Una peligrosa tentación ante la Semana Santa

para que la gracia perfeccione la naturaleza tiene que haber naturaleza

Procesión de «Los Pasos» en León, Viernes Santo. Foto: León Noticias

El próximo Domingo de Ramos, día en que conmemoramos la entrada triunfante de Jesucristo en Jerusalén seis días antes de su Pasión, se abren las puertas de la Semana Santa, en que celebramos los más grandes misterios de nuestra redención. España entera, a lo largo y ancho de sus regiones, será un año más escenario de actos multitudinarios y públicas procesiones de hermandades y cofradías que constituyen la expresión más característica de eso que llaman religiosidad popular.

Sin embargo, la rampante secularización que padecemos plantea no pocos interrogantes sobre el carácter verdaderamente religioso de las devociones populares que durante esta época embargan los sentimientos de tantos españoles, máxime si tenemos en cuenta la publicidad con que a veces se manifiestan, para escándalo de nadie, las contradicciones de quienes promueven o participan en tales devociones (todos conocemos el caso de Fulano, Cofrade Mayor de la Cofradía de la Inconsecuencia, inscrito en la lista electoral de un partido abiertamente laicista y abortista; o de Zutano, capillita habitual de la Semana Santa y no menos habitual de la «Semana del Orgullo»).

Es lógico preguntarse, pues, hasta qué punto estas expresiones de supuesta religiosidad popular se han vaciado completamente de contenido religioso y han degenerado en cultos identitarios y paganizantes. Las devociones populares se convierten en espectáculos folclóricos que proporcionan pingües beneficios económicos (la industria del turismo encuentra en esta época del año una de sus principales minas de oro), pero escasos beneficios espirituales.

Llegados a esta situación, supuesto el carácter generalizado de esa práctica inconsecuencia, tanto más grave cuanto más naturalmente asumida, surge, en cambio, una tentación entre los fieles que de buena fe se escandalizan ante ella: la tentación de renegar de dichas devociones populares propiciando el definitivo divorcio sociológico entre pueblo y religión.

Debemos evitar esta tentación a toda costa: para que la gracia perfeccione la naturaleza tiene que haber naturaleza. Y la historia, las tradiciones y las costumbres forman parte de ella. Como dice el Profesor Miguel Ayuso, «sobre el plexiglás no puede encarnar lo divino».

Se equivocan, por tanto, quienes, so pretexto de un huero y larvado cristianismo sociológico, más o menos conscientemente prefieren una Iglesia más reducida, pero más pura, capaz de ser —en vano designio purista— mejor testigo del Evangelio. ¡Qué grave error cometen quienes así desechan los restos del andamiaje cultural y social que un día sostuvo la verdadera religiosidad popular! Construir un edificio de nuevo es siempre más difícil que reconstruir el edificio que, aunque destartalado, todavía se mantiene en pie. Es, además, ignorar la acción de la Providencia sobre la historia, que en sus inescrutables designios ha mantenido ciertos edificios en pie, no para que sean demolidos, sino para que, una vez reconstruidos, puedan volver a sostener la vida de la gracia que un día sostuvieron.

Debemos conservar, pues, los restos naturales sobre los que un día se encarnó la religiosidad popular, sin caer en la tentación de desecharlos por caducos o excesivamente degenerados. Que esos restos pervivan providencialmente nos permite reprochar con prudencia la inconsecuencia de nuestros días y apelar a la proyección presente y futura de nuestro pasado religioso. Son siempre aliados en la lucha contra la apostasía.

Manuel Sanjuán, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella

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