
Recientemente he recibido un mensaje proveniente de una agrupación autodenominada «tradicionalista carlista». El contenido versaba sobre la justificación de la asistencia de los jóvenes de dicha agrupación a la Jornada Mundial de la Juventud (2023) Este disparatado hecho es rico en corolarios que estimo conveniente compartir, hilvanándolos con consideraciones conceptuales del ideario tradicionalista.
El clericalismo –lo he escrito ya en este medio– debe leerse en sentido técnico, según la acepción de Augusto del Noce; esto es, la tendencia de los eclesiásticos a bautizar el estado de cosas para no quedarse fuera del ritmo de la Historia. El desarrollo de la modernidad y sus conquistas han tornado al clericalismo en un enemigo cada vez más mortífero para el apostolado político de los católicos. A medida que el estamento eclesiástico ha ido asumiendo cada vez más lecturas y conceptos revolucionarios, su fiereza contra el pensamiento clásico y tradicional se ha incrementado.
Las justificaciones empleadas por la agrupación que profana las siglas de nuestra Comunión evidencian una actitud típicamente clerical, marca de la casa. Los principios no tienen más lugar que la invocación retórica, pero ceden en la práctica según las directrices eclesiásticas del momento. Así, el rechazo a los objetivos de la Agenda 2030 es evocado, pero seguido de la importancia «de hacernos visibles entre los jóvenes», afirmando que la experiencia puede ser «muy enriquecedora». ¿Se deduce que una convocatoria que asume los principios de la Agenda 2030 puede ser enriquecedora? Cabe recordar que en la página web de la JMJ se afirman algunos de estos principios como «fuentes de inspiración y principales indicadores».
La segunda justificación es aún más clerical, al calificar la asistencia al evento de «contrarrevolucionaria» por apoyar «la institución divina del Papado y lo que eso supone y representa». ¿Se entienden contrarrevolucionarios los cristianos por el socialismo al reconocer la autoridad del Papa? ¿Podría calificarse de contrarrevolucionario el sistema liberal coronado por la falsa monarquía de Isabel «II» al firmar el Concordato de 1851? El vaciamiento prudencial de la acción de los seglares en la restauración del orden social cristiano en nombre de las directrices eclesiásticas es señal inequívoca del clericalismo que transpira el mensaje de la Junta directiva de la asociación, extrapolable al conjunto de la agrupación.
El carlismo, en contraposición doctrinal e histórica con dicha agrupación, ha mantenido siempre una línea opuesta. Las insidias clericales ya en el siglo XIX contra los carlistas, al servicio del catolicismo liberal, toparon con esa santa intransigencia, que diría Elías de Tejada, del carlismo racial, que mencionamos con Melchor Ferrer y Rafael Gambra. Sucesos hay múltiples, desde las tendencias clericales del periódico La Fe desautorizadas por D. Carlos VII, hasta las oraciones por la conversión del Papa, frecuentes en los círculos carlistas en el reinado de León XIII a raíz de la infeliz política eclesiástica.
Es obvio que el clericalismo incorporado a la forma mentis tradicionalista opera como la carcoma, convirtiendo la perseverancia en el combate en pusilanimidad disfrazada de obediencia. La infeliz agrupación evidencia su exponencial distancia del carlismo cada año que pasa, y lo prueba cada vez con más frecuencia con sucesos como el que reseñamos. Diría más; su génesis responde a un carlismo cómodo, a una renuncia pilotada por la renuncia eclesiástica al combate contra el mundo. Este neocarlismo de parroquia, siguiendo la terminología del profesor José Miguel Gambra, en la medida de sus orígenes ha evolucionado congruentemente. En contra de la sentencia clásica operari sequitur esse, la inanidad sustantiva del neocarlismo de parroquia se manifiesta en la heterogeneidad –¡incluso contradicción!– de los actos, grupos, peregrinaciones (ayer Covadonga, hoy JMJ) y eventos que apoyan. De esta forma, la esterilidad en sus empresas y del modernismo religioso por el que apostaron en su día ha transformado al neocarlismo de parroquia en, permítanme la concesión papista y «contrarrevolucionaria», neocarlismo «en salida». Más bien «en espantada».
Miguel Quesada, Círculo Hispalense