La Bandera de la Legitimidad se hundía en su mayor crisis padecida hasta la fecha: el tan minuciosamente preparado –durante tres años– Alzamiento carlista –con importante implicación de altos elementos del isabelismo– falló a última hora por la traición (¿en virtud de instrucciones reservadas?) de los oficiales acompañantes del leal General Ortega tras su desembarco en San Carlos de la Rápita en Abril de 1860.
Estando prisioneros, Carlos VI y el Infante D. Fernando emitieron en Tortosa sendas Actas de Renuncia de sus derechos. Sin esperar a la ratificación de las mismas, el Infante D. Juan imprudentemente envió el 2 de Junio a las «Cortes» isabelinas un Manifiesto en que se presentaba como nuevo reclamante del Trono; y trece días después, el Rey Carlos declaró nula su antedicha Renuncia. Dentro de este crítico contexto, Gabino Tejado aprovechó para estampar los días 11 a 14 de Julio en El Pensamiento Español (diario neocatólico recién aparecido en Enero) una serie de cuatro artículos dirigidos «Al Partido Carlista» a fin de atraer a las familias legitimistas hacia la pseudomonarquía de Isabel. En el primero de ellos, fija una teoría que de ahí en adelante se alegará siempre como el mejor recurso para que la comunión legitimista abandone su deber y se integre en el statu quo revolucionario: «durante la [1ª Guerra Carlista] –afirma Tejado– se debatió menos la cuestión dinástica que la cuestión […] política». «La lucha –añade– no era tanto entre carlistas e isabelinos, como entre realistas y liberales. Las personas, las dinastías de Doña Isabel y D. Carlos, tenían, pues, en la lucha un valor relativo». «Lo que puede mantener constituido y en actividad al partido carlista –prosigue–, es menos la cuestión dinástica que la cuestión social; o, de otro modo, es menos la cuestión de personas que la cuestión de principios». «¿Quién hay ya –se pregunta– que preste un valor real y decisivo a la cuestión jurídica de la legitimidad?». «Es menester –concluye– que ante todo se cuenten y se recuenten los hombres de bien que se hallan dispuestos a combatir todo hecho perturbador, toda idea disolvente, toda doctrina revolucionaria; y que […] decidan […] si es posible, si es conveniente, si es lícito confundir la noble lealtad con la tenacidad injustificable; sacrificar a la consecuencia de un afecto meramente de partido el santo amor de la patria».
Por supuesto, La Esperanza (1ª época) no se iba a quedar callada ante este novedoso sofisma que en el futuro haría fortuna en todo género de tradicionalismo o integrismo. A una afirmación de Tejado sobre que los carlistas no estarán inactivos, responde el diario con esta coletilla (16 Julio): «Es verdad: no estaremos ni estamos inactivos para defender nuestros altares, nuestras familias y nuestras haciendas contra todos los partidos, los sistemas, las personas que directa o indirectamente, con amenazas o con buenas palabras, con franqueza o con hipocresía, de frente o de flanco, ataquen tan sagrados objetos –suponemos contestarán a esto, satisfaciendo a El Pensamiento, los carlistas». Ante la lista de males (reales o supuestos) de que Tejado acusaba a Carlos VI –y siempre habida contra un Rey legítimo, cada vez que se invoca la susodicha nueva teoría–, La Esperanza (13 Julio) comenta que a D. Carlos se le presenta «con todos los negros colores que han sido ya empleados por la prensa liberal y ultraliberal», y apostilla: «una serie de lamentables equivocaciones… podría decir a esto, si no tuviera otros recursos, el interesado». Pero la réplica más fuerte la dará Pedro de la Hoz ese día 13. Si bien se dirigía a La Correspondencia y no a Tejado, éste se daría plenamente por aludido: «además de tener bien probado –asevera D. Pedro– que [a la comunión legitimista] no la falta la paciencia necesaria para aguardar cuanto convenga [para salir de la crisis], es bien notorio que, en orden a personas de la familia capaces de regirla, no tiene más dificultad que la que nuestros vecinos de allende el Pirineo llaman l´embarras du choix. Imaginarse, como algunos parece se lo imaginan, que entre tanto no hay más que tender sus redes hacia ella para atraérsela, es torpeza risible. Está sobradamente aferrada a sus doctrinas, para dejarlas por otras que cada día ve más desacreditadas por la experiencia. No vale imitar la voz de los suyos para engañarla: sabe que andan muchos lobos en torno de ella, y con ver que no pueden mostrar la patte blanche, como diría La Fontaine, que la sirva de segura regla para distinguir a los propios de los extraños, con eso la basta para no abrirles la puerta de la casa. Aún es más risible de parte de algunos de sus antiguos adversarios, decirla que es ya inútil su resistencia, que ceda, que se una con ellos para combatir, juntos, a los peores. Ante todas cosas, les pregunta, ¿cómo estáis vosotros? Perdidos, tienen que responderla. Y entonces, prosigue ella, ¿qué gano yo con ponerme a vuestro lado? Echar sobre mis cadenas materiales, las vuestras, que son materiales y morales. Uníos, pues, vosotros a mí, que para darnos todos por completa e irrevocablemente vencidos, siempre habrá tiempo de sobra».
La polémica contra G. Tejado la continuaría A. J. de Vildósola hasta el 25 de Julio. Tras la «Gloriosa» de 1868, la mayoría de los neocatólicos acataron al Rey Carlos VII; Tejado también puso su pluma a su servicio, iniciando la época de sus mejores obras hasta que le sobrevino en Noviembre de 1885 una congestión cerebral que le dejó incapacitado, por lo que murió en 1891 como carlista, aunque los disidentes integristas le reclamaban como suyo.
Félix M.ª Martín Antoniano
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