Fascist Backlash (II) Open Societies La reacción fascista (II) / Sociedades abiertas

Members of the public contemplate the «Degenerate Art» exhibited at the German Art Exhibition in Munich, 1937/ Miembros del público contemplan el «Arte degenerado» expuesto en la Exposición de Arte Alemán de Múnich, 1937.

(versión en español más abajo)

Published by: LA ESPERANZA February 1, 2023

We continue the series on the subject of fascism composed of sections of the book entitled «El problema de occidente y los cristianos»The Problem of the West and Christians»] that we are publishing in English and Spanish since last Monday, January 30. The first part can be read here, and this important contribution to the Carlist thought written by Frederick D. Wilhelmsen can be purchased here.

***

Germany, from 1918 until Hitler’s conquest of power in 1932, became what it probably is: the only «open» society the West has seen in its long history.

It is worth indicating what political science means by an «open society». It is a society whose members are prohibited from maintaining any public orthodoxy, namely: any series of truths that in other societies form the foundation of public life and, therefore, the country’s politics. Germany, as a consequence of the war, was stripped of its ancient beliefs, beliefs already weakened before the war by the influence of Hegel’s philosophy. The Weimar Republic, which emerged in 1918, proclaimed democracy in the most radical sense of the word. A distinction must be made here between the classical sense of the word democracy and the sense of the word that gained popularity after the First World War and which today has become nothing less than a myth. «Democracy», in its strictest sense, simply means government not only for the people, but by the people. It is obvious that the desirability of democracy taken in this sense depends on two things: a) the people, are they capable of governing or not? b) the democracy, is it an instrument capable of doing what it claims to do, and what any political system has to do by obligation: namely, to make effective in the political field the will of the people towards the common good? There are some societies within which democracy is never successful; for example, a family with small children. Here, the parents simply have to rule by force or, if they do not rule, the common good of the family collapses. There are other societies, on the contrary, in which democracy seems the most natural government, due to a supposed equality between the partners or members of that society. As an example, let us take a very important and serious society: the university. Here, democracy and even the democratic republic seems the only just, humane and Christian solution to the problems of this same society. Choosing a less important and less serious society, let’s think of a club for fans of chess or flamenco dancing, or what have you.

The goal of such societies is a concrete end, a good known to all men within the society in question. Therefore, democracy, expressed through the majoritarian principle, is usually (though not always) the political instrument best suited to achieve the purpose of such organizations. Thus, democracy arises within a (more or less perfect) equality of competency. But this equality of competency has to do with a goal known, accepted and loved by all members of society. Therefore, democracy —as an instrument to achieve a political purpose— needs a public orthodoxy, no matter which one, namely: an end whose desirability and perfection everyone accepts and in which everyone has a competence, that of a group of specialists. It can be said that democracy, as a good and desirable instrument, requires two things: a) a purpose, accepted and desired by all members of the organization or society; b) a competency, more or less equal, of the members of said organization. If b) fails or, specifically, if the members desire the end, but do not have the necessary competence to achieve it, then democracy has to withdraw. A very simple, but a very current and important example is the governance of a company.

All the workers want the same end, that is, the common good of the company, since they all find their personal or private goods within it. If the company fails, the workers fail to feed their families. But this end, the success of the company, belongs only to a group of men, perhaps to only one, with the necessary competence to achieve the end desired by all. Therefore, either aristocracy (the government of a relatively small or reduced group, but very well prepared) or monarchy (the government of one) has to do what democracy does in other societies. If there is no aristocracy or monarchy, the common good fails, and, if the common good fails, the particular or personal good of all the members of society, for example, that of the workers, fails as well. To achieve the good of all, the good of the «people», democracy as such, and without the intercalation of other forms of government, is useless.

(To be continued…)

Federico D. Wilhelmsen

***

(versión en español)

Continuamos la serie sobre el tema del fascismo hecha de partes del libro titulado «El problema de occidente y los cristianos» que estamos publicando en inglés y español desde el pasado lunes 30 de enero. La primera parte pueden leerse aquí, y esta importante contribución al pensamiento carlista escrita por Federico D. Wilhelmsen puede adquirirse aquí. En caso de encontrarse agotadas las existencias, dirija su petición a tiendacarlista@periodicolaesperanza.com.

***

Alemania, desde 1918 hasta la conquista del poder por Hitler en 1932, llegó a ser lo que probablemente es: la única sociedad «abierta» que el occidente ha visto en su larga historia.

