El arrastre de caudas también denominado Paso de reseña de la bandera o de la Santa Cruz es una ceremonia litúrgica funeraria que rinde homenaje a Nuestro Señor Jesucristo en su pasión y muerte. Tiene lugar el Miércoles Santo.
Originalmente era un rito del Imperio Romano. Cuando fallecía un general de la antigua legión romana en la guerra o por alguna enfermedad, el jefe de la legión ondeaba en el aire un estandarte sobre el cadáver de dicho general. Posteriormente, flameaba la bandera sobre el cuerpo del ejército como queriendo transmitir las virtudes heroicas del fallecido soldado. Cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano, este ritual fue adaptado a la celebración de la muerte de Cristo dentro de ejercicio litúrgico católico romano.
En la Península Ibérica, hay constancia de que este rito se realizaba en la Catedral de Sevilla alrededor del siglo XV, como integrante de las celebraciones de Semana Santa. Con el descubrimiento del nuevo mundo, al igual que todas las costumbres cristianas, se extendió a varias ciudades de Hispanoamérica, como es el caso de Lima y Quito. En aquel entonces, ambas pertenecían a la jurisdicción eclesiástica, aunque después fueron erigidas cada una de ellas como Diócesis independientes.
Desde el siglo XVI Quito viene celebrando este ritual y en la actualidad es la única ciudad que mantiene esta costumbre de semana Santa.
El ritual celebrado en la Catedral Metropolitana de Quito el Miércoles Santo a mediodía, con participación del clero, los fieles y autoridades civiles.
La celebración la preside el señor arzobispo junto con su cabildo catedralicio. Se tiene preparada una bandera negra con una cruz roja, que se coloca sobre el altar mayor de la Catedral. Primero, el arzobispo entra en el templo procesionalmente y se dirige a su Catedra. Comienza una sucesión de cantos, lecturas bíblicas, meditaciones y oraciones.
Posteriormente comienza la procesión fúnebre de forma lenta en el interior de la Catedral en las naves laterales. El arzobispo va acompañado por los canónigos denominados como los primados, revestidos de blanco simbolizando la pureza de su labor, pero cubiertos con una capucha con capa negra: es la famosa cauda, de varios metros de longitud, que representa a la humanidad y simboliza los pecados del mundo. La cauda se arrastra en señal de la purificación de los pecados. Cada uno de los canónigos son acompañado por dos acólitos que llevan cirios en sus manos; un tercer acólito cuida de la extremidad de la cauda. El primero de ellos en la fila de la procesión lleva la bandera con la cruz roja.
Tras ellos, sigue los obispos auxiliares y nuncio Apostólico y, el último, el señor arzobispo, con su respectivo hábito coral: capa magna y un bonete cubierto por la cogulla; durante la procesión, el ordinario lleva sus manos cubiertas y exhibe el Lignum Crucis o la Verdadera Cruz (reliquia de madera que representa la cruz con la con la que los romanos crucificaron a Jesús). Camina bajo el palio procesional acompañado por acólitos. Durante recorrido, el órgano tubular una marcha fúnebre que marca la pauta al coro.
Tras su recorrido en el interior de la Catedral, los canónigos se colocan de rodillas sobre unos cojines de terciopelo rojo. Comienza entonces el rezo de las solemnes vísperas, mientras el arzobispo sube al púlpito exhibiendo el Lignum Crucis que coloca en el altar mayor sin mantel, sin velas, ni crucifijo, para dar inicio a la batida de la bandera.
El coro entona el himno Vexilla Regis —en español, los estandartes del Rey—, el Arzobispo ondea la bandera ante el altar mayor en honor de Cristo muerto y resucitado. Luego se acerca a los canónigos postrados sobre los cojines y bate la bandera sobre ellos. Y posteriormente sobre los fieles participantes.
Tras ondear la bandera, el arzobispo da tres golpes en el piso, que significan los días que Jesús estuvo en su tumba, y los religiosos se levantan del suelo rememorando el momento de la resurrección de Jesucristo. El arzobispo imparte la bendición con la reliquia de la verdadera cruz). Finalmente, el Cabildo se retira y concluye la ceremonia.
Es muy gratificante que perviva una gran tradición católica arraigada y celebrada en las España desde tiempo inmemorial, que, además, nos permite participar devotamente de los misterios de la pasión salvadora de Nuestro Señor Jesucristo.
Agencia FARO. Ecuador. J. Arias
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