Pregón de la Semana Santa de Las Palmas

la semana santa es muy molesta al Liberalismo, porque uno de sus objetivos prioritarios es limitar cualquier expresión religiosa

LA ESPERANZA tiene el honor de publicar el pregón de la Semana Santa 2023 que D. José de Armas Díaz ha leído en la Catedral de Santa Ana, ayer, 30 de marzo de 2023 a las 8 de la tarde, hora local.

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Rvdmos. y Excmos. Sres.; dignas autoridades; Sras. y Sres. en general:

Por encima de la rutina protocolaria implícita en estos actos, he de agradecer de todo corazón a la Unión de Cofradías, Hermandades y Patronazgos en la persona de su Presidente, don José Rocataliata, que se me haya propuesto para pronunciar este pregón, nada menos que en la primera catedral ultramarina del non plus ultra, desde la cual se catapultó la fe católica por el inmenso ámbito de la Hispanidad atlántica y universal. Agradezco también al memorialista D. Santiago García Ramos, su generosa presentación.

¡Hay que ver las emociones que todavía produce el desfile de los tronos, desde el Domingo de Ramos con la festiva Procesión de la Burrita y los palmitos de San Telmo, hasta el solemnísimo Santo Entierro! Y entre éstos dos hitos, el transcurrir de la Oración en el Huerto; el Señor Predicador; el Señor de Humildad y Paciencia con San Pedro penitente; el Señor Atado a la Columna; la nocturna Soledad de la Portería y el Cristo de la Vera Cruz (patrono de esta ciudad); el Cristo de la Cruz a Cuesta con el Cireneo, seguido por la Magdalena; la Dolorosa de Triana; la Verónica; el silente Viacrucis del Santísimo Cristo del Buen Fin en la madrugada del viernes; y el mismo día por la mañana la Procesión de Las Mantillas con el Cristo de la Sala Capitular y la simpar Dolorosa, acompasados a los sones de la Marcha Fúnebre de Chopin. Y un largo etcétera que ya han esbozado pregoneros muchos más capaces que yo[1].

Hemos hecho un somero repaso a los principales pasos de las procesiones capitalinas, pero es de considerar que en otras localidades de nuestra isla se celebran también los desfiles procesionales con mucha solemnidad. Son ejemplares los de Santa María de Guía, Gáldar, San Mateo, Teror, Arucas, Telde, Agüimes, Valleseco, y Agaete.

Entre los escultores más conocidos de la imaginería canaria es obligado citar en primer lugar a José Luján Pérez, nacido en la ciudad de Guía, autodidacta de corte neoclásico, que sembró su maravilloso arte por todo el Archipiélago. Discípulo y heredero de Luján fue Miguel Hernández (El Morenito). Otros, como el palmero Arsenio de las Casas y el tinerfeño Fernando Estévez del Sacramento, también esculpieron para nuestra Semana Santa.

Es de resaltar el entusiasmo aportado a las procesiones canarias, desde hace unos cuantos años, por los andaluces aquí residentes; a pesar de trasponer nuestro carácter tradicional, que al respecto suele ser más profundo, sobrio, y menos extrovertido. Por lo tanto es muy de agradecer el brillo de la aportación afuerina a nuestras tradiciones.

Esa aportación andaluza me sugiere la vigencia consistente y trascendente que implica el concepto «Tradición», (que no es conservadurismo a ultranza porque también se pueden conservar cosas malas), sino conservar lo mejor del pasado, enriqueciéndolo en el presente, para transmitirlo al futuro. Si no se entiende ni se lleva a cabo ésta secuencia de verdadero progreso, no podremos quitarnos de la cabeza el sobado pesimismo de que «cualquier tiempo pasado fue mejor».

Pues bien, la única originalidad que puede aportar este modesto pregonero es la intención de pregonar la Verdad y ponerla de relieve; quizás porque me refocilo en el retruécano que contestó Santa Teresa de Jesús cuando el Tribunal de la Santa Inquisición le preguntó si, como se comentaba en algunos círculos, ella se creía en posesión de la Verdad: «No es que yo posea la Verdad; es que la Verdad existe y yo me dejo poseer por ella».

