«El Carnero» o la caída de Adán (I)

«Baile de Campesinos», litografía de Ramón Torres Méndez

La historia del Nuevo Reino de Granada no contaba con un generoso cronista que atendiera lo que ocurrió en aquellas tierras, hasta que don Juan Rodríguez Freyle se diera a la tarea de hacer suya en voluntad, más que en ascendencia —al haber sido su padre soldado de don Pedro de Ursúa—, la historia de aquellos hombres que entrarían a la sabana santafereña y establecieran el dominio español sobre Tierra Firme. Por qué la crónica de Rodríguez Freyle recibió «El Carnero» como póstumo nombre, ha sido objeto de diversas teorías. No sabremos nunca, en verdad, si tal nombre se dio a causa de que así se llamaba a los estuches en los que se guardaban papeles viejos, o si tal nombre se refería al «carnero» con el que se sustantivan aquellas cosas obsoletas y que, con el paso del tiempo, han perdido utilidad; como seguramente fue considerada esta crónica, ya que fue publicada en 1859, 223 años después de haber sido escrita. Mas ciertamente no se puede acusar al «Carnero» de ser inútil, y menos de ser un papel olvidado; ya que tal crónica no sólo da constancia de la historia granadina: también en ella encontramos un memento de nuestra sumisión a Dios.

«El Carnero» es, más allá de una crónica, la primera pieza de literatura neogranadina; en la que Freyle constataría que la Providencia no fue ausente en esta tierra por faltar aquí un conquistador heroico, sino que ella misma, la conquista del Nuevo Reino de Granada, sería un espejo de la caída adánica y la eterna imitación que los cristianos hemos de entender como nuestra más noble condición. El verbo constituye un misterio, y aquello nos lo recuerda Freyle al mencionar que, por la misma palabra, el hombre se condenó, y la Tierra se convirtió en principado del Maligno. A Nueva Granada se llegó porque el hombre repite su expulsión del Paraíso y repoblación del mundo, que se repite en el tiempo, pues el hombre se fue de la Península, y encontraría aquí nuevas tierras que buscaban ser salvadas de una terrible condena, pues no existe creación ajena a Dios; por lo que era deber de la Providencia que en el Nuevo Mundo se conociera la verdad cristiana. Mas quienes aquí llegarían, aún sabiéndose hombres proclives al pecado, que encontraron en Nuestro Señor Jesucristo la salvación, impregnaron este Nuevo Mundo de entendimiento y, a su vez, de yerros inevitables, como no podría ser de otra forma, pues el hombre con voluntad, perfecto nunca será. Por eso sabiamente dice Freyle que «gran golosina es el oro y la plata», y que por tal ambición la fundación de Santa Fe sería la avenencia de Sebastián de Belalcázar, Nicolás de Federmann y Gonzalo Jiménez de Quesada, que harían de la leyenda del Indio Dorado una ambición, que culminaría con el nacimiento de una ciudad y reino que aún hoy subsisten.

(Continuará)

Nicolás Ordóñez y Reyes, Círculo Santa Fe (Bogotá)