Las sucesivas leyes de enseñanza son pasos en el mismo desastre educativo. Aunque en las disputas partidistas se exageren diferencias de detalle, todas las marcas electorales comparten la misma idea de formación.
Por eso las leyes de los conservadores profundizan tendencias de las leyes de los progresistas, y viceversa. Una de las aspiraciones más enojosas es la burocratización del trabajo del profesor. Y en esto, como en la consagración de las llamadas competencias, la LOMLOE da otra vuelta de tuerca.
Desde hace décadas los departamentos de colegios e institutos deben tener un documento que concrete las leyes educativas para su aplicación en el centro. Este abultado documento, llamado programación didáctica, debe hacerse de nuevo cada pocos años y puede alcanzar cientos de páginas. Es la ley de la ley.
Los psicopedagogos insisten en que es «un documento vivo». Con lo que todo apunta que, con la reciente norma, se forzará su reelaboración cada curso. También inciden los psicopedagogos en que, como documento vivo, ¿por qué no reformular esas programaciones durante el curso vigente, si así se estima?
Igual que las competencias no son directamente evaluables, las programaciones didácticas tampoco son directamente aplicables en la clase. Por lo tanto, el profesor está obligado a elaborar también una programación de aula donde se registre el seguimiento del guión que ha pensado para el curso. Cuando algo falle o un objetivo no se alcance, esa guía de aula indicará qué cosas hay que eliminar o sustituir en la programación didáctica.
Aunque aquí lo refiramos con rapidez, es difícil expresar el tiempo que se pierde en elaborar una de esas programaciones: con el BOE en una mano, el Boletín autonómico en la otra, la Propuesta curricular del centro medio agarrada con el codete… Éste es un tiempo que se quita a la preparación de las clases, o a la atención detenida de los alumnos, para considerar cómo auparlos mejor en su escalada formativa.
También esta burocratización afecta a lo que antes era la formación constante del profesorado. Hoy, caricatura guarística de verdaderos cursos y seminarios, los profesores están ahogados en vodeviles donde hay que fichar para rapiñar 5 o 10 créditos ECT, perdiendo tardes enteras.
Mucho podría decirse de esa idea de educación que comparten conservadores y progresistas, que profetizan pedagogos siniestros. Lo que más espanta es la lejanía con la realidad de los muchachos, de la enseñanza cotidiana. ¿Han visto algún niño en los últimos veinte años?
La prueba de su inopia son esas programaciones imposibles de cumplir, interminables de diseñar, siempre por reelaborar. Ahí se esconde una superchería: pensar que la realidad se va a comportar como lo diseñes en el papel, porque ese papel se titula «programación». Son presa de la superstición de que los alumnos son una masa informe esperando el rodillo del guión del aula. Obviando groseramente cómo es hoy la sociedad española.
Pero, por mucho que lo quieran, ningún muchacho es una arcilla cuya naturaleza es la misma maleabilidad.
Roberto Moreno, Círculo Cultural Antonio Molle Lazo
Deje el primer comentario