Estos días se ha podido leer en distintos medios las declaraciones de Malcolm Jarry, tristemente célebre por ser el fundador del «Templo Satánico». Se trata de un lugar —él lo rotula cínicamente con la palabra clínica— destinado a practicar abortos en el estado de Massachussets, amparándose bajo el inmenso paraguas de la libertad religiosa y de cultos.
Jarry es un judío de 49 años que afirma literalmente que «no existe conflicto entre ser judío y ser satanista. De hecho, ambas identidades se inspiran una a otra. Me parece que es como sucede con el budismo, el satanismo puede coexistir con el hecho de ser judío». Malcom Jarry se presenta en público sin tapujos, cual Herodes dispuesto a verter sangre inocente. Mientras tanto, en paralelo y por orden de Nostra Aetate, se borra la memoria del culto a Santo Dominguito del Val, el Santo Niño de la Guardia y San Simón de Trento.
Vivimos en una época en la que, junto a acciones encomiables protagonizadas por los equipos de rescate, que volaron a Turquía tras un terremoto para salvar a miles de personas que yacían sepultadas bajo los escombros de sus viviendas, se entierran en silencio miles de vidas bajo las ruinas de sus hogares, colapsados por la destrucción de los principios de la moral personal y familiar. El Ministerio de Sanidad de España cifra el número de vidas segadas antes de nacer en 90.189 sólo en el año 2021. Estos números encuentran su eco en la Hispanidad: Argentina, 17.904 abortos en 2020; México, 12.295. Las élites de otros países —Colombia— se acaban de subir a ese tren mortífero.
Esta semana el Tribunal Constitucional español ha ratificado la consideración del aborto como un derecho subjetivo. Lo hemos podido leer pormenorizadamente en el análisis que ha escrito Miguel Quesada para este periódico. El aborto se configura como un «derecho humano». No obstante, viendo cómo Malcolm Jarry se quita la máscara, comprobamos que en realidad se trata de un imperativo diabólico.
Vosotros tenéis por padre al demonio y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Desde el comienzo él fue homicida y no tiene nada que ver con la verdad, porque no hay verdad en él. (San Juan, 8-44).
Ana Herrero, Margaritas Hispánicas