Lo primero que vi fue una versión ‘doblada’; tuve que comprobar si los hechos del vídeo habían sucedido realmente. Eso sí, me reí al instante. Resultaba difícil creer que el jefe del Estado español se prestase a ciertos ridículos.
La jefatura estatal orquestó la propaganda de un vídeo en que Felipe ronea con un cajón flamenco, en una muestra de aficionados gaditana. Sólo los repiqueteos desmadejados, ornamentales, y esa sonrisa de cartón piedra despejan la duda: no es un montaje.
La farándula destaca entre los otros géneros estilísticos porque juega descaradamente con elementos inverosímiles, que tensan la verosimilitud característica de toda obra de ficción. Y aquí se reconoce farándula.
Al percatarme se me puso alma de García Vao, y me acordé enseguida de la película Toy Story, menos inocente de lo que parece. Porque el argumento de la película se resume en cómo los muñecos más infantiles e inútiles pretenden hacerse interesantes. Lo hacían a fin de dar una impresión de «jugabilidad», de novedad y actualidad ante su dueño, para que no los tire a la basura.
Es difícil no ver un cierto brillo como de tubérculo en el rostro de Felipe, un aire a tiraunosaurus verdoso y pachón, de fauces romas y brazos diminutos. Qué decir de la periodista Leticia, desacompasando palmas a su lado.
La jefatura de Estado parece ser la única organización capaz de lo que la prensa llama «preparar acontecimientos», o los únicos que lo tienen allanado. El vídeo, contra la imagen de espontaneidad que busca, está protocolariamente ensayado. Seguramente a muchos haya dejado una impresión simpática.
La grabación retoma la senda del «campechanismo», fijación de imagen principal del anterior jefe de Estado. Aunque ahora seguramente se perpetúe como elemento secundario. Sólo con la lejanía del padre y de su memoria se ha animado a recobrarlo el nuevo ocupante de la jefatura.
Hay que mencionar otro matiz destacado en el vídeo. Además de campechano, el jefe de Estado realiza un acto de presencia de un democratismo exagerado: entre una multitud de sujetos distribuidos individualmente, sentados a la misma altura, dirigidos unívocamente en una acción repetitiva, con un regusto mecánico.
El argumento de la película mencionada podía dar lugar una entrega. En cambio, los productores lo estiraron en una saga cansina. Los juguetes hasta fundaron una sociedad sobre esa farsa, trataban de alargarla todo lo posible.
Su mayor empeño era, si no podían quedarse en la habitación del dueño, acabar en el cajón de los juguetes poco usados y no ser arrojados a la basura.
Con una sonrisa triste, sólo se puede identificar la misma actitud en los mal llamados «reyes» parlamentarios. Sin una utilidad reseñable, sin un aspecto ni demócrata ni actual en un contexto que ama la novedad y el igualitarismo, parecen forzados no sólo a la falsía, sino dedicados al astracán.
Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid.
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