Cualquier persona que haya sufrido el pésimo sistema laboral boliviano comprenderá que el gobierno no es el único culpable de la crisis económica. Recientemente, Ronald Nostas, expresidente de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia (CEPB) publicó un artículo titulado Precariedad laboral y migración, en el que defiende la santidad de las empresas frente a un Estado boliviano sindicalista y socialista.
El artículo comienza lamentando que las empresas advirtieron frecuentemente sobre medidas políticas del Movimiento Al Socialismo (MAS) que dañaban el «funcionamiento armónico del sistema laboral». El liberalismo, como toda ideología, necesita armar su propia leyenda negra para justificar su existencia: supuestamente, antes existía paz y tranquilidad hasta que llegó el socialismo con Evo Morales en 2006.
Es cierto que el masismo está destruyendo los bolsillos de las familias bolivianas, con hechos como el insólito aumento del precio del dólar y la baja cantidad de reservas de oro en el Banco Central. Sin embargo, no es menos cierto que las empresas tienen parte importante de la culpa en esta delicada situación que afecta a tantas familias en el país.
Frases como «¡vete a quejar al Ministerio de Trabajo, pues! ¡Si son mis amigos allá! ¡Igualito nomás gano yo!» suelen ser escuchadas no pocas veces cuando algún empleado advierte a su jefe que va a recurrir al Estado para que la empresa le pague lo que le debe. Naturalmente, hay empresas cuyos intereses no concuerdan con el Estado y que terminan siendo víctimas de demandas injustas por empleados aprovechados, pero no es menos cierto que también existen empresas aliadas con el gobierno y que compran la justicia con suma facilidad.
Al fin y al cabo, las empresas saben que el individuo está solo: demandar a la empresa es todo un afán, y ese afán es cansador. Hay que hacer fila para trámites, consultar con abogados, toda una serie de pasos que exigen dinero que el empleado no tiene y que debilitan su voluntad a la hora de buscar justicia.
Por cierto, la tasa de suicidios en Bolivia es de 18,56 por cada 100.000 habitantes, cifra que supera la media de suicidios a escala mundial (9,49 por cada 100.000 habitantes). Eso dice mucho de la situación en la que nos encontramos: si no hay esperanzas notables de mejorar la adquisición de bienes materiales o de pagar las deudas, la muerte parece ser la solución para el empleado maltratado por su empresa.
Ronald Nostas reclama que el gobierno aumenta salarios desproporcionadamente, pero evita hablar de la burbuja inmobiliaria que afecta a miles de familias bolivianas, que no pueden conseguir casa propia porque no ganan el milagroso sueldo de Bs 6000 que los bancos exigen para tener derecho a crédito. También olvida los constantes cobros con sobreprecio de servicios médicos, ejercidos por grandes clínicas que terminan dejando a las familias en la calle por querer curar a un ser querido con enfermedad tratable.
Los impuestos en Bolivia son una tortura para las empresas, naturalmente, pero no es menos cierto que las exigencias de las empresas tampoco parecen ser muy alentadoras. Horas extra no pagadas, maltrato psicológico, contrato informal, descuentos de sueldo por nimiedades, bancos que no perdonan deudas, toda una serie de condiciones que favorecen la precaria situación laboral, que no es solamente culpa del gobierno.
Sumemos a eso la idolatría de la democracia: empresas bolivianas que patrocinan las campañas de partidos políticos que mueven fajos de billetes en elecciones presidenciales, departamentales y municipales; todo para que gane el candidato que mejor favorezca a sus nefastos intereses. Además, en este país existen constantes e impunes casos de corrupción por adjudicación de proyectos con sobreprecio, debido a que autoridades públicas negociaron con empresas privadas para concretar esas matufias.
Los problemas de Bolivia no son ajenos al resto de Hispanoamérica o del mundo, ciertamente. Pero cabe reflexionar sobre este asunto en el caso concreto de este país, asunto que suele ser malinterpretado y hasta convenientemente manipulado para hacer quedar bien a los viejos negreros.
(Continuará)
Lucas Salvatierra, Círculo Tradicionalista San Juan Bautista.
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