
Con el objeto de levantar los ánimos de nuestros lectores, publicamos a continuación el artículo que el profesor chileno D. Juan Carlos Ossandón Valdés ha remitido a la Agencia FARO en la festividad de la Epifanía del Señor.
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Por todas partes me encuentro con católicos desilusionados. A tanto llega su tristeza, que muchos se han alejado de ella. Hay serios motivos que justifican estas actitudes derrotistas. Sin embargo, los llamo a recuperar su fe y crecer en la virtud de la esperanza. Leamos, pues, qué enseñan las Sagradas Escrituras. Porque si hay algo que todos compartimos es nuestra fe en la Revelación en ellas contenida. ¿Qué nos anuncia para el futuro? Destaquemos unos breves textos.
En el libro del Génesis, Jacob anuncia la suerte de Judá diciendo: «No se apartará de Judá el cetro, ni el báculo de entre sus pies hasta que venga Sciloh; a él obedecerán todas las naciones»[1]. La palabra Sciloh, de difícil traducción, alude al Mesías, el Ungido, como se le llamará más tarde. Como hasta el día de hoy tal unanimidad no se ha producido; como ha de realizarse, dada la inerrancia de la Biblia, recuperemos nuestra fe en la Iglesia y miremos con confianza el futuro.
El salmo segundo establece lo que el Padre dice a su Ungido: «Pídeme y te daré en herencia las naciones y en posesión tuya los confines de la tierra … Ahora, pues. ¡oh reyes! comprended; instruíos vosotros que gobernáis la tierra. Sed siervos de Yahvé con temor y alabadle; temblando, besad sus pies…»[2]. Repitamos que, dado que aún no se ha realizado esta profecía, deberá acontecer en un futuro, tal vez lejano; pero, desde ya, confiemos en que sucederá.
El salmo septuagésimo primero habla del reino mesiánico y nos enseña: «Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán tributos; los reyes de Arabia y Sabá le traerán presentes. Y lo adorarán los reyes todos de la tierra; todas las naciones le servirán»[3]. «Tarsis» estaba en España, «las islas» implican todo el Mediterráneo; Arabia y Sabá señalan el lejano sur; es decir, el profeta identifica los límites del mundo en ese tiempo conocido. Como tampoco se ha cumplido esta profecía, estemos seguros de que se cumplirá.
El salmo nonagésimo quinto es bien explícito: «Anunciad a las naciones: Reina Yahvé; … rige a los pueblos con justicia… Alégrense los cielos y regocíjese la tierra… Porque viene para gobernar la tierra. Gobernará la redondez de la tierra con justicia y a los pueblos con su fidelidad»[4].
Terminemos este breve vistazo con el profeta Isaías. En su capítulo segundo nos enseña: «Y sucederá a lo postrero de los tiempos que el monte de la casa de Yahvé será consolidado por cabeza de todos los montes… Y se apresurarán a él todas las gentes y vendrán muchedumbres de pueblos… Porque de Sión ha salido la ley y de Jerusalén la palabra de Yahvé. Él juzgará a las gentes y dictará sus amonestaciones a numerosos pueblos»[5].
¿Será necesario seguir citando textos y más textos? No me parece necesario. Tan sólo agreguemos que la historia de la Iglesia nos enseña terribles crisis que alejaron de su seno, a veces, a la mayoría de sus súbditos. Sin embargo, fue la minoría que se mantuvo fiel la que se continúa en la actualidad. El ejemplo más patente, y prácticamente olvidado, se produjo en el siglo cuarto: la crisis arriana. No sólo se separó la parte oriental de ella, la más poblada, sino que a ella fueron convertidos los godos y los vándalos que tanto daño hicieron en occidente en el siglo sexto. Se dice que San Atanasio, excomulgado por el papa Liberio, exclamó: «Ellos se han quedado con los templos, nosotros con la verdad».
¡Arriba los corazones! La actual crisis pasará y los que hoy somos minoría, somos los que serán recordados como sus padres por las generaciones futuras.
Notas
[1] Gén. 42, 10. Uso la traducción de Mons. Dr. J. Straubinger.
[2] Vv. 8-11.
[3] Vv. 10-11.
[4] Vv. 10-13. El salmo 46 (47) habría que citarlo entero.
[5] Is. 2, 1-4. El mismo vaticinio se halla, con ligeras variantes, en Miqueas 4. Además, el capítulo 60 de Isaías también habría que citarlo completo.
Juan Carlos Ossandón Valdés