Una política española al gusto de Rabat

Pedro Sánchez en Rabat. EP

La mismísima agencia EFE titula con la declaración de Sánchez: «vamos a evitar todo aquello que ofende» a Marruecos. Ésta es la noticia más relevante de la semana.

El Ejecutivo casi en bloque, Pedro Sánchez y doce de sus ministros, viajaron el jueves a una Reunión de Alto Nivel hispano-marroquí. Allí encajó el desplante del rey Mohamed VI, que ni se presentó en la cumbre. Su retrato sedente, sin embargo, presidió todos los actos.

El hombre es un animal de signos, y los signos indican cómo es la relación entre los hombres, quién domina, quién obedece. La noticia más importante no descubre nada nuevo, detalla un peligro conocido para España. El mensaje político es claro: basta el retrato del alauita para homologar al presidente español. Formulemos el toque socarrón del gesto: el presidente español de turno pesa lo mismo que el papel de la fotografía.

Que nuestra mayor autoridad civil no haya protestado, sino que sumisamente proclame «vamos a evitar todo aquello que ofende» a Rabat en las conversaciones, significa que ese mensaje marroquí es aceptado públicamente.

Como las ofensas en diplomacia no pueden prescindir de todas las formas, el monarca alauita habló por teléfono con Sánchez antes de la Reunión. En la llamada se excusó, y emplazó al presidente a una visita oficial posterior en Rabat, a la que Sánchez se comprometió.

Se gobierna sentado; se rige desde palacio. Y es Sánchez quien se arrastra hasta el palacio marroquí, otro signo genuflexo. La autoridad pide distancia de modo natural con el subordinado; y el mando despótico, la establece con desprecio heril.

Con ese desdén de amo malvado, de dueño mezquino, Mohamed VI agradeció el reciente apoyo del Gobierno a la anexión marroquí del Sáhara. Agradecimiento que reiteraron de modo destacado durante la Reunión de Alto Nivel. El perro ha aprendido a no poner las patas en la mesa. Buen chico.

La cumbre, que nuestra menesterosa comitiva gubernamental califica de todo un «éxito», fue celebrada según el formato que impuso Marruecos. Su resultado no es ningún logro que alegre a España. El acuerdo más alarmante alcanzado es tratar cualquier asunto en común o en disputa «sin recurrir a actuaciones unilaterales y sin dejar fuera ningún tema por complejo que éste sea».

En román paladino, significa que Marruecos tendrá una palabra que decir en los asuntos internacionales más importantes del país. Cuándo no, condicionará nuestras acciones con su plácet.

Con ese espíritu, el Ejecutivo ha encadenado a España a casi veinte memorandos de entente en materias de inmigración, aguas, agricultura y comercio. Naturalmente, se equivoca quien piensa que el problema es Sánchez. En esta postración se verá cómodo cualquier gobernante de la democracia del 78.

Roberto Moreno, Círculo Cultural Antonio Molle