial relevancia en la posmodernidad. La filosofía, sustituida por la ideología, perece; por otra parte, el nihilismo posmoderno acelera el proceso de subjetivización. No hay más fines que los que el individuo se otorga exclusivamente a sí mismo. La técnica sustituye a la metafísica, la efectividad supera a la finalidad, siguiendo a Hegel. Así, el sujeto se perfecciona y mejora y el cuerpo -objeto- se somete al proceso de mejora individual. Si la técnica lo puede y el «yo» lo quiere, sea.

Así las cosas, los escandalizados que claman contra las plantas de fabricación humanas deben orientar el fuego correctamente para evitar la esterilidad y el ridículo. No hacia el marxismo cultural, sino hacia el liberalismo consecuente; no hacia mayo del 68, sino hacia la revolución moderna; no hacia el totalitarismo progresista, sino hacia el constitucionalismo liberal; no hacia el transhumanismo, sino hacia el personalismo.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense