Consideraciones en torno a la libertad religiosa (I)

Una de las sesiones del Concilio Vaticano II

Relata Manuel de Santa Cruz, en el Tomo 27 (correspondiente al año 1965) de sus Apuntes y Documentos para la Historia del Tradicionalismo Español 1939-1966, que: «los carlistas granadinos, capitaneados por el Doctor Don Juan Bertos Ruiz, decidieron por su cuenta imprimir un opúsculo titulado “Consideraciones en torno a la libertad religiosa”. La edición, casi íntegra, se mandó a Roma y fue distribuida entre eclesiásticos españoles allí residentes y Padres Conciliares de habla española».

Se trata de una Instrucción promulgada por la Jefatura de Requetés del Reino de Granada. El texto consta de dos partes claramente diferenciadas: una primera, relativamente más breve, y que sirve como prefacio. La segunda, que constituye el cuerpo del documento, consiste en un concentrado estudio sobre el modo de recepción y el valor que se ha de conferir a las diferentes clases de enunciados emanados del Magisterio y Gobierno eclesiales. Manuel de Santa Cruz desvela que el autor de esta segunda y principal parte del opúsculo fue el P. Eustaquio Guerrero S. J. († 1978), erudito colaborador de la revista Verbo, quien aceptó el encargo de redactarlo bajo condición de que quedara en secreto su autoría.

Manuel de Santa Cruz únicamente reproduce en sus Apuntes algunos párrafos de la primera parte. Nosotros dejamos copiado a continuación –absteniéndonos de la tentación de introducir alguna que otra precisión o puntualización que a nuestro entender merecerían ciertas partes del escrito– todo el documento tal y como apareció en el Número de Mayo de 1989 del Boletín Fal Conde, Órgano de Información y Formación del Círculo M. Fal Conde. Este Círculo fue inaugurado el 17 de Diciembre de 1978 por el gran histórico dirigente legitimista granadino Juan Bertos Ruiz († 1997), quien quiso bautizarle con el nombre del antiguo Jefe Delegado, modélico ejemplo de auténtico realista siempre leal a los miembros de la Legítima Dinastía inherente a la Monarquía española, tanto en las duras como en las maduras.

Por último, convendría subrayar que las posibilidades de resistencia católica frente a los pronunciamientos magisteriales y/o disciplinares emanados de la Santa Sede o de los Obispos –y cuya licitud reconoce el P. Guerrero en su exposición de las directrices teológicas sobre el asentimiento que en principio se debe a los susodichos–, han pasado de ser de carácter extraordinario a constituir casi la norma ordinaria (ejemplificada en la ortodoxa actitud de la HSSPX) en virtud del «estado de necesidad» real que se ha originado como consecuencia de la progresiva puesta en práctica en los años sucesivos a esta exposición de 1965, en todos los ámbitos de la Iglesia, de la demoledora Nueva Pastoral antitridentina surgida del Concilio Vaticano II.

Félix María Martín Antoniano

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CONSIDERACIONES EN TORNO A LA LIBERTAD RELIGIOSA

JEFATURA REGIONAL DE REQUETÉS DE GRANADA

 

INSTRUCCIÓN RESERVADA PARA JEFES Y OFICIALES

La batalla en torno a nuestra unidad católica es la primera de una serie, con la común característica, a todas ellas, de ser política y religiosa a la vez. Sigue siendo luminosa y actual la enseñanza del Conde de Maistre: detrás de todo gran error político hay siempre un gran error teológico. A partir de cierto nivel, todas las cuestiones políticas en las que estamos llamados a participar tendrán complicaciones religiosas; también es sabido que la extrapolación de muchos principios, inicialmente sólo religiosos, llega y penetra hasta la política, que es nuestra vocación.

Esta situación del mundo del pensamiento se repite en el de los hechos que constituyen la Guerra Fría en curso; en él, la mezcla de lo político y de lo religioso no nace de la naturaleza de los acontecimientos, sino que es creada artificialmente y de mala fe para confundir a los cristianos. Los agentes enemigos lanzan sus desinformaciones desde los más conspicuos círculos eclesiásticos y han llegado a conocer sus intimidades y a conseguir su colaboración para injerirse en cuestiones políticas incluso de otros países.

El enemigo ataca no solamente desde Moscú y Nueva York, como siempre, sino, además, desde medios eclesiásticos donde ha llegado a infiltrarse. España, que ha sabido resistir a los embates del Comunismo y de la Masonería coaligados, puede perecer si no se prepara a defenderse de los ataques que en el futuro tal vez se sumen a los anteriores desde el mismo seno de organizaciones y movimientos dependientes de la Iglesia.

Los católicos españoles somos suficientemente numerosos y fuertes para resistir, como hasta ahora, los ataques políticos con implicaciones lesivas para la Religión que nos amenazan, si nuestros Prelados y el Papa nos ordenan no retroceder. Pero si éstos no dicen nada, permitiendo que dure indefinidamente la confusión actual, o se expresan de manera equívoca, o dejan que por vía aparentemente oficiosa (oficialmente no lo concebimos) se diga que hay que ceder ante el Comunismo y la Masonería, entonces nos encontraremos en una situación de máximo peligro para la que no estamos ni equipados ni adiestrados. A cubrir este nuevo frente atiende esta Instrucción y otras que seguirán.

