El P. Delgado vuelve a las andadas. He recibido en estos días sus comentarios sobre una interesante polémica en redes sociales sobre las medidas impulsadas por VOX en relación con las condiciones necesarias para solicitar la práctica del aborto. Las acusaciones lanzadas por el P. Delgado injurian el buen nombre del tradicionalismo y dejarlas pasar sería un atropello a la justicia.
Primeramente, debo anunciar que no entraré en acusaciones personales ligadas a la actividad de los carlistas como «comer chuletones» o «alzar copas de Ribera». La razón estriba en mi propósito de levantar el debate de los bajos modos en los que el P. Delgado lo ha colocado.
El P. Delgado evidencia su constante tendencia nominalista práctica al enjuiciar los hechos desde la mera dimensión fáctica, como ahora veremos. Es evidente que la práctica virtuosa presupone el ejercicio prudencial que analice la situación de desarrollo y los medios disponibles para el bien posible. El P. Delgado, no obstante, con un hegelianismo consecuente, tiene otra concepción de las cosas. Frente a la problematización realizada por quien, legítimamente, recuerda la dimensión abortista de VOX, en tanto que no condena la matanza de inocentes al hilar la cuestión con consensos varios, el P. Delgado reacciona con celo amargo en defensa de la formación liberal. Así, en contra de los consejos de Pío XII en su Discurso a los juristas italianos del 6 de diciembre de 1953, confunde la cuestión de hecho con la de derecho, esto es, utiliza el ejercicio prudencial como escudo de defensa del mal menor.
El P. Castellani solía decir que entre dos males lo correcto es no elegir, siempre que se tenga la posibilidad. El hegelianismo del P. Delgado le lleva a dotar de moralidad a la facticidad, encontrando la oposición a ésta como oposición a la finalidad. Parece repetir el prólogo de Hegel en sus Principios de filosofía del derecho cuando asimilaba realidad a efectividad, olvidando que no es asimilable el fin a la efectividad y, por ello, olvidando la máxima aristotélica según la cual el fin determina los medios, siendo los frutos buenos del fin malo per accidens, y no per se.
La refutación del mal no implica inactividad. El ejercicio prudencial nos lleva a realizar el bien mayor con los medios posibles. De esta forma, la cultura puede presentarse como medio, pero tendente a la incisión política, ciencia y arte del bien común, sin la que no podemos ni siquiera alcanzar los bienes particulares, como nos recuerda Santo Tomás. En esto, el P. Delgado realiza una lectura societarista y antiaristotélica que otorga a la sociedad la primacía sobre la política, no como medio imperfecto, sino como bien inatacable.
Las acusaciones al carlismo son otro tema. Sostener que el carlismo combatió contra católicos –esos que gritaban «Muera Cristo, viva Lucifer; muera don Carlos, viva Isabel– es síntoma, espero, de ignorancia reseñable. Por otro lado, presentar a Franco como el conductor recto de los carlistas hacia el enemigo es simplemente delirante. ¿Se refiere a la aprobación a la libertad religiosa en 1967? ¿Se refiere a la elección de la dinastía liberal famosa por su amor a la unidad católica? ¿Se refiere a la tecnocracia como ideología protestante y maquiavélica antiteleológica? El hegelianismo nominalista vuelve a ejercer sus derechos sobre la hipoteca que se cierne sobre el caótico pensamiento del P. Delgado, entendiendo que la facticidad, por el mero hecho de serlo, se torna inatacable incluso por la propia finalidad.
De esta forma, el P. Delgado acusa a los carlistas. Los acusa de inactividad bélica, desde su tribuna de Twitter; los acusa de cooperadores con el enemigo, desde su posición «anarcotomista», los acusa intolerantes, desde su arbitrario celo amargo. Dime de qué presumes…
Miguel Quesada Vázquez, Círculo Hispalense