Vale la pena indicar lo que la ciencia política quiere decir por una «sociedad abierta». Es una sociedad a cuyos miembros se les prohíbe mantener ninguna ortodoxia pública, a saber: ninguna serie de verdades que en otras sociedades forman el cimiento de la vida pública y, por lo tanto, política del país. Alemania, como consecuencia de la guerra, quedó desnuda de sus creencias antiguas, creencias ya debilitadas antes de la guerra por la influencia de la filosofía de Hegel. La República de Weimar, que surgió en 1918, proclamó la democracia en el sentido más radical de la palabra. Hay que distinguir aquí entre el sentido clásico de la palabra democracia y el sentido de la palabra que ganó popularidad después de la primera guerra mundial y que hoy en día ha llegado a ser nada menos que un mito. «Democracia», en su sentido riguroso, quiere decir simplemente el gobierno no solamente para el pueblo, sino por el pueblo. Es obvio que la deseabilidad de la democracia tomada en este sentido depende de dos cosas: a) el pueblo, ¿es capaz de gobernar o no? b) la democracia, ¿es un instrumento capaz de hacer lo que pretende hacer y lo que cualquier política tiene que hacer por obligación: a saber, ¿hacer eficaz en el campo político la voluntad de las gentes hacia el bien común? Hay unas sociedades dentro de las cuales la democracia no es acertada nunca; por ejemplo, una familia con niños pequeños. Aquí, los padres simplemente tienen que gobernar a la fuerza o, si no gobiernan, el bien común de la familia se hunde. Hay otras sociedades, al contrario, en las cuales la democracia parece el gobierno más natural, debido a una supuesta igualdad entre los socios o miembros de esa sociedad. Como ejemplo, vamos a tomar una sociedad muy importante y seria: la universidad. Aquí, la democracia e incluso la república democrática parece la única solución justa, humana y cristiana para los problemas de esta misma sociedad. Escogiendo una sociedad menos importante y menos seria, vamos a pensar en un club de aficionados de ajedrez o del baile flamenco, o de lo que sea.

La meta de tales sociedades es un fin concreto, un bien conocido por todos los hombres dentro de la sociedad en cuestión. Por lo tanto, la democracia, expresada a través del principio mayoritario, normalmente (aunque no siempre) es el instrumento político más apto para conseguir los fines de dichas organizaciones. Así, la democracia surge dentro de una igualdad (más o menos perfecta) de competencia. Pero esta igualdad de competencia tiene que ver con una meta conocida, aceptada y amada por todos los miembros de la sociedad. Por lo tanto, la democracia —como instrumento de conseguir un fin político— necesita una ortodoxia pública, no importa cuál, a saber: una finalidad cuya deseabilidad y perfección acepta todo el mundo y en la cual todo el mundo tiene una competencia, la de un grupo de especialistas. Se puede decir que la democracia, como instrumento bueno y deseable, exige dos cosas: a) un fin aceptado y deseado por todos los miembros de la organización o sociedad; b) una competencia, más o menos igual, de los miembros de dicha organización. Si b) falla o, concretamente, si los miembros desean el fin, pero no tienen la competencia necesaria para conseguirlo, entonces la democracia tiene que retirarse. Un ejemplo muy sencillo, pero muy actual e importante, es el gobierno de una empresa.

Todos los obreros quieren el mismo fin, es decir, el bien común de la empresa, puesto que todos encuentran sus bienes personales o particulares dentro de ella. Si la empresa falla, los obreros pierden el pan de sus familias. Pero este fin, el éxito de la empresa, pertenece solamente a un grupo de hombres, quizá a uno solo, con la competencia necesaria para lograr el fin deseado por todos. Por lo tanto, o la aristocracia (el gobierno de un grupo relativamente pequeño o reducido, pero muy bien preparado) o la monarquía (el gobierno de uno) tiene que hacer lo que hace la democracia en otras sociedades, Si no hay aristocracia o monarquía, el bien común fracasa, y, si el bien común fracasa, el bien particular o personal de todos los miembros de la sociedad, por ejemplo, el de los trabajadores, falla también. Para conseguir el bien de todos, el bien del «pueblo», la democracia como tal, y sin la intercalación de otras formas de gobierno, no sirve.

(Continuará…)

Federico D. Wilhelmsen

Translated by Alférez Matthew Scullin, Circulo Carlista Camino Real de Tejas