El economista keynesiano John Kenneth Galbraith –que consiguió colocar a su amigo D. Carlos Hugo como Profesor de Economía en la Universidad de Harvard cuando éste abandonó en 1980 las aventuras político-electorales en las que había acabado embarcándose tras su lamentable defección a principios de los setenta– saltó definitivamente a la fama pública en 1977 al emitirse en la BBC la serie televisiva «La era de la incertidumbre» –rótulo apropiado en medio de la crisis económica internacional iniciada en esa década–, en 15 episodios cuyos guiones se habían elaborado a partir de ensayos escritos por dicho académico, cuyos textos acabaría refundiendo en un libro de título homónimo aparecido en ese mismo año. Son de destacar en esta obra sus reveladoras confesiones acerca de los nazis como iniciadores en la aplicación de una política económica que alcanzaría su máxima difusión occidental tras la II Guerra Mundial, pero que, a raíz de la crisis en que había desembocado, empezaba a ponerse en entredicho en el momento de aparecer su libro, sobre todo por los hombres de la –no menos nefasta, apuntamos también– emergente escuela rival neoliberal de Chicago liderada por M. Friedman. Afirma Galbraith que «los nazis no eran dados a los libros. Su reacción fue a las circunstancias, y esto les sirvió mejor a ellos de lo que le sirvieron a Bretaña y los Estados Unidos los sanos [sic] economistas. Desde 1933, Hitler tomaba prestado dinero y gastaba… y lo hacía con liberalidad, tal como Keynes habría aconsejado. Parecía lo obvio de hacer, dado el desempleo. Al principio, el gasto iba en su mayor parte para obras públicas: ferrocarriles, canales, edificios públicos, las Autobahnen [= autopistas]. […] Los resultados fueron todo lo que un keynesiano podía haber deseado. A fines de 1935, el desempleo había llegado a su fin en Alemania. […] Alemania, hacia finales de los treinta, tenía pleno empleo a precios estables. Constituía, en el mundo industrial, un logro absolutamente único».
Señala Galbraith que el ejemplo económico alemán y las teorías keynesianas en que se inspiraba, creaban reticencias –supuestamente, matizamos nosotros– en Bretaña y EE.UU. En este último país el paro era muy alto en 1939, pero –asevera el economista canadiense– «entonces la guerra trajo con prisas el remedio keynesiano. Los gastos se doblaron y redoblaron. También lo hizo el déficit. Antes del final de 1942, el desempleo era mínimo. En muchos lugares la mano de obra era escasa». Y añade: «Hay otra manera de ver esta historia. Hitler, habiendo terminado con el desempleo en Alemania, había continuado terminándolo para sus enemigos. Él fue el verdadero protagonista de las ideas keynesianas».
En fin, tras un discurso de C. H. Douglas intitulado «La aproximación a la realidad», dirigido a un grupo de socialcreditistas el 7 de Marzo de 1936 en Westminster, hubo una ronda de preguntas y respuestas. A la cuestión de uno de los concurrentes sobre si el Crédito Social incrementaría el empleo al principio, respondió el economista inglés lo siguiente: «Sí; aunque, por supuesto, no es nuestro objetivo proporcionar empleo. […] Lo que con seguridad sí ocurriría rápidamente sería una completa diferencia de énfasis sobre lo que se produce. […] Se nos dice a menudo que es obviamente absurdo decir que el sistema financiero no distribuye suficiente poder adquisitivo para comprar los bienes que están a la venta. ¡Nosotros nunca dijimos eso! Lo que sí dijimos fue que, bajo el actual sistema financiero, para poder tener suficiente poder adquisitivo con el que distribuir los bienes de consumo, es necesario realizar una cantidad desproporcionada de bienes de capital y bienes para la exportación. […] En este país, y en cualquier país moderno, para poder hacer funcionar absolutamente el actual sistema monetario, tienes que ponerte a hacer un montón de cosas que no son inmediatamente compradas, a fin de poder distribuir lo que ya está disponible para la venta. Aunque puede que no se necesiten tornos y es posible que haya suficiente pan, los empleados del tornero no podrán obtener el pan a menos que ellos hagan tornos; y, de esta forma, fabrican tornos para poder hacer proyectiles con los que poder hacer la guerra, a fin de obtener el pan que ya está disponible a la venta. Bajo el Crédito Social, el énfasis sobre lo que se produce vendría a ser diferente. Solamente se produciría lo que se necesitara».
A su vez, en una carta dirigida a Hitler en Mayo de 1939 –a nuestro entender, una ingenua pérdida de tiempo si con ella pretendía hacer cambiar a este títere precursor keynesiano–, Douglas le advertía de que: «Si bien se afirma, y sin lugar a dudas se cree, que existe algún tipo de conflicto de ideologías entre el grupo “democrático” de Potencias y el grupo Totalitario, no existe, de hecho, conflicto semejante: todos ellos proceden en sus actuaciones igualmente a partir de la presunción fundamental, que sin lugar a dudas se cree indiscutible, de que el pleno empleo de sus respectivos pueblos constituye la prueba del éxito. Sus diferencias son sólo de método. […] Esta política de empleo, que aquí es impugnada, se reconoce hoy ser inseparable del Sistema Financiero Judío. Un simple cambio en este sistema haría innecesario el pleno empleo, eliminaría la competencia por los mercados y destruiría el poder de los Financieros internacionales; poder que la guerra sólo incrementa, y que, si no es destruido, destruirá la civilización en Europa».
Félix M.ª Martín Antoniano