La Iglesia necesita, para llevar una vida floreciente, la colaboración de una política más cristiana de lo que ella misma se atreve a exigir. No puede defender un perímetro de labor pastoral tan amplio como quisiéramos, ni desde tan lejos, tan pronto y con tanta seguridad como podemos hacerlo en su beneficio los políticos; sus posiciones de favor no tienen defensa propia, ni durarán más de lo que dure su sostén político. Por esto los políticos católicos tienen que proceder con generosidad y por su cuenta, sin esperar instrucciones eclesiásticas; si sólo éstas les movieran, se formaría en seguida un círculo vicioso empobrecedor. Para no caer en él, y proceder espontáneamente, necesitan conocer mejor el Magisterio de la Iglesia, su alcance y la manera de cerciorarse de su autenticidad.

Es grande la necesidad de que quienes van a defender a España se preparen para conocer mejor el verdadero Magisterio de la Iglesia y su obligatoriedad, para saber identificarlo y distinguirlo rápidamente y con seguridad de las maniobras enemigas desde dentro de la Iglesia. Necesidad más apremiante por la velocidad del juego político presente y futuro. Porque en otras épocas, los asuntos político-religiosos eran escasos y se desarrollaban con lentitud suficiente para poder consultar a teólogos y autoridades eclesiásticas. Pero actualmente, el conocido fenómeno de la aceleración de la Historia en su versión de lucha política, cada vez deja menos tiempo a la investigación de los hechos, a su estudio y a las decisiones subsiguientes; este fenómeno, que ya espontáneamente tiende a empeorar, lo hará además en función de la enormidad de los efectivos enemigos que apenas nos dejan respirar.

En asuntos importantes conviene consultar con varias personas, y no solamente con una, siempre que el tiempo lo permita. En caso de diversidad de opiniones respetables, hay libertad para seguir la que se crea más oportuna. En general, los Sacerdotes seculares se expresan con más libertad que los regulares o religiosos, a veces atentos al pensamiento de sus superiores o de los otros miembros de la comunidad a que pertenecen. En todo caso conviene pedir al consultor que no prolongue ni mezcle la comunicación del Magisterio de la Iglesia con sus propias ideas particulares, o que las separe muy claramente.

Manteniendo siempre el consejo elemental de consultar cada caso concreto con quien tenga preparación y autoridad para esclarecerlo, facilitamos a continuación algunos principios generales que, sin aspirar a hacer innecesarias esas consultas, sirvan, sin embargo, de orientadores de urgencia para poder proceder con rapidez y seguridad cuando ellas no sean posibles o sus resoluciones se demoren peligrosamente.

 

MISIÓN DE LA IGLESIA

La Iglesia ha recibido de N. S. Jesucristo la misión de comunicar al mundo la Divina Revelación, con su doble contenido de doctrina y vida. Esta misión implica el inviolable derecho y el urgente deber de desempeñarla, y para ello la Iglesia cuenta con la ayuda de N. S. Jesucristo. Como institución sobrenatural no ha recibido sino esa misión, ni le asisten otros derechos, ni se le garantizan de parte de Cristo auxilios para otras finalidades. En cambio, a la potestad civil compete el cuidado de promover el bien común temporal. Éste consta de dos partes: la paz concebida como la tranquilidad en el orden, y la abundancia de todos aquellos bienes temporales sin los cuales el hombre no puede vivir una vida decorosa orientada hacia su fin sobrenatural. Tratándose de la Iglesia, hay que distinguir entre Magisterio y Gobierno; éste precisa la conducta concreta que deben llevar en la vida pública sus hijos para vivir conforme a las exigencias evangélicas.

OBJETO DEL MAGISTERIO

Es la doctrina de Cristo; toda y sola ella; la que N. S. Jesucristo por Sí o por el Espíritu Santo comunicó y entregó a los Apóstoles para que la enseñaran al mundo. Ese objeto del Magisterio se divide en directo e indirecto.

El directo comprende la doctrina o las verdades religioso-morales que Jesucristo por Sí, o por el Espíritu Santo, confió a los Apóstoles con el encargo de predicarlas a todos los hombres. Tales son las incluidas en los artículos y en los símbolos de la Fe.

El indirecto lo constituyen todas aquellas verdades que no han sido formalmente reveladas en sus propios términos, pero, no obstante, tienen alguna relación intrínseca con las verdades reveladas, de forma que, siendo negadas aquéllas, habrían de ser negadas éstas.

 

QUIÉNES EJERCEN EL MAGISTERIO

El Papa personalmente; el Papa por medio de las Congregaciones Romanas, especialmente por el Santo Oficio; los Obispos en sus Diócesis; los Obispos reunidos en Concilio con el Papa, cabeza del Colegio Apostólico, o en Concilios Regionales, Conferencias de Metropolitanos, etc.; por los Sacerdotes, como ministros y mandatarios del Papa y de los Obispos.

(Continuará)

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