Crónica de la quinta jornada tradicionalista del Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta: el liberalismo, la raíz del mal (I)

liberalismo, ¿qué es?

El pasado domingo 26 de febrero, en la ciudad de Valencia, el Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta llevó a cabo la que fue ya su quinta jornada tradicionalista, la segunda del año 2023 y cuarta dedicada a La sociedad tradicional y sus enemigos. En ella —con la que alcanzamos el ecuador de nuestro curso— abordamos el cuarto capítulo de la obra, sobre el liberalismo como raíz del mal. Dos correligionarios se ocuparon de la exposición en sendas partes diferenciadas pero complementarias. Se ocuparon, en primer lugar, de los fundamentos clásicos del libre albedrío; y, después, de la génesis histórica y del desarrollo de las ideas nucleares del liberalismo como ideología y como mentalidad ideológica.

Rezada, como es costumbre, la oración compuesta por Santo Tomás de Aquino para antes del estudio, nuestro presidente comenzó su intervención ateniéndose al título: liberalismo, ¿qué es? Básicamente, una cosmovisión construida sobre una perversión de la noción clásica de libertad. Este concepto aparece por primera vez en España en 1812 durante la polémica entre las élites españolas favorables unos a la innovación política, otros a la renovación de la política tradicional. Los primeros se autodenominaron «liberales» para diferenciarse de sus adversarios, a quienes llamaron «serviles» por apoyar el Antiguo régimen. Atendiendo a la sustancia del concepto, ¿qué es la libertad? Primeramente, un concepto que no es unívoco. Esto es, «libertad se dice de muchas maneras». Pero para concretar la explicación, la exposición se centró en la libertad como libre albedrío y, desde aquí, se diferenciaron dos aspectos: la falibilidad del libre albedrío y la plenitud del libre albedrío.

El método de pensamiento clásico parte de observar la naturaleza. La realidad. En el mundo vemos que los seres vivos se caracterizan por recibir impresiones del mundo, por sentir y re-accionar. La capacidad de acción es mínima en las plantas y mayor según el grado de complejidad de los animales. Pero la acción de estos, por múltiple e impredecible que sea, siempre está predeterminada por sus instintos: por su predisposición natural.  Por eso ningún animal, salvo el hombre, es tan complejo como para conocer el bien de las cosas y conformar su acción con él. Por lo mismo, decimos que sólo el hombre posee inteligencia —capacidad para conocer el bien de las cosas— y voluntad —capacidad para desear ese bien y actuar conforme. Y estas dos facultades constituyen velis nolis la libertad humana.

La voluntad humana posee dos dimensiones: una indeterminada y otra determinada. La primera consiste en la no necesidad respecto a los bienes específicos que aparecen ante él. Por ejemplo, uno puede apetecer la dulzura del buñuelo que le ofrece el tendero, pero puede rechazarlo por un bien mayor, como la reparación propiciada por el ayuno. Este ejemplo nos indica que nuestros apetitos dibujan un orden, una jerarquía ordenada que podríamos representar cual espiral ascendente de bienes cada vez más sublimes conducentes, en última instancia, al Bien mismo: a Dios. Sólo Él, Infinita bondad, puede colmar el naturalmente insaciable apetito humano de bondad. La actitud realista, clásica, consiste en integrar ambas dimensiones de la voluntad humana: la indeterminada respecto a los bienes-medios y la determinada respecto al bien-fin último. La libertad es, pues, la capacidad de elegir los bienes-medios más convenientes respecto al bien último humano: la visión beatífica y su unión con Dios.

Ahora bien, a pesar de ser libres, podemos fallar. Podemos anteponer un bien inferior respecto a uno superior. Es corriente referirse a la libertad como «la capacidad de equivocarse». Sin embargo, no es esta falibilidad la que perfecciona nuestra libertad, sino el desuso de esta falibilidad mediante el ejercicio de las virtudes. Lo cual nos conduce al tercer aspecto a tratar: la libertad como plenitud del libre albedrío. Para los clásicos, la libertad virtuosa, la libertas maior necesita de la verdad. Necesita del orden, del logos. Así, se nos dice que «la verdad os hará libres» (Jn., 8, 31). Lo cual nos devuelve a la realidad ordenada, cognoscible, en la que podemos conocer el bien y actuar conforme, haciendo plena nuestra libertad.

Frente a la libertad clásica se alzó la libertad moderna. El primer golpe lo realizó el nominalista Guillermo de Ockham, según el cual la Creación no es «de suyo» como es. La nieve podría ser negra si Dios lo hubiese querido así. Esto significa que nos es imposible reconocer lo verdaderamente bueno porque nada lo es con necesidad metafísica, absoluta. Lutero continúa esta vía arremetiendo contra la naturaleza humana, totalmente corrupta —según él— por el pecado original, e incapaz de una buena voluntad. Sólo la fe en Dios lo puede salvar de su imposibilidad para ser bueno. El hombre es esclavo de sus pasiones. Ahora bien, si tal es el caso, se necesita un gobernante que administre el juego de las pasiones en la sociedad. Es la tesis de Hobbes en El leviatán: el absolutismo como primera respuesta política al Servo arbitrio luterano. Hasta aquí la primera intervención.

(Continuará)

Círculo Tradicionalista Alberto Ruíz de Galarreta

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