A los excesos que nos ofrece la realidad contemporánea boliviana —entre las convulsiones y crisis acostumbradas y la euforia momentánea que produce la dopamina de las distracciones más mundanas—, se suma el peso de la historia reciente, en el que una pequeña pandemia y otra controversia electoral dejaron en la memoria y corazón de los ciudadanos el recuerdo más áspero que pueden ofrecer las cosechas de 2019 en adelante.
Este sabor no se quita del todo y a todos, debido a su interesante combinación y al grado etílico de desempleo, deudas, incertidumbre, escándalos, fracasos, enfermedades, familiares y amigos perdidos, corrupción, tragedias e injusticias. La televisión y sus repetidores violentos lo sirven y dan de beber amablemente, para informar. Lo quiera o no, el efecto de esta ingesta que recuerda la amarga realidad que se vive en nuestra patria, no hace más que crear un cierto vicio desesperante o de sometimiento a la indiferencia cínica que conduce a que cada individuo cree su propia burbuja individual.
Para dejar esa botella y combatir el síndrome de abstinencia, se recomienda la vieja confiable sobriedad de la esperanza. —¿Y qué podrá ser eso?—, se preguntará usted. Pues definitivamente no es el efervescente optimismo de sobre o la píldora motivacional de las frases y filosofías boticarias para hacerlo sentirse mejor o feliz. Sentirse, no es estar mejor, y lo que se quiere es tomar de la fuente de agua viva de aquella virtud.
Tampoco son esas aguas embotelladas azucaradas o artificiales que le ofrecen empoderarse, paz interior, bienestar, resiliencia o liberación de las fábricas ideológicas, sino más bien de la fuente natural y verdadera que brota de la roca firme y sólida de la esperanza. Así como nos advierten que el consumo excesivo de alcohol puede ser fatal, es posible ser envenenado lentamente sin advertirlo engañados por el gusto irascible de éstas.
Para encontrar soluciones, no se sirva de los proveedores de problemas, que con etiquetas y sabores atractivos lo dejarán deshidratado. Pues es de la sed y la desesperación de las que subsisten tales ideologías. La esperanza en cambio es aquella virtud con la que, sin importar cuán imposible parece la situación, y sin centrarnos en nuestras debilidades, Dios proveerá de la ayuda necesaria para salvarnos. Incluso si nos tocara enfrentar la muerte misma, se nos ofrece la vida eterna y la resurrección.
En esta Pascua, miremos al sepulcro vacío, que se mantiene así por casi 2000 años en la esperanza de la resurrección. ¡Salud!
Jessé Mercado, Círculo Tradicionalista San Juan Bautista
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