Creo que, entre la gente de bien, y sin segundas…, —que no se haya dejado dominar por las rampantes ideologías progresistas— persiste un sentido común que evidencia este momento histórico sin precedentes. Pero la gran mayoría de la sociedad de masas, considera atractiva la mutación de las verdades naturales trascendentes, las verdades morales y hasta las verdades históricas. Como tal masa, en vez de oponerse, se acomoda y lo consiente, el Poder borra a decretazos estas verdades y otras muchas, como si fuera cosa natural y razonable. Se intenta sustituir la realidad de las tradiciones históricas con disparatadas interpretaciones, como si esto fuera la cosa más natural.

De instancias inesperadas, —por superiores y por la supuesta misión intrínseca de salvaguardar la Verdad, en este caso religiosa—, surgen también lamentables y desalentadoras originalidades que, por ejemplo, pretenden retrotraerse a la pagana y prehistórica «Amazonía», como para volver a empezar, en un exacerbado sentimiento de culpa o complejo que termina en temerarias actitudes que parecen pretender reencarnarse en la Divina Providencia. Así, se reinterpretan términos como por ejemplo el de «misión» o «proselitismo». Es un malabarismo equilibrista y ridículo, y muy peligroso porque pone en juego la Verdad. 

La adhesión a la Verdad Eterna con mayúsculas y a las verdades históricas concretas, y su propagación y difusión, es la única manera de predisponerse a combatir tales ideologías progresistas al uso.

Con todo esto y otras muchas cosas parece inaudito e inimaginable que ya avanzado el siglo XXI existan aún personas de buena fe que no se percaten de la realidad persecutoria que sufre la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Sin duda, como ya reconoció el propio Pablo VI «por alguna rendija el humo de Satanás entró en el templo de Dios[2]».

Sentadas estas premisas, es evidente que el progresismo en los últimos tiempos invade la sociedad, plantea reformas que son innegociables vistas desde una perspectiva espiritual con aspiraciones de Verdad y eternidad; a no ser que se antepongan las conveniencias materiales a las convicciones del espíritu.

Constatando, creyendo y sufriendo… esta realidad que acabo de advertir, me vi en la disyuntiva de, bien perorar un sermón impropio de un seglar ciertamente crítico o bien limitarme a exponer la faceta folclórica de nuestra Semana Santa.

Ante esa encrucijada decidí tirar por el camino de en medio, sin que esto suponga balancearme en el falso aforismo de que la Verdad se encuentra en el término medio, porque la mitad de la verdad resulta ser la peor de las mentiras.

Es natural que, a principios del cristianismo, la tradición oral corriera varias generaciones con el recuerdo de la Pasión, vivida, vista y oída por los trasabuelos de los primeros cristianos. Sus cultos estuvieron constreñidos a las catacumbas hasta que el emperador Constantino los liberó con el Edicto de Milán en el año 313. Muy poco más tarde, el emperador Teodosio el Grande —natural de la Hispania bética, nacido en Carmona— proclamó la Verdad, instituyendo el Cristianismo como religión oficial en Roma y condenó el arrianismo. Se estima, con el testimonio de los primeros Santos Padres, que fue entonces cuando empezó la manifestación pública de la primera Semana Santa. Precisamente de ahí deriva el odio que la progresía da al nombre de Constantino y el sentido peyorativo que aplica al término «constantinismo».

La Semana Santa, lógica y necesariamente, es muy molesta al Liberalismo rampante de cualquier signo, porque uno de los objetivos prioritarios de esa ideología es limitar cualquier expresión religiosa (y en concreto la católica Verdad) al ámbito exclusivamente privado. Y sin embargo la Semana Santa tradicional es la más bella, entrañable y extrovertida manifestación religiosa, que rebasando el círculo individual y familiar se derrama en las calles, demostrando públicamente la vigencia de una popular y arraigada piedad sacra.

Estamos, pues, ante el mayor peligro contra la Semana Santa. Esto es así, y al constatarlo, nadie podrá acusarnos de victimismo catastrófico. Ahí tienen el precedente ejemplar de la prohibición de la Semana Santa y los Via Crucis en Nicaragua, decretado el día 2 del presente mes y año por Daniel Ortega, destacado sacerdote cabecilla de la Teología de la Liberación, presidente de la Nación. 

