Nuestra fiesta, fiesta universal

el Salvador del Hombre fue a la vez el Salvador de la familia y de la sociedad civil

Cruz de mayo en Córdoba. Foto: Arte en Córdoba

En esta festividad de la Invención de la Santa Cruz recomendamos la lectura de este artículo de Víctor Pradera que publicó EL SIGLO FUTURO del día 3 de mayo de 1934 ( número 8203).

***

Quiéranlo o no lo quieran los enemigos de Cristo, la Cruz ha dividido la historia de la Humanidad. Constituyó el hecho el último de los milagros que el Salvador quiso hacer en este mundo como término de su vida humana. Que un nombre subsista permanentemente en el recuerdo de las gentes, tiene siempre una significación; pero ésta podrá ser beneficiosa o adversa, de atracción o de repulsa, de amor o de odio. Que sea comienzo de una vida moral, en reacción contra la disolución del espíritu y la dominación de la materia, y de una civilización contraria a la que el mundo conocía, entraña una fuerza que la humanidad por sí jamás poseyera.

Cristo por la Cruz, salvó a la Humanidad. Pero la salvación no se circunscribió a las almas tan sólo. Fue esa misión la suya principal, que arrastró tras sí no pocas accesorias. Y por ello el Salvador del Hombre fue a la vez el Salvador de la familia y de la sociedad civil. La Cruz en los hogares, en las Escuelas y en los símbolos de soberanía de los pueblos, no es tan sólo un signo de las preferencias espirituales de los que componen la familia, se instruyen y educan, o gobiernan; es la señal de que hogares, escuelas y pueblos fueron restaurados por la Cruz. Y la mejor prueba de ello es que cuando la Cruz desaparece, los hogares se convierten en infiernos, las Escuelas en semilleros de delincuencia y de indisciplina, los Estados en fuentes de anarquía y disolución. Niega el hogar su condición pacificadora, la escuela su misión reformadora, el Estado su excelso fin de conducir a los humanos a su común destino.

Los católicos no debemos cansarnos jamás de poner de manifiesto esta obra de la Santa Cruz. Hemos de proclamar que sin Cristo en Ella, nuestras almas serían esclavas del pecado; pero debemos añadir que lo serían también de la maldad, de la delincuencia y de la disolución, familia y sociedad. Pedimos la Cruz en las instituciones públicas porque la petición responde a nuestros sentimientos religiosos; pero la exigimos como ciudadanos porque sólo Ella las conserva y da sentido.

No dejemos de repetir hasta la saciedad, porque es una de las verdades más fundamentales del orden social, y por consecuencia del político, que si el laicismo—ausencia de la Cruz en aquellos órdenes—es una herejía, constituye una gran imbecilidad, y contiene el más activo germen de muerte de la nación y el Estado.

Víctor Pradera

Deje el primer comentario

Dejar una respuesta