Mes de María. Día 7: las margaritas

A la izquierda, «margaritas», por Mónica Caruncho. A la derecha, Nuestra Señora del Pilar, Patrona de las Margaritas Hispánicas, por Ramón Bayeu.

Las margaritas: vídeo

En el séptimo día del mes de la Flor de las flores, quiero ofrecer al Corazón Inmaculado un tupido, ordenado y disciplinado, ramillete de margaritas.

Las perlas y las margaritas están unidas por algo más que su relación etimológica, de ahí que no debamos echar ni unas ni otras a la pocilga de los puercos, como nos recuerda san Mateo en el capítulo VII de su Evangelio: no sea que los cerdos las pisoteen y, volviéndose después, nos despedacen como perros furiosos.

Esto es lo que tantas veces hacemos cuando ponemos neciamente nuestros afectos humanos, que son la flor y nata de nuestro corazón, a los pies de cosas o personas, causas o instituciones a las que nos sentimos inclinados por las pasiones desordenadas. Desde ese momento, estamos idolatrando a  quienes ni lo merecen ni lo aprecian. Y así, de manera inevitable, las margaritas de nuestros amores terminan siendo robadas por ladrones o corrompidas por el orín del alma y la polilla del espíritu, de los que son víctimas quienes ponen sus tesoros en el lugar equivocado; aquellos que, por no respetar el orden de la caridad y la jerarquía en los afectos, se dejan engañar por sus malas inclinaciones.

Para preservarlas de ser pisoteadas por las revoluciones de moda, por los liberales que idolatran el ecumenismo y la democracia, he recogido en los campos de Montejurra y Somorrostro, Abárzuza y Lacar, Codo y Belchite, margaritas que están regadas con la sangre heroica de los mártires de la Tradición, de tantos requetés que ofrendaron sus vidas, junto con todos sus naturales y nobles afectos, y cayeron rendidos a tus pies, Reina del Cielo, entregando sus bienes, su amor, y su sangre en unión con la sangre vertida por tu Hijo Divino, y en comunión con las lágrimas que derramó Santiago por España. Nuestros mártires piden perdón por tantas traiciones y apostasías e imploran misericordia antes que justicia. Interceden por esta Hispanidad confiada al patronazgo del Hijo del Trueno que en estos últimos tiempos se ve despojada del trono y del altar.

El motivo de tanto odio infernal contra España encuentra su causa en la envidia que le profesan los enemigos de la Cristiandad, que no soportan que haya sido objeto de tu predilección maternal. Si el enemigo la odia con tanta saña, es porque Tú la amas de manera singular.

Ayúdanos, Reina y Madre, a vencer el mal con el bien, para poner sin titubeos las margaritas de nuestros amores a tus pies, acepta los sacrificios de tantos corazones. Para ello, si es necesario, usaremos como floreros las bombas que el enemigo tira sobre ti, hoy igual que ayer.  

Eran ofrendas nobles y puras de corazones valientes y generosos, de sano natural, y Tú las has enaltecido aún más con la gracia. ¡Que jamás se marchiten esas flores que interceden ante tu trono y altar! Por los que luchamos cada día, en esta patria  terrena, para alcanzar la conquista de la Patria Celestial. Nuestros mártires cubren con su protección, desde la eternidad, a quienes todavía hemos de combatir en el siglo por el mismo ideal. Ayuden a los hispanos a ordenar sus afectos, dándole primacía a aquello que con leal afecto debemos amar y servir en prioridad y que el trilema sacrosanto nos muestra con prístina claridad.

Los corazones de estos mártires son las perlas más preciosas que España y los españoles pueden ofrecerte, porque son la oblación generosa de una Caridad florecida en el heroísmo, la de aquellos que amaron a Dios y al prójimo más que a sí mismos y rubricaron su testimonio de amor con su propia sangre. ¡Acéptalas y ponlas junto al trono de Dios!

Hoy venimos a depositar las margaritas de nuestros afectos más queridos a los pies de aquella Reina y Señora que verdaderamente los merece y aprecia: todos nuestros afectos ordenados, cortados de su raíz terrenal, dispuestos en un ramillete armonioso y disciplinado; esas fragantes margaritas que son las perlas más preciosas que guarda, en lo más íntimo, nuestro pobre corazón. 

Aquello que enaltece al hombre, que ennoblece al héroe y santifica al santo, es saber ofrecer sus afectos a la única que los merece, a la criatura más sublime y augusta de toda la Creación, aquella que el Padre eligió por hija, el Hijo por Madre y el Espíritu Santo por Esposa. Por eso hoy coloco a tus plantas mi ramo de margaritas: no son otra cosa que todos los afectos de mi vida, que quiero poner a los pies de tu Inmaculado Corazón.

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve. A Ti clamamos los desterrados hijos de Eva, a Ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima! ¡Oh piadosa! ¡Oh dulce Virgen María!

Ave Cor Mariæ. 

Padre José Ramón García GallardoConsiliario de las Juventudes Tradicionalistas

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