Martes Santo en la limeña Escuela de Cristo

El Papa Alejandro VII concedió una bula con indulgencias a sus miembros

Cristo de la Agonía. Lima

La peste del tabardillo o cordellate, estalló sorpresivamente sobre Lima en abril de 1673. Con los síntomas iniciales de un resfriado corriente, las altas fiebres conducían primero al delirio y luego, tras una intensa inflamación de las vías respiratorias, a la muerte.

El padre Francisco Castillo, frecuente ayuda de enfermos y hacinados, fue una de las primeras víctimas de la extraña enfermedad cuando su alta peligrosidad recién empezaba a ser conocida. Antes de morir, consolado por la gracia de Dios, sin embargo;  se reafirmó convencido en que la procesión del Martes Santo, llevada a cabo por su querida Escuela de Cristo, era un «grande servicio y gloria de Dios, y suma edificación para el pueblo».

Tiempo atrás, allá por 1660, con la feliz colaboración de sus amigos Fernando Messía, Ramón Francisco de Omonte y Fernando Bravo Lagunas, el padre Francisco del Castillo fundó en la hoy tristemente desaparecida, ermita de Nuestra Señora de los Desamparados, la Escuela del Santísimo Crucifijo de la Agonía, mejor conocida en la piadosa Lima de esos tiempos, como la Escuela de Cristo.

«…Se congregan en la capilla de Nuestra Señora de los Desamparados… muchos de los más principales y nobles de la ciudad, así eclesiásticos como seglares, y otros humildes y pobres…».

El virrey conde de Santisteban primero y luego su sucesor el conde de Alba de Liste, asistieron a reuniones de la Escuela; pero el virrey conde de Lemos (quien aparentemente tuvo al padre Castillo como confesor) fue quien asistió más asiduamente de los tres.

El Papa Alejandro VII concedió una bula con indulgencias a sus miembros y el padre Castillo; dirigió actos de desagravio a Cristo con motivo de los tres días que duraba el Carnaval.

«Se lee en un libro primero la lección espiritual, luego se descubre con gran devoción y decencia la devota y hermosa imagen de nuestra señora de los Desamparados, el santo y devotísimo Crucifijo de la Agonía, y el Santísimo Sacramento; luego hacen todos el examen de la conciencia, proponiendo y apuntando los puntos de dicho examen el Padre espiritual de la Escuela, el cual, acabado el examen de la conciencia, y sentados en sus lugares los de la Escuela, propone y pondera el punto de la meditación y oración, la cual se tiene tres cuartos de hora, sin más ruido ni· voces que la de un arpa y un órgano. Acabado el ejercicio de la oración, se vuelve a encerrar otra vez el santísimo Sacramento, el Santo Cristo de la Agonía y la imagen de Nuestra Señora por manos de sacerdotes, con la misma devoción y decencia, y saludando en voz alta todos a la Santísima Virgen, diciendo: Dios te salve Hija de Dios Padre, etc., se da fin a este ejercicio».

Al llegar el Martes Santo, para honrar la Agonía de Cristo, advocación principal de la Escuela, salía desde la ermita de Nuestra Señora de los Desamparados una concurrida procesión penitencial.

Los hermanos de la Escuela, junto a nobles familias limeñas, llevaban en andas el Crucifijo de la Agonía hasta la Catedral. Los acompañaban oidores; miembros del cabildo; penitentes con cruces, sogas al cuello y diversas disciplinas; así como nutridos grupos de mujeres.

La cruz iba en alto por delante mientras, en medio, sonaba el clarín de penitencia. Muchos seguían a planta descalza el camino completo hasta llegar a la Catedral, donde muy solemnemente el arzobispo impartía la bendición. Luego retornaban a la capilla de los Desamparados.

Cuando el martes 11 de abril de aquel 1673, Fernando Messia acudió al padre Castillo en su agonía, conmovido al comprobar su agonía preguntó:

−Padre mío, ¿qué trabajo es este tan grande para todos nosotros?

−Hijo mío, −respondió el padre− es la voluntad de nuestro Señor, no hay que apenarse. ¿Para cuándo es el ánimo y la conformidad de los amigos? Llevemos lo que Dios nos envía.

Esa misma tarde, en Nuestra Señora de los Desamparados, tras recibir la Extremaunción, sostuvo el crucifijo y con gran paz entregó su alma a Dios, siendo las cuatro y treinta. Tenía 58 años.

Renzo Polo Sevilla, Círculo Blas de Ostolaza

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