El primer generalísimo del ejército vandeano era un hombre común, de pueblo, nacido en Pin-en-Mauges, en 1759. Resaltaba ampliamente por sus virtudes, de oficio era vendedor ambulante, realizaba encargos a domicilio y además, era cantor en su parroquia. Su labor ambulante le ayudó a conocer gran cantidad de personas y, de esa forma, poder conversar con ellas y compartir sus firmes principios e ideas contrarrevolucionarias.
A sus 34 años ya era padre de familia numerosa, conformada por su esposa y sus 5 hijos. En ese contexto, se cuenta que un 11 de marzo de 1793 se encontraba dejando listo el horno para poder preparar el pan cuando fue a visitarle un primo que le comentó lo sucedido con los conscriptos en el golpe de Sain Florent, pues él había estado por allí. El relato le marcó y acto seguido, muy dispuesto, se lavó las manos, se vistió rápidamente, se ciñó la pistola, portó en la cintura el Santo Rosario, e inmediatamente se dirigió a conversar con la comunidad sobre cómo reaccionar ante la situación crítica que atravesaban. En principio, se le unieron 28 personas. Como buen católico y hombre de virtud fue con ellos a la iglesia y les dio la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, para que lo portasen en sus chaquetas. También unió espiritualmente a las mujeres, pues les encargó que rezaran por el éxito de la lucha. En cuanto a su familia, su esposa se encontraba muy preocupada, no quería que se fuera, le dijo «¿no ves a nuestros cinco hijos? ¿qué harán sin ti?» y el generalísimo le respondió muy devotamente «Ten confianza; Dios, por quien voy a luchar, tendrá cuidado de ellos».
A la hora de la partida de estos valientes hombres, en el pueblo hicieron sonar campanas. Se recuerda esta fecha, aquel 11 de marzo como el comienzo de aquella epopeya.
Su primer destino fue Jallais, lugar en el que se encontraban unos soldados republicanos, a quienes les arrebataron las armas. Con Cathalineau llegaron 500 personas, a su arribo les había dicho a sus compañeros «amigos, no olvidemos que estamos luchando por nuestra santa religión», hizo una genuflexión, se persignó y cantó a viva voz el Vexilla Regis; después se puso en pie y junto con sus compañeros se dispuso a atacar. Los republicanos quedaron sorprendidos por el ataque y huyeron dejando su cañón. Cathelineau observó que en el campanario de la iglesia se encontraba ondeando la bandera tricolor y la arrió prontamente.
Nuestro decidido Cathelineau continuó avanzando, y en su recorrido, más hombres se alistaban en sus filas. A su vez, siempre mostraba amor y piedad para con nuestro Señor, puesto que no perdía oportunidad para ingresar a una capilla y así dar gracias al Señor de los Ejércitos. De esta forma empezó todo, muy espontáneamente, motivados por defender valientemente sus convicciones religiosas que veían fuertemente atacadas por la revolución.
Como dato curioso, Napoleón afirmaba que Cathelineau, «el santo de Anjou», era poseedor de la cualidad primera de un hombre de guerra, la cualidad de jamás dejar reposar ni a vencedores ni a vencidos.
La muerte del «santo de Anjou» ocurrió el 14 de julio de 1793. Sucedió que, en Nantes, el 29 de junio de 1793, cayó herido mortalmente por un tiro y lo trasladaron al lugar en donde todo había empezado, a las orillas del Loire en Saint-Florent. Su agonía se prolongó por unos catorce días, pero su alma no fue abandonada, pues estuvo acompañado de un sacerdote.
Este santo sacerdote compartió unas palabras que invitan a la reflexión respecto a Cathelineau: «¿Cómo es que alrededor de esta vida corta se ha fijado una gloria que pocos hombres de guerra han igualado? La explicación se encuentra no tanto en los méritos del hombre, como en todo aquello que simbolizaba. Cathelineau personificaba el alma de la Vandea. La revuelta fue popular: él era pueblo. Fue paisano: él era hijo de la tierra. Fue una sublevación de hombres que no temían nada: él según la confesión de todos, era un bravo entre los bravos. Fue una explosión de fe cristiana. Aparece como la viva encarnación de sus compatriotas. Instintivamente el pueblo busca perpetuar en un nombre la memoria del generoso esfuerzo, sacrificio, devoción, trabajo, desprecio por la muerte, hogar y familia abandonados, Dios confesado hasta la sangre. Todo lo que era mérito colectivo y sublimemente anónimo se fijó en un hombre; y todo esto, en la lengua del pueblo sublevado, se llamó Cathelineau».
Mariana de los Ángeles Quispe Verástegui, Margaritas Hispánicas
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