Crónica de la sexta jornada tradicionalista de Valencia

El pasado domingo 26 de marzo, en la ciudad de Valencia, tuvo lugar la sexta reunión del curso de formación política que viene desarrollando el Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta; la quinta dedicada al estudio de La sociedad tradicional y sus enemigos. El tema a tratar fue «el liberalismo católico»,  y el espíritu pugnaz con que lo abordamos bien podría resumirse con las palabras del Papa Pío IX evocadas por don José Miguel Gambra al final del capítulo: «un mal peor que la comuna de París».

Tras rezar, como tenemos por costumbre, la oración compuesta por Santo Tomás para el estudio, uno de nuestros correligionarios comenzó la exposición. Y lo hizo con una afirmación nítida: desde su origen, el liberalismo fue condenado constante e insistentemente por el magisterio pontificio: desde Pío VI (1775) hasta Pío XII (1958), pasando, entre otros, por León XII, Gregorio XVI, León XIII, San Pío X o Benedicto XV. Pero la contumacia del condenado liberalismo contaba con una poderosa materia prima: el favor del Mundo (y de su azufroso inspirador). Favor que volvía muy atractivo al liberalismo, incentivando a que numerosos católicos vieran en esta ideología la oportunidad para congraciarse con él. Surgió, pues, el liberalismo católico: cosmovisión que reduce la libertad humana a una libertad negativa entendida como mera espontaneidad individual, sin otro límite (eventual) que el de la norma positiva. Una norma instituida exclusivamente por la voluntad humana, ya sea por vía egoísta-individualista (Locke), ya sea por vía gregaria-democrática (Rousseau). Todo esto, pero bajo apariencias de catolicismo. El liberalismo católico: un oxímoron. Porque si es católico no es liberal y si es liberal no es católico. Pero, en fin, desgranémoslo un poco más.

El liberalismo católico es consecuencia de la Revolución encabezada por el nominalismo sancionado por Lutero. Es un humanismo. Recordemos que en la película El abogado del Diablo, el Diablo se defiende de sus críticos exclamando: «¡Yo soy un humanista!» Efectivamente. Satanás, como el liberal, es un humanista.

Y tal vez por este favor del mundo al que aludíamos, algunos católicos se sumaron a la corriente liberal, pero sin renunciar a ser católicos. Uno de ellos fue La Mennais (1782-1854), quien quiso validar la libertad moderna como medio a través del cual, inescrutablemente, la Providencia iba gestando el triunfo de la Iglesia, por más que estuviese siendo masacrada y expulsada de la vida pública. Fue implícitamente desautorizado por Gregorio XVI en la encíclica Mirari vos, y posteriormente condenado de modo explícito en Singulari nos. Tras estas condenas, dando un gran ejemplo de coherencia liberal, apostató.

El siguiente liberal ilustre del que nos ocupamos fue Jacques Maritain (1882-1973). Un hombre que comenzó elaborando su pensamiento desde posiciones más o menos próximas al tradicionalismo. Su fama comenzó a crecer a raíz de su divulgación del pensamiento escolástico, así como de su vinculación a la Acción Francesa. Tras la condena disciplinar de ésta por Pío XI (levantada años después por Pío XII), Maritain dio un vuelco radical a sus posturas políticas y, a partir de entonces, comenzó a fraguar su doctrina liberal del humanismo integral sazonada de tomismo aparente.

Sintetizamos su sistema en cinco tesis. Primera: «El hombre tiene dos dimensiones: la de individuo, sometida a la materia y al poder civil; y la de persona, reino del espíritu, de la libertad de conciencia, de la autonomía moral». Error que reproduce la escisión luterana entre el orden natural y el de la gracia. Segunda: «La persona no es parte de la sociedad política sino un fin en sí misma». Error propiciado por la primera tesis, unida a una confusión entre el plano del ser y el plano del fin. Citando fuera de contexto a Santo Tomás, afirma que la «persona» no puede ser «parte», sino que es ella misma un todo. Por lo mismo, concluye que la persona no es parte de una sociedad política sino un fin en sí mismo. Consecuentemente, sostiene que el bien común debe subordinarse al bien de la persona, contradiciendo frontalmente la doctrina tomista. Tercera: «La democracia es la mejor forma política y la Iglesia debe animar su universalización porque la razón de Gobierno debe guiarse por la voluntad de los hombres». Contiene al menos dos errores a cada cual más grave. Primero, el de someter el Cuerpo místico de Cristo a los intereses de una institución temporal de mero interés instrumental. Segundo, sostener que la razón de Gobierno sólo necesita de las voluntades humanas. Cuarta: «Independientemente de la fe de cada uno, es necesario que haya un credo civil de libertad que ordene la vida en el orden práctico». Escisión entre el orden especulativo y el práctico, y negación de que la fe católica deba proyectarse, encarnarse, en todas las realidades naturales, humanas, concretas. Y eminentemente, en las políticas. Cuatro errores fundamentales para un católico, por impugnar todos ellos de consuno la Realeza de Cristo; pero cuatro tesis muy válidas para un liberal, aunque se apellide católico

En el turno de coloquio, ágil y ameno como siempre, quedó subrayada la inmensa repercusión que han tenido las posiciones personalistas en la pastoral postconciliar e incluso, bajo no pocos aspectos, tristemente, en las innovaciones de una doctrina política confusionaria que ha ido orillando la claridad de los antiguos documentos. La referencia obligada a los estudios exhaustivos del profesor Julio Alvear y al volumen colectivo Iglesia y política centró el turno de las recomendaciones bibliográficas.

Quedamos así emplazados para nuestro próximo encuentro, que D.m. tendrá lugar la última semana de abril, tras la Reunión de Amigos de la Ciudad Católica, a la que acudirá desde Valencia una representación de nuestro Círculo.

Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta

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