Dos plumas hispánicas

trataremos en paralelo de dos grandes figuras del tradicionalismo: Jesús Evaristo Casariego y José Antonio Pancorbo Bengolea

Jesús Evaristo Casariego y J.A. Pancorvo, foto editada por R. Polo

En el mundo hispánico de impronta grecolatina y gótica nos acompaña el arquetipo del hombre que emplea tanto la pluma como la espada. Tenemos célebres encarnaciones de este modelo de hombre en Jorge Manrique pasando por Garcilaso de la Vega, Ercilla, Cervantes y Lope de Vega. Incluso tras el crepúsculo del Imperio se pueden citar diferentes ejemplos en ambos hemisferios. El tradicionalismo estaría también envuelto en ese arquetipo desde tiempo inmemorial. Lo veremos en este escrito, en el que trataremos en paralelo dos grandes figuras del tradicionalismo: Jesús Evaristo Casariego y José Antonio Pancorvo Bengolea.

Don Jesús Evaristo Casariego fue veterano de la Cruzada de 1936 contra las fuerzas anticristianas que amenazaban a España; siendo combatiente y miembro fundador del Tercio de Nuestra Señora de Covadonga, demostró el heroísmo típico del legitimismo —a pesar de luchar en batallas encarnizadas, no era vengativo ni cruel con sus enemigos, dejando huir a inocentes del bando equivocado—. Por su participación en la mencionada Cruzada de 1936 recibió diferentes condecoraciones que siempre ostentó con orgullo.

José Antonio Pancorvo también vivió una guerra: la lucha contra el cadáver del terrorismo marxista que martirizó a muchos en el Perú. Tenía una ascendencia de milicia que se remontaba a su bisabuelo Manuel Beingolea y Oyague, militar de longeva vida que fue lealista del mariscal Castilla —que a pesar de sus heterodoxias fue respetuoso con la legitimidad hispánica ya que su hermano Leandro, que fue realista en las Indias, también peleó por el rey legítimo en la Península— y cercano al mariscal Cáceres — tal vez ya conocido por los agasajos que dio a Don Carlos VII en su viaje a Lima y su cercanía a clérigos carlistas en su gobierno—. A mayores, fue combatiente durante la guerra fratricida contra Chile. Su abuelo Antonio Beingolea fue ministro de defensa de 1930 a 1931. Don José tampoco permaneció diferente, practicó paracaidismo en la fuerza aérea y fue incorporado a la Academia de Historia Aeronaútica del Perú. Destacó por su afición a la cultura marcial hispánica y japonesa, siendo un ávido practicante del kendo y de los valores de los guerreros orientales —poseía una katana, que mostraba en diferentes recitales—.

Ambos, D. Jesús Evaristo y D. José Pancorvo fueron dos grandes defensores de las costumbres hispánicas. El primero hizo gala de su gusto por la caza practicándola y dedicándole diferentes tratados y poemas; del mismo modo, don José Antonio siendo cetrero y también un ávido taurino que se escabullía a pueblitos de la Sierra a ver aquellos espectáculos, aseverando que por allí los animalistas no iban a molestar. Hay que destacar que, tal vez, la tauromaquia se vive con mayor pasión en Ancash que en la misma Navarra.

Pero esos gustos no eran accesorios y desvelan algo más importante. Su prosa. La prosa de don Jesús Evaristo adoptaba un tono divulgativo, al concretarse en el ejercicio del periodismo y de estudios históricos, sin olvidar algunos escritos políticos. En general, su labor consistió en recordar la historia patriótica; episodios de antes de su formación propia —como los viajes fenicios—, con especial referencia a Asturias, su lugar de nacimiento y objeto de su gran afecto. Destaca su volumen de la historia bélica asturiana en el marco de la patria española. En su prosa poética difería de Pancorvo, ya que la del legitimista asturiano se vertía en coplas o romances, en los cuales eran protagonistas hombres o animales; en otras ocasiones cantaba a sus tiempos de juventud en los cuales combatió en la Cruzada del 36. No podemos dejar de mencionar su «Poema heroico de la Mar de España» en el cual canta a las aventuras de los navíos españoles:

«Sobre ti serviría a un gran Imperio que llevase sus leyes a los mundos en naves, con la pluma y con la espada.

Por eso, solitario y desdeñoso, en mi flotante torre encastillado, libre de enervadoras servidumbres, ahora canto tu gloria y tu grandeza: ¡Oh mar! ¡Oh viento! ¡Oh cielo! ¡Oh riberas!

