Un 14 de mayo de 1939, retornó a Su Villa el Señor de Madrid. Fue peregrino, y no le recibieron; prisionero, abandonado en su soledad. Escarnecido, a manos de los hijos de las tinieblas que creyeron vencer una vez más, ilusamente.
El Cristo de Medinaceli, devoción largamente extendida por España, tiene una imagen que se venera hoy en la basílica homónima. La talla, datada en el s. XVII, pertenece a la escuela sevillana. A la robustez de la madera de este ecce homo sobrepuja la firmeza de sus bendiciones divinas.
Tras ser confeccionada, la imagen se mandó como aliento a las tropas castellanas en el norte del África. Sus Majestades Católicas, Isabel y Fernando, tuvieron que conquistar varias plazas en la región para defender nuestras costas de la piratería otomana y berberisca, además de comenzar la reconquista de la España tingitana.
La imagen fue capturada por los moros en una escaramuza, quienes la llevaron a Mequinez. Allí, doloroso y solo, Nuestro Señor fue arrastrado en su imagen por las calles de la ciudad infiel. Pero ni los salibazos, ni las blasfemias, ni las injurias, ni los maltratos mahometanos vencieron sobre él.
Recuperado después por los trinitarios, la imagen fue enviada a la Villa de Madrid, donde se encontró desde 1682.
Aquí arraigó su devoción, sosegadamente, hasta que los fuegos de la revolución comenzaron a extender su furor antirreligioso. En 1936, en el Madrid del terror republicano, del caos de las facciones rojas, del desamparo de la cheka, un grupo de milicianos trató de arrojar la talla en una hoguera en la que estaban abrasando otras imágenes santas.
Pero el pueblo de Madrid, de entraña vivamente católica y monárquica, no lo consintió. Un grupo de vecinos se echó encima de los milicianos, arrebatándoles al Señor de la Villa, salvándolo de la quema impía.
Los religiosos de la Basílica escondieron después la imagen en la cripta. Transcurrido un tiempo, aún en los rigores de la guerra, un soldado republicano lo encontró al ir a buscar leña con que calentarse.
Su superior tuvo el buen tino de entregar la talla a la Junta de Incautación de la República. El gobierno republicano, desvalijando el real Museo del Prado y otras colecciones, la mandó al extranjero junto a tantas obras sacras y profanas de nuestro arte. En un destierro suizo aguardó la imagen hasta el final de la guerra.
Vencidas las hostilidades, pacificadas las Españas, pudo volver el Cristo a su lugar.
Un 14 de mayo de 1939, retornó a Su Villa el Señor de Madrid. Como Rey, que regresa a su reino. Como Pastor, que entra en su majada. Como Capitán invicto a sus ejércitos, que le han ganado una Cruzada.
Roberto Moreno, Círculo Cultural Antonio Molle Lazo
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