El ataque en España supongo que no será frontal. Parece claro que el poder revolucionario no va a asumir de golpe responsabilidades de clara agresión inmediata. El enemigo conoce por experiencia histórica su fracaso al violentar directamente los sentimientos religiosos aún vivos. ¿Cómo volver a pegar fuego a los templos y las imágenes y asesinar a mansalva a todo creyente clérigo o laico[3]? Ahora el método es otro: Claro que se utiliza el procedimiento individual para profanar todo lo profanable, pero esos atentados aislados se atribuyen a algún extremista «incontrolado» … y punto. La táctica empleada es ir inoculando en la Sociedad del Bienestar capitalista, una serie de virus revolucionarios que subrepticiamente redondeen el proyecto cultural totalitario; una vez logrado esto, volverán a la hoguera definitiva. Es el mismo modo utilizado en las legalizaciones asesinas del aborto y la eutanasia, los cambios de sexo, la autoridad paterna y todos los disparates contra-natura, habidos y por haber; los cuales ya están legalizados y en consecuencia son políticamente correctos. No en vano ya se está trabajando en una legislación que prohíba la Semana Santa.

Es curioso el bien espiritual que puede proporcionar a nuestras almas la exposición de la belleza religiosa cuando se pone en público movimiento la materialidad de la Semana Santa en nuestras calles. Para que su mensaje sea profundo, es absolutamente necesario demostrar que esa sagrada expresión plástica, no es casualidad, sino causalidad de un tiempo litúrgico anual, y resultado de unos hechos históricos que expresan nada menos que la conmemoración de la Verdad de la Redención del género humano, que se basa en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, según los Santos Evangelios.

Es enorme el caudal de textos sociales pontificios que fundamentan, apoyan, recomiendan y bendicen estas manifestaciones públicas y otras similares. Sería muy compleja su mera enumeración[4].

Me parece oportuno, tratándose de las imágenes de la Semana Santa, subrayar algunos rasgos fundamentales sobre la Belleza y concretamente las Bellas Artes en relación con la Naturaleza.  Es evidente que a partir de la segunda mitad del siglo XX generalmente se ha suprimido el adjetivo de Bellas, lo cual es lógico, porque en la mayoría de las artes se cultiva el feísmo. 

Toda cultura tiene su expresión máxima en el mundo del arte. Nos dice un bellísimo párrafo del crítico Manuel Abril: «Las obras de arte auténticas nos están diciendo siempre: somos hondas, profundas, esenciales; somos hijas del Creador por el intermedio del hombre. Virtud doble. La Naturaleza es de Dios; el arte de los hombres. La una del Creador; el otro, de los creadores. Las obras del Creador son recreadas después, cuando pasan por el espíritu del hombre, y son allí sometidas a una elaboración exclusivamente humana, que también se llama creación (con minúscula) porque tiene una lejana analogía —lejana pero indudable— con la actividad del Propósito Hacedor que ha creado los mundos y los seres. Eso dicen las obras de arte y en eso está su hondura». Y más adelante añade: «Es frecuente y dar por aceptado que las obras de arte son bellas porque se parecen a las obras de la naturaleza, cuando la verdad es que la naturaleza nos parece bella por la misma razón que nos parece bella una obra de arte: porque la una y la otra reúnen determinadas condiciones para que al entrar en el espíritu germine y allí se desarrolle la sensación de la belleza[5]».

El arte en general tiene una finalidad existencial de la que no podemos prescindir. No puede afirmarse como lo hizo Oscar Wilde que «el arte es absolutamente inútil[6]». Todo lo útil no es necesariamente bello, pero todo lo bello, por el hecho de serlo, es en esencia necesariamente útil.

Es realmente esclarecedor el «Mensaje a los Artistas», del Concilio Vaticano II, en el cual se lee entre otras cosas sobre el arte sacro: «Este mundo que vivimos tiene necesidad de belleza para no caer en la desesperanza. La belleza como la verdad, es quien pone la alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste la usura del tiempo, que une a las generaciones y las hace comunicarse en la admiración[7]».

