La llamada Decana de América, nombrada Universidad de Lima, actualmente Universidad Nacional Mayor de San Marcos, fundada por una Real Provisión del emperador Carlos V el doce de mayo de 1551, para ser luego confirmada por bula papal de Pío V; con una intensa historia marcada por grandes intelectuales, fue notada estas últimas semanas por noticias que en nada se relacionaban con el mundo académico. En el contexto de unas fieras protestas asolando el Perú desde ya diciembre del año pasado, es una desconocida federación «San Marcos», o al menos es así para los que dice representar, se posicionó en el centro de los debates surgidos por la coyuntura, «tomando» la universidad, mero eufemismo para decir que la ocuparon, en búsqueda de suministrar adecuado alojamiento para un grupo de manifestantes, quienes se instalaron en el erario, parapetándose en espera de víveres, y de adecuada organización para participar en la tan sonada «toma de Lima». Quienes hayan seguido el tema sabrán que todo terminó en una intervención policial, casi cinematográfica, dejando como saldo dos centenares de personas detenidas, las cuales fueron liberadas poco después.
Esto expone no solo la desnaturalización de la universidad y su rol de antaño, también el sangrante estado de nuestra sociedad actual, a la cual se le ha negado no sólo la verdad sino incluso yendo más allá, la búsqueda de la misma, rechazando de manera mísera que siquiera haya tal cosa como verdad afuera de la caverna.
Uno de los aspectos más curiosos de la supuesta «representación universitaria» es su similitud con el funcionamiento de las tan preciadas democracias actuales. Preocupados principalmente en el procedimiento, muestran orgullosos el sistema del centralismo democrático, nombrado por la constitución de Brézhnev que rigió por sobre la Unión Soviética desde 1977 hasta Gorbachov como el principal método de organización estatal. Este sistema, caracterizado por tediosas asambleas generales que se practican cual ritos litúrgicos, pretende «sintetizar» una serie de opiniones, deliberar y de manera progresiva llegar a una conclusión la cual se cierra cual dogma, pues ya no debe ser cuestionada, gracia y obra del tan mentado centralismo democrático.
Pero los problemas empiezan para el que, externo al dilema político universitario, escucha estas asambleas, dándose cuenta que contrario al relato de pretendida neutralidad por suma y equiparación de las ideas vertidas, resulta en la afirmación del bien público, entendido como el bien del partido dominante en la federación, siempre de tendencia izquierdista; y el bien privado, esto pues los representantes universitarios, separándose de un genuino bien común e interés por la universidad, se autodeterminan en sus insidiosas ideologías. Hay un claro paralelismo con las democracias de cuño rousseauniano actuales, las cuales en su pontificación de la libertad negativa, acaban afirmando la inexistencia de un bien común, siendo este el objetivo de la política, ciencia y arte de esta materia. Ante la disolución de la política que reconoce las esencias, y la naturaleza del ser humano, existe la «ciencia política», que describe el poder sin legitimarlo. Es aquí donde surgen los mismos problemas que en la universidad: bien público que es interés estatal y libertad condicionada a lo dicho por este Leviatán; y bien privado, que le da al hombre la mera ilusión de condicionar su propia naturaleza, nicho esto de gravísimos errores luego expandidos, cual metástasis, al resto de la sociedad.
(Continuará)
Vicente Evangelista, Círculo Blas de Ostolaza