Plantear bien el surco es lo que permite trazarlo bien. Los principios claros producen los actos buenos. Esto no debe perderse de vista, especialmente al analizar la actualidad y emprender acciones políticas.
En la última sesión de la Luz de la Tradición se pasó revista a algunas tentaciones, en realidad antipolíticas, que buscan seducir libidinosamente nuestro corazón.
A veces un árbol malo da más de una rama troncal mala. El modernismo de aires más progresistas, suele ubicar la sede deformadora de la realidad en el individuo. Pero puede hablarse de una corriente conservadora del modernismo, y no sólo en lo relativo a la religión.
La esencia de los errores modernos es el subjetivismo: existe una instancia que reformula o crea la realidad en conjunto o en sus partes, como la moral o la sociedad. Una instancia que niega la existencia orgánica del mundo y, al contrario, la decreta. Así, una ideología modernista conservadora o de derechas tiende a identificar esa instancia organizadora en una comunidad, en un Estado o referirlo a un recorte historicista.
Éste es, por ejemplo, el aire conservador del modernismo llamado «hermenéutica de la continuidad», como es el que respira detrás de los socialismos, los nacionalismos, los fascismos y lo que ha sido llamado tercera posición. Es, por cierto, la postura condenada del llamado tradicionalismo filosófico. Esto se comentó al hilo de la reciente edición de cierta obra ilustre y con solera, mal curada ideológicamente.
El vigor y la salud del intelecto deben cuidarse para que su operación se ejecute correctamente. Desde esas ideologías, que deforman la realidad, ésta se vuelve incomprensible. Acabamos, lógicamente, confundiendo las creaturas con el Creador.
Y es que la realidad es algo que se conoce y se reconoce: que nosotros no creamos, ni individual ni colectivamente. La naturaleza es un asunto objetivo, no se define desde la subjetividad en ninguno de sus aspectos.
Esto es vital para una política circunspecta a la realidad, por otros caminos no hay tampoco modo de que brille la realeza del poder. Tampoco hay ocasión de entender bien qué es la monarquía, donde el oficio antecede a la dignidad.
En la obra comentada «¿Qué es el carlismo?», se recuerda que el rey se acata, no se elige, y mucho menos se vota. Quién es el rey se determina por unas leyes de sucesión que son objetivas (legitimidad de origen).
Igualmente, quien pierde su derecho regio lo hace por conculcar la objetiva ley natural; lo cual también está indicado en las leyes sucesorias en el caso español (legitimidad de ejercicio).
No son razones subjetivas las que ponen la legitimidad, ni la quitan, sino la realidad natural del bien común.
Agencia FARO/R. Moreno
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