La generalidad de éstas consecuentes particularidades no es extraña a los que ya peinamos canas, ya que tuvimos la suerte de aprenderlas en nuestras familias, y seguimos meditándolas en la enseñanza fuera de casa desde los comienzos de la vida colegial y académica. Pero si preguntamos hoy a la juventud por la consistencia y la razón de ser de la Semana Santa, la mayoría no saben contestar, lo cual es lógico. El tiempo cuaresmal ya no se prepara con los Ejercicios Espirituales, el memento de la ceniza, los ayunos y abstinencias, y otras prácticas convenientes. Ahora la Cuaresma se solapa con la pagana locura del Carnaval, y luego se remata con la degradante riada humana, que casi desnuda (y sin casi), desemboca en las playas del Sur, prescindiendo y despreciando la profunda piedad que suscita la Semana Santa.

A fines de la primera mitad del siglo XX dijo S.S. Pío XII que «el mayor pecado del siglo XX es el escándalo». Más tarde oímos decir a nuestro sabio y santo Obispo Pildain que «el mayor pecado de la segunda mitad del siglo es que el escándalo no existe», porque ya ni siquiera se sabía lo que es.

Hoy en día, desde el giro de timón obrado en la Santa Iglesia como consecuencia de las interpretaciones del Concilio Vaticano II, la deriva nos incita y anima a «formar lío». Y yo, lejos de toda papolatría, lo acato, y en eso estamos… No tengo el más mínimo escrúpulo en confesar que cada día cuando rezo el Santo Rosario, al final, para ganar las consabidas indulgencias, sigo orando por el Santo Padre, pero me he sentido tentado de omitir la alusión a «sus intenciones» porque hodierno son muy confusas. Sin embargo, con motivo de este pregón, se me ha propiciado conocer que esas intenciones no pueden ser objeto de opinión personal del Sumo Pontífice, sino que las indulgencias tienen su sustancia en un fundamento doctrinal, el cual expongo para que los ignorantes, como yo, despejen algunos prejuicios. Esas intenciones papales imprescindibles se concretan en seis condiciones: 1/ Exaltación de la Iglesia Católica. 2/ Eliminación de la Herejía. 3/ Propagación de la Fe. 4/ Conversión de los pecadores. 5/ Concordia entre los pueblos cristianos. 6/ Bienes del Pueblo de Dios. 

Como dice un tango, es triste constatar el ingenio veraz del retrato sociológico lunfardo del «Cambalache, problemático y febril», referidas al siglo XX. Aparte de algunas excepciones muy meritorias, casi nadie relevante en la Santa Madre Iglesia está dispuesto a organizar la Contrarrevolución ante este desastre. No es de extrañar que en pleno siglo XXI, la espesura de aquél «humo de Satanás» se incremente hasta lo dramático, y ya sea irrespirable.

He dicho bien. Me explico: Según el diccionario de la R.A.E., revolución es «perturbación, alboroto, rebelión». Pues bien, perturbado y alborotado el orden de las cosas que había, la Contrarrevolución necesaria, urgente e inaplazable no es organizar otra revolución en contra, sino, lo contrario de la revolución[8]; o sea, restaurar las cosas perturbadas a su estado natural y primigenio; es decir, a su estado tradicional. Volver a comprender la sabiduría de la Iglesia en el establecimiento de este tiempo litúrgico, estudiarlo, conocer sus fundamentos, vivirlo desde Septuagésima hasta el glorioso día de Pascua Florida con autenticidad, y transmitirlo tal como se fue haciendo durante tantos siglos.

En definitiva, ¿cómo no ser conscientes del significado y de la obligación que nos imponemos cuando oramos «Hágase Tu voluntad así en la tierra como en el cielo?», que no es otra sino la de cooperar y luchar, suaviter in modo fortiter in re (o sea, suave en la forma pero fuerte en el fondo), por la instauración del Reino de Dios en la tierra. ¿O quizás sea que rezamos y repetimos esa oración primordial cual si fuéramos loros irracionales? 