Escenario magnífico y propicio

a la grande Epopeya de mi estirpe,

que corcel y navío fueron siempre

—rienda y timón, que rigen y sostienen—

los más insignes y altos pedestales

para los grandes gestos de los hombres».

En un estilo muy propio de él y llegando a la armonía José Pancorvo le cantaba al legitimismo:

«El carlismo viene con la tormenta eterna
del gran legitimismo que une el cielo y tierra (…) el carlista
bebe del cáliz más sereno
asumiendo en su alma lo más áureo del tiempo
por ello es un castillo de ascendiente esperanza
y un león elanzado, y un fruto generoso
y tres orantes lirios, y un corazón celeste»

O incluso en diferentes idiomas mezclados en uno invocando a los siete arcángeles en «Mach 3 de Carro de fuego del Conde»:

«Sient arkhangs en prophets! Selene fest feu ! ultre temps e spass Havenly States soberán sobre ceu!Sient arkhangs en prophets! Accends el carr de feu amaryl, cazerí con perics Vrittisarupyam Itaratra. Sient arkhangs en prophets! Un simpel fruter en halt La parad estrel assafrán sobre lagart sepial el carr prepotent! Tient Deus en prophets! Sam Ken Ti  et missus karolinus comes austriak kommand toka toka toka ultratemplar poténtior adversus infernos».

Otra característica poco comentada de ambos se refiere a su compromiso de lealtad con la tradición política hispánica. Ese compromiso se concretó en el caso de don Jesús, siendo leal tras la Cruzada, frente a la oposición y ambigüedad del régimen franquista y también en los episodios agrios de Montejurra; mientras don José, al comprender la legitimidad, impulsó con sus conocidos diferentes iniciativas para el renacer lento, pero con dulces frutos, del legitimismo en su patria llegando a hacer venir al mismísimo Abanderado al suelo patrio un 2008.

En lo que se refiere a la defensa de la integridad de la Fe, célebre es el aviso que adornaba la entrada de la casa de don Jesús: «se prohíbe la entrada de mujeres vestidas de macho y curas vestidos de hereje» y no olvidemos la silenciosa pero intransigente labor del caballero limeño letrado en teología por la restauración lenta del rito tridentino dañado por las derivas postconciliares en América —con el apoyo de la Hermandad San Pío X—. Don José fue también un gran conocedor del misticismo de la tradición latina —siendo muy devoto de San Anselmo— hablando por ejemplo del misticismo de San Juan de la Cruz en sus poemas. En su poesía también se aprecia la influencia de diferentes himnos marianos, a los que unía en su modo militante de ver la Verdad. 

Y aquí entramos en la última parte de esa exposición de virtudes: grandes figuras intransigentes con el error, pero no con las personas. Ya mencioné arriba los valores de caballero barroco de don Jesús, acreditados en la Cruzada del 36, pero también en el ámbito personal a través de su fe militante. Supo mantener amistad con personas de idearios contrarios al suyo —y tal vez por eso fue malinterpretado por algunos—. Idéntica virtud se puede hallar en don José Antonio, que también hizo amistades casi imposibles incluso con bohemios de idearios conflictivos y se ganó el respeto —más no amistad— de un poeta ateo, marxista y homosexual como Oswaldo Reynoso. Famosa fue la réplica del poeta al ser preguntado por un correligionario al encontrarse ambos en una comida: «Más bien, que incómodo debe sentirse don Oswaldo que tiene que compartir una mesa con un reaccionario, ultramontano y dogmático como yo». Eso demuestra una visión que trasciende la idea de conflicto que siempre se espera en la modernidad, pero en el caso de don José, además de ganar mentes, conquistaba respetos por una actitud gallarda sin claudicar frente al error. Ambas actitudes encajan en lo que diría el liberal italiano Edmundo de Amicis: «Los únicos liberales que conocí en España fueron los carlistas».

Siendo ya el final de esta epístola en homenaje, en principio a uno de ellos, en la práctica a los dos, extendamos una oración al Altísimo para que nos ayude a continuar los frutos del hidalgo asturiano y el cantor indiano en nuestra faena de restaurar la patria de patrias bajo la legitimidad mientras recordamos y aprendemos sus virtudes.

Maximiliano Jacobo de la Cruz, Círculo Blas de Ostolaza

Deje el primer comentario

Dejar una respuesta