
En esta festividad de Nuestra Señora de Lourdes publicamos la crónica de la peregrinación al santuario de Lourdes realizada el día 24 de abril de 1913. Dicha crónica se pudo leer por vez primera el día 25 de abril de 1914 en el núm. 27 del semanario carlista EL RADICAL y en esta ocasión nos la ha remitido Juan Pablo Timaná, desde el Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas.
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Al cumplirse en estos días la fecha del aniversario de aquella memorable jornada de que fue causa la grandiosa Peregrinación nacional jaimista a la gruta de Lourdes, nuestro corazón, que recordará siempre con entusiasmo aquellos hermosos y brillantes actos, no puede por menos que dedicar un pequeño recuerdo a tales hechos desde las columnas de nuestro querido semanario, a aquel gran acontecimiento que fue la admiración del mundo entero.
¿Cuál fue el objeto de la gran Peregrinación? Era muy amargo para la gran Comunión jaimista que los restos de aquella gran figura que brilló con tanto esplendor al frente de los ejércitos de la Tradición descansasen en tierra extranjera, que las cenizas del que fue heroico general Tristany, que en holocausto de su Patria ofreció vida y hacienda, no tuviesen honrosa sepultura en la misma. [A la] que junto con la Fe en Dios y el amor a su Rey, levantó un altar en su corazón y por cuyo triunfo cifraba todas sus esperanzas y arrostró todos los mayores sacrificios.
Por eso llenóse de gran júbilo la gran familia jaimista al anunciársele que gracias a los trabajos de distinguidos correligionarios iba a ser un hecho el traslado de los preciados restos a nuestra querida Patria, que convirtióse en grandes entusiasmos al saberse que nuestro Augusto Caudillo [Jaime III] honraría con su presencia el homenaje que al invicto general iba a dedicarse, por cuyos motivos, e imponiéndose cuantiosos sacrificios, se aprestó a acudir a la gran Peregrinación para entretejer una corona de caros é inmortales amores a quien no pudiendo triunfar definitivamente en vida, se alejó de su amada Patria y fue a postrarse a los pies de la Virgen Inmaculada en Lourdes, donde bajo su manto protector murió con la muerte del justo el que, siendo héroe, vivió como un mártir en las tristezas del destierro.
El verdadero pueblo español estuvo brillantemente representado en aquella grandiosa fiesta, por los heroicos veteranos que iban a rendir el último tributo al que fue su querido general, por las briosas juventudes y bravos requetés, respetables damas, bellas señoritas y ejemplares sacerdotes, que unidos todos con los verdaderos lazos de la fraternidad cristiana acudieron a Lourdes para honrar al Héroe, postrarse a los pies de la Virgen milagrosa y aclamar con todo el delirio de su corazón entusiasta a su Rey y Señor.
A LOURDES. —En la mañana del 22 de abril [de 1913] los peregrinos de la región catalana marchamos de la Ciudad Condal en dos largos trenes especiales, con un total de 1.200 peregrinos que representaban brillantemente a nuestra querida Cataluña en las memorables fiestas de Lourdes.
Durante el trayecto hasta Narbona en donde cenamos, eran continuos los cantos religiosos y patrióticos, en particular el popular y hermoso canto del ¡Ave… Ave… María! que llenaba de alegría y entusiasmo a todos los peregrinos; al salir de Narbona suplieron a los cánticos el rezo del santo rosario que en cada vagón dirigía un Rdo. sacerdote; descansamos unas horas en el mismo convoy y a las primeras horas de la mañana descendimos en Luchón, en donde sin miedo a la nieve que a grandes copos caía, escalamos la cumbre de los Pirineos Orientales para admirar las grandes bellezas de la naturaleza que desde dicha altura (2.000 metros) resulta un espectáculo soberbio.
Emprendimos de nuevo el viaje hacia Lourdes, del cual nos separaban ya pocas horas, siendo testigos antes de terminarlo de un hecho que nos llenó de entusiasmo: el fue que una bella señorita de Barcelona tuvo la feliz idea que todos aplaudimos, de ofrecer a don Jaime una hermosa y artística corbeille de flores naturales que en representación de la mujer jaimista catalana le sería ofrecida en Lourdes por una comisión de señoritas, y cuyo hermoso acto no pudo verificarse por la prematura marcha de don Jaime, destinándose lo recaudado para dicha ofrenda a aliviar las penas que en la cárcel de Granollers sufría el entusiasta jaimista F. Llovet. Un acto de amor al Caudillo convirtióse en acto de Caridad para el soldado de su Causa. ¡Hermoso contraste!
EN LOURDES. —Llegamos por fin a Lourdes en la noche del 23, siendo recibidos por los amigos que de nuestra ciudad había hecho el viaje a pie y los cuales nos dieron la grata noticia que nos llenó de entusiasmo: de que nuestro Caudillo se encontraba ya en la ciudad de Lourdes.
Nos es imposible por falta de espacio el que podamos dar la extensión debida a los grandiosos actos que tuvimos la inmensa dicha de presenciar los que formábamos en aquella grandiosa asamblea de soldados de la Tradición Española. A la ligera haremos un pequeño resumen.
No pensamos ver espectáculo más hermoso y más cristiano cuando presenciamos a aquellos miles de peregrinos que con ejemplar fervor acudían a recibir el pan Eucarístico y de él salían todos valientemente dispuestos para acudir a la gran manifestación en honor al Héroe que iba a celebrarse momentos después.
Esta fue imponentísima presidiendo a sus 12.000 leales la arrogante figura de nuestro Augusto Caudillo, que iba acompañado de los Excmo. Marqués de Cerralbo, Duque de Solferino y otras personalidades.
