Muchos han tratado de analizar la nueva pedagogía, que trajo Bolonia y trae la vigente ley educativa en España (LOMLOE). Numerosos análisis resultan romos ante las entretelas de esta ideología, fraguada en la Sociedad de la Información, no por inexpugnable, sino porque es inaprensible.
Inaprensible como un sofisma o un absurdo, añadimos. Lo primero que exponen los pedagogos es que esta nueva educación no es exactamente una teoría, un conocimiento, sino que es una perspectiva, un paradigma, un enfoque. Así, sería preciso situarse en ese planteamiento para comprenderlo.
Este enfoque tiene un supuesto esencial: el proceso de la enseñanza y el del aprendizaje se pueden enajenar totalmente de las enseñanzas concretas (de Matemáticas, de Física, de Música). El enseñar o el aprender se hipostatizan. Es decir, que lo que se imparta, sea Química o Lenguaje, no concreta ese proceso en sí. Por lo tanto, es indistinto a la materia a que se aplique, nada condiciona los procesos de enseñanza-aprendizaje en sí.
Por esto, como comprenderán, la reciente ley española posterga ya del todo las asignaturas concretas. En el organigrama de los centros, posterga también los departamentos y los arroja a una rapiña por los porcentajes de evaluación.
Desde aquí se puede ver un poco mejor qué era aquello de las competencias. El alumno no está para aprender conocimientos concretos, sino para aprender a aprender. ¿Qué es eso? Los pedagogos no lo describen exactamente como una técnica, pero se trataría del desempeño que permite aprender cualquier conocimiento concreto en cualquier circunstancia. El aprender trascendental, un acto procesual sustancializado, la llave maestra que desbloquea los aprenderes concretos.
¿En qué va a consistir el trabajo del profesor, y cómo debe prepararse para ello? Si enseñar también es un acto procesual hipostatizado relacionado con aprender, el profesor debe dominarlo no para impartir conocimientos concretos, teóricos o prácticos, sino para enseñar a aprender a aprender.
Si continuásemos con la gracieta, el trabajo profético de los pedagogos consistiría en enseñar a enseñar a aprender a aprender. ¿Aprender el qué? ¿Enseñar el qué? En nuestra lengua, estas voces son verbos transitivos porque la acción que refieren pide necesariamente un objeto para consumarse. Como ven, es una postura de circunloquios, sin sentido real.
El aprender a aprender, el enseñar a aprender a aprender, revisten una condición exenta, pura, desmaterializada. Quizá por eso hay quien ha visto tintes platónicos en esta pedagogía, pero lo cierto es que no los tiene. Es una ideología ante todo subjetivista, antirrealista. E insiste especialmente en que no hay nada objetivo que especifique el conocimiento: el enseñar-aprender tiene esa condición sustancializada por que el sujeto lo determina todo.
Roberto Moreno, Círculo Cultural Antonio Molle Lazo de Madrid
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