El magisterio de la Iglesia y el naturalismo económico (III)

el espejo de las libertades de perdición lo tenemos en quienes se jactan de «tradicionalistas libertarios»

Foto: EUROPA PRESS

En la anterior entrega de esta breve serie acerca de las consecuencias en la economía de las deformidades intelectuales de la modernidad, introdujimos el peso que tiene el concepto moderno de libertad aplicado al ámbito económico.

Pues bien, podremos observar que la libertad económica que defienden los ya mencionados «tradicionalistas» liberales (y el resto de liberal conservadores, por supuesto), contiene todos los elementos de las libertades modernas condenadas por la doctrina pre-conciliar, presentando las características que a continuación definimos:

  • Para empezar, es una libertad burguesa, anclada en lo material, y circunscrita a la defensa del individuo y al alimento de su voluntad de enriquecimiento. Esa libertad económica es, tal como la define el Profesor Julio Alvear, «derecho de defensa, como facultad de no intervención, bajo cuyos parámetros la norma legal solo se reduciría a facilitar el emprendimiento individual y la voluntad subjetiva de lucro»[1].
  • Seguidamente, se observa que, en su esencia, no se corresponde con la verdadera libertad, pues se conforma (ensalza) el mero libre albedrío como fin, como facultad suprema del hombre. En esto, no se diferencia un ápice del conservadurismo de consumo de masas. Es la libertad humanista que ensalzó el Renacimiento definida por el P. Álvaro Calderón en una obra crítica con el Concilio Vaticano II, y que bien puede rescatarse para una crítica del capitalismo, pues se trata de otra de las patas de la modernidad. Esa libertad es entendida sobre todo como «facultad de elegir el bien o el mal. Esta es la única potencia del hombre que parece verdaderamente autónoma. El humanista se va a gloriar de hacer el bien dejando muy claro que podría no hacerlo —¡aquí cree ver su mérito!»[2].

No obstante, para que se vea a las claras que estas definiciones no desmerecen a la realidad, dejemos que sean los propios referentes del tradicional-liberalismo, quienes la definan. Así, Hayek considera que «La libertad es tan importante porque no sabemos cómo la utilizarán los individuos»[3], lo cual, en palabras, de nuevo, del P. Calderón «es tan insensato como definir la salud como la aptitud de enfermar»[4].

  • Como consecuencia de lo anterior, es fácil inferir que se trata de una idea de libertad como mera ausencia de coacción (o mejor dicho, sólo se acepta la coacción contra los perturbadores del orden económico[5]), es decir, postulando que la potestad humana de «hacer», debe ejercitarse en un contexto de mínima intervención de la autoridad política. Su tesis es que lo espontáneo es mejor que cualquier diseño planificado por el hombre[6]. Eso permite a los prestidigitadores libertarios hablar de ley natural, aunque su significado sea otro muy distinto al real. Su «ley natural» es la ley de las causas eficientes, que consideran coadyuvantes al fin último, aun sin ser el hombre consciente de ello, con tal que se suprima la coacción. Se niega, pues, al hombre, la capacidad de conocer su fin a través del intelecto, y se le deja al albur de las fuerzas ciegas del mercado, supuestamente queridas por Dios. Porque «Dios es libertario»[7].
  • En tercer lugar, este libertarismo habla de tradición y de costumbre, pero una tradición que es un mero señuelo, y la considera como una especie de «selección natural del pensamiento» en la que reinan la espontaneidad (ausencia de coacción) y la imprevisibilidad, como mecanismos de la prosperidad económica y social. Asimismo, la costumbre se postula como el constructo de la moral social como resultado de esa selección.

Por supuesto, para que las anteriores premisas operen, es necesaria una comunidad política que no limite el pensamiento, el credo ni el culto, cualesquiera que sean. La unidad religiosa y la subordinación de la comunidad política a la religión son el terror de esta ideología, y lo consideran directamente socialismo.

En definitiva, el espejo de las libertades de perdición tan condenadas por la Iglesia preconciliar, lo tenemos justamente en quienes se jactan de «tradicionalistas libertarios», que no son sino una nueva especie de liberalismo conservador. Si el liberal-conservadurismo es peligroso por su intento de aparentar ortodoxia (ortodoxia posconciliar, eso sí), el liberal-tradicionalismo lo es aún más, por cuanto lo que pretende aparentar es justo la ortodoxia tradicional, confundiendo ingenuos y arrastrándoles a las aguas de la modernidad intelectual.

 (Continuará)

[1] «Hacia una concepción comprehensiva de la libertad económica Un paradigma a desarrollar», Revista del Centro Estudios Constitucionales (Talca), año 13, núm. 1 (2015), pág. 331.

[2] P. Álvaro Calderón, Prometeo, la religión del hombre (edición digital), pág. 38.

[3] Friedrich A. HAYEK, Los fundamentos de la libertad, Valencia, Ediciones Fomento de Cultura, 1961, Tomo I, pág. 93.

[4] P. Álvaro Calderón, Prometeo, la religión del hombre (edición digital), pág. 38.

[5] Ludwig V. MISES, La acción humana, Madrid, Unión Editorial, 2011, pág. 391.

[6] Resucitando con ello la vieja tesis fisiócrata de Quesnay: «Ex natura, lex, ordo et leges; ex homine, arbitrium, regimen et coercitio».

[7] Semejante arenga blasfema puede escucharse en su contexto, en la conferencia que el profesor Huerta de Soto impartió en el X Congreso de Economía Austriaca (17 de mayo de 2017), reproducida aquí. 

Gonzalo J. Cabrera, Círculo Abanderado de la Tradición y Ntra. Sra. de los Desamparados de Valencia

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