El espectáculo fue sencillamente colosal y hermoso de ver, pues casi todos cubrían su cabeza con la airosa boina azul los veteranos, encarnada los jóvenes y requetés y blanca las bellas y entusiastas señoritas.
Por las calles y plazas de Lourdes desfiló la imponente comitiva rezando el santo rosario o cantando el angélico ¡Ave María! Disuelta la manifestación en la estación donde se depositaron los queridos restos del general Tristany, don Jaime fue acompañado en manifestación espontánea a casa Torres, en donde tuvo lugar por la tarde el grandioso acto de la recepción de los peregrinos por su Augusto Caudillo. Todos los millares de jaimistas que habían honrado al Héroe por la mañana, desfilaron llenos todos de gran emoción y entusiasmo por delante de su Rey, al que respetuosos y con toda el alma besaban su mano augusta, contestando a las cariñosas preguntas que Él les hacía y saliendo con lágrimas en los ojos de tan hermoso acto; recordamos entre las muchas escenas de que fuimos testigos la de aquel veterano que con las lágrimas en los ojos decía «¡Señor ya puedo morirme! Conozco a mi Dios y he visto a mi R…».

Hondamente emocionado aguantó don Jaime y a pie firme durante las tres horas que duró tan hermosa prueba de cariño que le hacían sus leales.
Terminada tan magnífica manifestación de amor a nuestro Caudillo acudimos casi la totalidad de peregrinos a la solemne procesión del Santísimo Sacramento y a la cual tenía de asistir don Jaime, pero cuya intención le fue denegada por los satélites del republicano gobierno francés con la orden terminante de que inmediatamente se ausentase de Lourdes. Hecha la procesión y cuando con el Santísimo se daba la bendición a todos los peregrinos que llenaban la grandiosa plaza de la Basílica, hubo un momento de emoción que vamos a describir, pues nunca es fácil se borre de nuestra memoria…
Marchó don Jaime sin que lo supiesen sus leales cuando sintió Él que su alma se quedaba entre ellos y ya en marcha para Pau hizo detener su automóvil al otro lado del río Gave frente a la Basílica, y mientras la potente bocina del auto llama la atención de los peregrinos hacia donde Él estaba, don Jaime encaramóse seguido de sus acompañantes a la azotea de una quinta lindante con el camino y desde allí, dominando toda la plaza y contornos de la Basílica, levanta la mano y con su potente voz da un fuerte grito de «¡Viva España!». Los peregrinos notaron la presencia del Señor y como movidos por un resorte responden al unísono con un «¡Viva el Rey!», que llega hasta don Jaime como inmensa ola de cariño, que le impresiona hondamente. Millares de pañuelos y de boinas se agitan en el aire mientras las ondas de aquel mar de entusiasmo llegan a los pies del Caudillo, que durante más de quince minutos es testigo del amor que le tiene su pueblo que le obliga a exclamar «¡Oh pueblo admirable, viva España, viva España!». La pluma es torpe para escribir espectáculo tan sublime.

Felizmente y lleno nuestro corazón de grandes é imborrables emociones acabamos la jornada del día 24 asistiendo la totalidad de los peregrinos a la procesión de las Antorchas, que resulta de un efecto fantástico y hermoso al contemplar los miles de farolillos que van serpenteando las avenidas y plaza de la Basílica mientras todos los concurrentes cantan el Ave María. Finalizada la misma y desde las gradas de la Basílica nos dio la Bendición Apostólica un Rvdmo. Prelado italiano que presidía una peregrinación de aquel país.
Durante el día siguiente lo dedicamos visitando los alrededores de Lourdes, el magnífico Calvario, la ciudad con sus hermosos bulevares y grandes almacenes, siendo nuestra última visita a la milagrosa gruta en donde postrados a los pies de la Virgen Inmaculada renovamos nuestras protestas, y le dimos gracias por los favores de Ella habíamos recibido, rogándole nos concediese un feliz regreso a nuestra querida Patria.
A las 10 de la noche emprendimos el viaje de regreso llenos todos de gran entusiasmo, llegamos a la frontera española a las ocho de la mañana saludando la tierra patria con un grito de «Viva España», el trayecto de Port-Bou a Barcelona constituyó un viaje triunfal, siendo aplaudidos y ovacionados en todas las estaciones del tránsito, [y] de un modo especial en la Ciudad Condal, donde el recibimiento fue grandioso y entusiasta.
Pocas horas después tuvo lugar el traslado de los restos del general Tristany de la estación de Francia a la del Norte, cual perenne y grandiosa manifestación resultó una cosa nunca vista en Barcelona y a la cual asistieron más de 8.000 jaimistas.
Por último, asistimos a la ciudad de Manresa en la jornada del día 27 acompañando los restos gloriosos del héroe y cuyos actos en su honor celebrados resultaron grandiosos y entusiastas.
Aquel mismo día los preciados restos fueron trasladados a Ardevol (en nuestra provincia), [al] panteón de la familia Tristany, que desde aquella fecha guardan las venerandas cenizas del heroico general y mártir de nuestra venerable Causa, don Rafael Tristany (E.P.D.).
Su alma, que piadosamente pensando presenció desde la eterna gloria los grandiosos actos que á vuela pluma hemos estampado en nuestro querido semanario, no cabe duda que elevando sus miradas al trono de la Virgen Inmaculada, a cuyas plantas nos postramos en Lourdes, le dirigió esta tierna súplica: «Señora, ese es Vuestro pueblo, desviad de Él el brazo de vuestro Hijo Amado, y haced que comience para Él la era de sus esperanzas».
J. Jané.