Mes de María. Día 4: las madreselvas

«Tú, al menos, procura consolarme»

Las madreselvas: vídeo

Hoy es el día cuarto del mes de las flores; he regresado del campo con un frondoso ramo de madreselvas  recogido entre los setos que bordean el camino, pues dicen por ahí que con un ramo de madreselvas rosas o azules, se le pide perdón a una Madre. Y para celebrar hoy también la fiesta de Santa Mónica, que equivale a celebrar  la fiesta del amor maternal, pues logró que su hijo descarriado, volviera al buen camino y se convirtiera en el admirado Doctor San Agustín, porque como bien aseguró San Ambrosio a Santa Mónica, era imposible que se perdiera el hijo de tantas lágrimas.

Al depositar el ramo de madreselvas rosas y azules a los pies de Nuestra Señora, quiero poner las oraciones de las madres que lloran por sus hijos, de todas aquellas que un día, con tanto amor le dieron la vida y tornaron su dolor en alegría por haber dado a luz un hijo, pero que hoy, pobrecitas, sufren un parto mucho más doloroso cuando el alma se desgarra de dolor, al verlos alejados de la gracia y del Señor.

Quiero incluir en este ramo de madreselvas, los rosarios de tantas madres jóvenes y ancianas que murmuran suavemente, ya fatigadas de tanto rezar una a una cada avemaría, como si lentamente brotaran lágrimas de sus manos, de una profunda herida en la fuente ya casi seca de tanto dolor, en lo más hondo de su corazón. Van manando una a una, como gruesas gotas, las gastadas cuentas de un rosario que suplica e implora la conversión de sus hijos.  Los hijos que su alma llora, esperando que no se pierda para siempre el fruto de sus entrañas y de su amor.  Para él, pide la gracia de la conversión.

Si tu madre ya no está en este mundo, que los ángeles lleven hasta el trono de Dios tu oración, la Santa Misa será el mejor regalo que sin duda  dará a su alma la vida de Dios.  Y si tu madre ha caído de tu afecto por alguna razón, recuerda que siempre brillará sobre su frente un pálido rayo de dignidad otorgado por el mismo Dios.  Pues nos enseña la Escritura: «De los gemidos de tu madre, no te olvides,  recuerda que sin ellos no hubieras nacido».

María Santísima tiene en sus mejillas muchas lágrimas que brotan de sus ojos, las cuales sin duda, no han sido causadas por sus Hijo Jesús, Él, desde lo alto de la Cruz, le hizo Madre de cada uno de nosotros. Y sí, Ella, siempre tiene presente aquello que entre estertores de agonía pronunció: «Madre, he aquí tu hijo»… nosotros en cambio, que pronto olvidamos la segunda parte del divino mensaje: «Hijo, he aquí tu Madre».

Hijo mío, en este día sé obediente y bueno con la Madre que tienes en la tierra y esto hará sonreír a la Madre que tienes en el cielo.  Ella, hoy, con su doloroso Corazón Inmaculado en la mano, te mira y te pide como a Jacinta: «Tú, al menos, procura consolarme».

Por eso,  a tus pies dejamos un ramo de madreselvas y algo más, un corazón más bueno.

Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno. Lleva al cielo a todas las almas,  especialmente a las más necesitadas de tu misericordia. Ave Cor Mariæ.

Padre José Ramón García Gallardo, Consiliario de las Juventudes Tradicionalistas

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