Resumen de la sesión del ciclo de lecturas «La Luz de la Tradición» celebrada en Madrid el pasado 22 de abril.
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El buen principio pide buen fin, tanto como medios buenos. Ésta es la recta medida de todas las acciones humanas, y naturalmente lo es de la acción política.
Como la Comunión Tradicionalista ha querido una política justa, desde sus orígenes ha tomado por fundamento de sus actos esta regla recta. Es la del caballero ecuánime, es la de la prudencia evangélica.
Ésta es una de las conclusiones comentadas en la obra Qué es el carlismo, al determinar qué son las Españas; y qué es la Comunión Tradicionalista como su continuidad de trinchera, de salvaguarda y preparación.
Esta nueva Covadonga ha podido pervivir y brindar bienes a una España asaltada por la Revolución porque no ha sido nunca un historicismo, ni un recreacionismo. Es decir, porque no es una adoración cenicienta de una coyuntura o avatar circunstanciado históricamente.
Del mismo modo, el carlismo ha podido sobrevivir a múltiples vicisitudes por atinar la prudencia. Y es que la prudencia no es la astucia de los hijos de las tinieblas. La prudencia, que es sensata, conoce que los medios son apropiados a los fines, y ni cualquier camino vale ni todo camino lleva a donde se propone, aunque lo aparente. Las promesas posibilistas son el estercolero de las desesperanzas políticas, el criadero del cinismo.
¿Por qué la Comunión no ha caído en esas dos fosas letales? En realidad, por la misma razón. Lo que ha buscado es la restauración de un régimen cristiano, fundado sobre los principios de la Unidad católica y de la moral natural. Como es lógico, adecuado a los pueblos españoles, sosteniendo también los principios jurídicos de sus leyes.
Pero ni los reyes legítimos ni los jefes y dirigentes perdieron de vista que hay una dimensión convencional y circunstanciado de las leyes, del derecho. Aspectos que, como antaño, se afinan para ser eficaces en el tiempo presente. Una dimensión del buen establecimiento del régimen, en definitiva.
La diferencia con otras organizaciones habidas desde la usurpación liberal, sólo aparentemente católicas, es que la Comunión no cayó en cierto error; por el contrario, se sujetó a la recta medida de la justicia. ¿Cuál error es ése? El de aceptar, explícita o tácitamente, que la circunstancia —social, cultural o histórica— constituyen el principio y el objeto final del régimen político, y tiene prevalencia, en última instancia, sobre todo lo demás.
Este error, que es manifiesto en cuanto augura la inestibilidad de cualquier régimen y su esclavitud a la moda de los vientos, ha sido cultivado desde los menendezpidalianos, pasando por los canovistas o el unificacionismo franquista, hasta los coletazos blaspiñarianos que llegan a nuestros días.
¿Cuál es el regateo que lo caracteriza? El mercadeo de los fines, el manoseo de los principios, todo por obnubilarse en la cornucopia de los medios. Como es normal, nunca el monte es orégano: ¿dónde está la eficacia?
La Comunión, que no quiso estar mal acompañada, se vio en general sola por sus fines claros. Por ser la única organización en sostener con integridad los principios de una patria católica para la refundación del régimen hispano, devolverle su ser a nuestra madre. Esto significa también su inextinta continuidad, pues lo realiza por medios apropiados y eficaces en su medida.
Roberto Moreno, Círculo Cultural Antonio Molle
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