Historias puñeteras (y IV): Justicia en el País de las Maravillas

Concentración de Letrados de la Admón. de Justicia en Málaga. Foto: Málaga Hoy

Yo, lo confieso, que no puedo gloriarme de más nobleza que la de toga y aún ésta sin reconocimiento social ninguno, disfruto mucho con un buen juicio. También disfruto de buen juicio, no crean, aunque no siempre dé signos evidentes de ello.

Quizá por eso siempre me haya caído simpático el Rey de Corazones a quien mueve, no un justiciero anhelo de condenar a Alicia en tiempo y forma, ni de refrenar las arbitrarias condenas a muerte de su imponente esposa, la Reina, sino lisa y llanamente el placer de jugar a ser juez. Así, cuando la augustísima Reina le ofrece a la asustada criatura (Alicia) un viaje relámpago al cadalso, sólo ida, la apocada criatura (el Rey) se apresura a solicitar a su consorte el permiso para hacer un breve teatrillo con mazos y ujieres:

«—¿Y no podemos hacer un juicio…? ¿Aunque sea un juicio pequeñito…? ¿Eh…?

  —Bueno, está bien… ¡Que comience el juicio!»

El resto es de todos conocido: los naipes regios barajados y cortados, montan enseguida toda una Sala donde se desarrolla la sentencia, primero y el juicio, después. En realidad todo el proceso no es más que un paripé indisimulado y no muy serio cuyo objeto no es otro que darle una cierta pátina de legalidad al hecho notorio y patente: Alicia debe de ser ejecutada por haber concitado los odios (justos o no, ésa es otra cuestión) de la irascible monarca.

Resulta extraordinariamente curioso que, mientras la plebe de la Administración de Justicia de este país tiene en jaque al Gobierno, la élite, la aristocracia, la gente bien, los Jueces y Magistrados, vaya, ofrezcan al atribulado público más paralelismos con la guardia real de celulosa de la Reina de Corazones que con un cuerpo funcionarial con dignidad, autoridad, inamovilidad, imparcialidad y demás zarandajas con existencia más o menos en acto de la Ley Orgánica del Poder Judicial (hasta hoy, LOPJ y, dentro de no mucho, LLOP).

Que los Letrados de la Administración de Justicia son unos terroristas muertos de hambre nos ha quedado a todos meridianamente claro, gracias a la elocuencia socialista del Señor Secretario. Lo que también empieza a quedarnos a todos dolorosamente claro es que las atropelladas profecías de una oscura asesora del Ministerio de Igualdad sobre los Jueces y Magistrados tienen visos de cumplirse.

Cuando vi por primera vez el vídeo, joven, ingenuo y de natural bondadoso como soy (y un rato mentiroso, también), me reí. Me reí porque pensé que era lo más parecido a una broma que pueda salir de las cabecitas locas y de las lenguas viperinas de la buena gente de Podemos y Compañía. Una muy sucinta recapitulación de los hechos podría ser la siguiente: el Gobierno (o sea, Carmen Calvo y las feministas fachas) propone una reforma del Código Penal para incluir en él sus delirios adverbial-redundantes (i.e. sólo sí es sí); los profesionales del Derecho, comenzando por los señores y señoras que, por mandato de la LOPJ —y bajo la supervisión de la LLOP— están llamados a aplicar las leyes, advierten al Gobierno de que su nueva aventura legislativa tendrá como primer y principal resultado poner a toda una serie de delincuentes sexuales de patitas en la calle, porque hay una cosa que se llama retroactividad de las disposiciones sancionadoras favorables al reo, que es, prima facie, un sintagma jurídico-pedante más pero que, primero, significa exactamente lo que significan todas esas palabras juntas y, segundo, está en la Constitución. Que sí, que es flexible y adaptable a las circunstancias y tal, pero hasta cierto punto. El Gobierno (ya sin Carmen Calvo y quizá sin las feministas fachas y sólo con las feministas incautas) decide tirar para adelante y aprobar la reforma. Los profesionales del Derecho no tienen más cáscaras que aplicarla y, entonces, por arte de magia social-pudiente[1], resulta que la puesta en libertad, por doble mandato de la Ley y de la Ley de Leyes (i.e. la Constitución), es culpa suya. Suya de ellos, de los Jueces y Magistrados fascistas, claro, no de ellas, las feministas y feministos del Gobierno:

«— ¡Fórmense, señores jueces, fórmense!»

Los señores jueces (las señoras jueces son, en todo, inocentes) no saben Derecho. No como las asesoras del Ministerio de Igualdad. ¿Se imaginan el desastre institucional que podría organizarse, si las asesoras de los Ministerios de este país no supiesen Derecho?

No deja de llamarme la atención, empero, el uso de un término algo pedante, discúlpenme, como «formarse», que tiene unas ciertas resonancias de Plan Bolonia, merced al cual las jóvenes generaciones ahora van a la Universidad no a aprender cosas ni a leer libros, sino a formarse, a adquirir competencias. En castellano común y corriente, cuando alguien no sabe algo que debería saber, se le dice que estudie. Y estando yo en estas razones, se hizo la luz, claro.

Una asesora del Ministerio de Igualdad, aunque no sepa Derecho, ni sea competente en lengua castellana, ni en nada en general, posee una formación bastante aquilatada en eso que ahora se llama postureo y que siempre se ha llamado etiqueta cortesana. Porque toda asesora es una cortesana, al fin y al cabo. Una asesora no puede permitirse el lujo de que la cojan en un renuncio, ni siquiera lingüístico, de ahí la prudente elección del vocablo. Dicho en otras palabras, tenía que decir «¡Fórmense!», y gracias a Dios, porque la alternativa bien podría haber sido «¡Hestudien!».

Hay otro interrogante, claro, mucho más preocupante que la ortografía (cuya importancia, no es, sin embargo, menor) y es el uso o no de pronombres en aposición: ya sabemos, porque ya lo explicó con su gracia, salero y arrogancia habituales el ínclito Doctor Sánchez en manos de quién está la Fiscalía. Por si le quedaban dudas a los españoles de buena fe (que no son tantos, por cierto), luego vino Dolores, la inefable Dolores, a confirmárnoslo. Sospechamos, en vista de los recientes acontecimientos, que a lo mejor los L-etarras de la Administración de Justicia no están en manos del PSOE, de lo cual es justo y necesario congratularse. Pero, ¿y los Jueces? ¿Cuántos insultos de petimetres paniaguadas están dispuestos a soportar? ¿Cuántas leyes inicuas y absurdas están dispuestos a aplicar, agachando la almidonada cerviz? ¿No estamos aquí tocando lo esencial, es decir, no escucharemos, a este paso, más que un «¡Fórmense!», lisa y llanamente un «¡Formen!»?

La reina de corazones

Sabemos que, por el momento, la Judicatura española no es un mazo de naipes que una lunática Reina de Corazones baraja a su antojo para formar, ora un terreno de croquet, ora una sala para que su marido se divierta siendo juez un rato. Pero nos gustaría, mucho, mucho, mucho, obtener alguna prueba más tangible que nuestra sola creencia, cada vez con menos fundamento in re.

Señorías, Señorías, por el amor de Dios:

¡Que comience… Algo…!

[1] Véase la nota 1 de Historias puñeteras I: De Jueces y Letrados.

G. García Vao

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