Me parece oportuno someter al criterio de ustedes el testimonio profético que escribió en las postrimerías del siglo XIX un filósofo francés liberal y herético, Ernest Renan, al final de sus días: «Un inmenso rebajamiento moral, y quizás intelectual, seguirá al día en que la religión desaparezca del mundo. Nosotros podemos estar sin religión porque otros la tienen por nosotros. Aquellos que no creen serán arrastrados por la masa más o menos creyente, pero el día en que la masa no tenga ya más impulso religioso, los bravos, ellos mismos, irán cobardemente al asalto. El hombre vale en proporción del sentimiento religioso que él lleva consigo desde su primera educación y que perfuma toda su vida. Las personas religiosas viven de una sombra, nosotros vivimos de la sombra de una sombra. ¿De qué se vivirá después de nosotros[9]

El matiz de pesimismo desaborido que provocan esas realidades expresadas por este paradigmático filósofo liberal, nos sirve de medida para calibrar el monto de liberalismo que inconscientemente podemos tener asimilado. Sin embargo, aquella visión derrotista y casi desesperada no puede ser asumida por un católico. Nosotros tenemos el deber de no desesperarnos ni abatirnos ante sus lógicas conclusiones, porque tenemos argumentos sólidos y suficientes para enfrentar ese escepticismo con la esperanza de las Promesas de Nuestro Señor Jesucristo; claro, siempre que no caigamos en el otro extremo de vano optimismo, y estemos dispuestos a colaborar consecuentemente con la Divina Providencia.    

Doy por supuesto que estoy ante un auditorio católico y civilizado; me basta y les agradezco la cortesía de soportar mi perorata.

Ya casi se ha consumido el tiempo que me propuse para intentar no cansarles demasiado.

Me resta invocar el ejercicio de las virtudes teologales:

Fe para asumir la totalidad de la Verdad con humildad, para mayor gloria del Redentor, cuya Pasión conmemoramos.

Esperanza (que no es lo mismo que vana ilusión) en la victoria de la Verdad sobre todas las cosas.

Caridad para «amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos»; y también para con este pregonero, por si no hubiera sido capaz de sostenerse ante ustedes en las debidas Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza, que constituyen las virtudes cardinales.

Les suplico, por último, un sacrificio ya que estamos en Cuaresma: Como tengo para mí que en un templo no se debe aplaudir ni silbar, les pido que me concedan el gran favor de reprimir cualquiera de esos naturales impulsos[10]. ]

Les deseo a todos una santa (valga la redundancia) y feliz Semana Santa.

Nada más, muchas gracias. 

José de Armas Diaz


[1] Alzola, José Miguel: La Semana Santa de Las Palmas. Artes Gráficas Clavileño. Madrid, 1989. (Creo que es la obra más recomendable sobre la Semana Santa capitalina.)

[2] S.S. Pablo VI: (29 de junio de 1972) X aniversario de su pontificado.

[3] Montero Moreno, Antonio: Historia de la persecución religiosa en España (1936- 1939). B.A.C., Madrid, 1961; Hernández Figueiredo, José Ramón: Destrucción de patrimonio religioso en la II República (1931-1939) A la luz de los informes inéditos del Archivo Vaticano. B.A.C., Madrid, 2009; López Teulón, Jorge: Inspirados por Satanás. Edit. San Román, Madrid, 2022.

[4] Torres Calvo, Angel: Diccionario de textos sociales pontificios (1.948 págs). Compañía Bibliográfica Española, S.A., Madrid, 1962.

[5] Abril, Manuel: De la naturaleza al espíritu. Espasa-Calpe, S.A., Madrid, 1935. (págs. 16 y 23)

[6] Gómez de la Serna, Ramón: Oscar Wilde. Editorial Poseidon, Buenos Aires, 1944. (pág. 88)

[7] Concilio Vaticano II, Constituciones. Decretos. Declaraciones. B.A.C., Madrid, MCMLXI (págs. 840-841)

[8] De Maistre, Joseph: Considerations sur la France de 1796, Ouvres, edit Pierre Glaudes, París, Robert Laffont, 2007, (pág. 276). Este pensador francés fue el primero que perfiló claramente el significado del término Contrarrevolución

[9] Renan, Ernest: Feuilles Detachées, Calman-Levy Editeurs, París, (cantos XIV, XVII y XIII)

[10] S.S. Juan XXIII visitó el puerto de Roma en 1963, y al entrar al templo de Ostia fue recibido con un aplauso multitudinario, que silenció con estas palabras: «En la Iglesia no griten, no aplaudan y no saluden ni siquiera al Papa, porque Templum Dei, Templum Dei».

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