El pasado 28 de enero fue interceptado por la policía portuaria de Las Palmas de Gran Canaria, con colaboración de la DEA, un buque que trasportaba 4,5 toneladas de cocaína con alrededor de 1750 semovientes que provenían de Colombia. Rápidamente la noticia se hizo viral en el país y empezó el choque en la opinión pública, y como toda opinión de muchedumbres no careció de irresponsabilidad y actitudes injuriosas.
Inmediatamente los militantes más reconocidos del partido de gobierno, incluyendo a un ex congresista, empezaron a señalar a todo el sector ganadero en cabeza de la Federación Colombiana de Ganaderos (Fedegán) de ser los responsables de este escándalo que vuelve y enloda al país con su eterno problema del narcotráfico. Pero estos embelecos no fueron más que irresponsabilidad. Este sectarismo político que vivimos no es más que un mar de irresponsabilidades que nos anquilosa lejos, muy lejos del desarrollo que tanto buscamos. Armar todo este circo de señalamientos sin fundamento va a repercutir en la economía nacional en materia de exportación de ganado en pie y asimismo en otras áreas. Esto porque Fedegán ha sido la promotora en abrir el mercado para las más de 700.000 familias honradas que viven de la ganadería, mercado que produjo en exportación, según el DANE, 482,55 millones de dólares entre semovientes, carne y los derivados de los lácteos. ¿Y quiénes se benefician? Los pequeños y medianos ganaderos que son el 98% de los productores del país, las familias campesinas que necesitan de este tipo de oportunidades que dignifica su trabajo al punto de vender sus animales a mejores precios y que por el choque de trenes de las imprudencias superficiales o fanáticas en la pugna política se verán perjudicadas con la afección que deberá afrontar la balanza comercial después de semejantes señalamientos.
Asimismo, y antes de decir cualquier cosa, debemos tener en cuenta que la Federación Colombiana de Ganaderos no tiene ánimo de lucro y no participa en ningún tipo de contratos o negocios, su labor es agrupar «en calidad de afiliadas, a las organizaciones gremiales ganaderas regionales y locales, como también a otro tipo de entidades vinculadas a la actividad ganadera nacional» y construir un panorama rentable para las familias colombianas que subsisten de la actividad pecuaria. Junto con esto, y según como lo expresa José Félix Lafaurie, hay que tener en cuenta que los ganaderos por lo general venden los animales en sus fincas y las empresas compradoras son las encargadas de pagarlo y sacarlo de los predios. De ahí en adelante las responsabilidades recaen en otras manos.
Para nadie es un secreto que hay sectores en el nuevo gobierno que le han declarado la guerra a todo lo referente a la ganadería, la ruralidad y lo que tenga el más mínimo acercamiento a los gobiernos pasados; por ello se levanta un fragor intolerante y sesgado contra Fedegán, contra ganaderos pequeños y grandes, contra la tauromaquia misma, los gallos y los indígenas que no estén afiliados a alguna corriente de los partidos de coalición. Por ello en sus filas militan animalistas que señalan con profundo odio que el campo colombiano es atraso y nido de trastornos mentales. Con irresponsabilidad y hasta egoísmo desdeñan a los sectores campesinos que son capaces de contribuir a la economía nacional y al desarrollo rural; se utiliza cualquier ocasión como arma (de doble filo, claro) para posicionarse en la batalla política… Lástima que no vean el daño que le hacen a los empleos, al arduo trabajo de encontrar rutas donde podamos figurar para hacer crecer nuestra economía y desarrollar a nuestro país en materia de exportación y ganadería. Nos encontramos en un punto, como decía el Doctor Álvaro Gómez, donde debemos tener voluntad aventurera, donde debemos dar un gran salto, «probablemente el salto que el destino nos ha invitado a dar». Debemos trabajar como país y salir de las adversidades de nuestro tiempo con sensatez, pues esta pugna sin fundamento, estos señalamientos malintencionados, son nuestra propia tumba y nuestro propio peso. No trunquemos los grandes saltos, dirían por ahí.
Johan Paloma, Círculo Carlista de Santafé de Bogotá