Mes de María. Día 11: la orquídea

Ella, que es la Madre del Varón de Dolores, pide que sus hijos sean hombres: «Esto vir»

Una flor de orquídea color naranja para Nuestra Señora de Las Lajas

La orquídea: vídeo

Hoy, en el día once del mes de mayo, quiero ofrecerle al Corazón Inmaculado la flor de la orquídea, que es la flor nacional de Colombia. Inicionaje floral a la Reina y Madre de la nación del Sagrado Corazón.

En primer lugar, quiero ponerlas a los pies de María Santísima del Rosario de Chiquinquirá, por ser la patrona principal.

También a los pies de Nuestra Sra. de las Lajas, que en Ipiales dejó  impresa, nítida y colorida, por intervención divina, en las aquellas rocas donde una madre oyera por vez primera la voz de su hija muda, al recibir la gracia de la palabra, concedida por su Madre del cielo.

Quiero ponerlas a los pies de Nuestra Señora de Guican, la Morenita Celestial, que fue la avanzada de los misioneros que más adelante continuarían el catecismo iniciado por Ella. Ella les mostró su amor con hechos, mucho antes de que llegaran los misioneros de España a predicarles la verdad; precursora de la luz, Ella abrió el corazón de los autóctonos al Evangelio.

Y, ¡cómo olvidarnos de la Virgen de Torcoroma, que, desde el tronco de un árbol, dispensa maternalmente sus gracias en los hogares santandereanos!

 A sus pies pongo los más hermosos racimos de las muy variadas y bellas orquídeas que le dicen a Nuestra Señora lo mucho que le aman los colombianos, cuando rezan con fe viva a sus pies y depositan en Ella sus esperanzas, sabiendo que no serán jamás defraudados.

Las orquídeas  tienen también un mensaje muy elocuente para nosotros: por una parte, en razón de su propia etimología, esta flor pide a los fieles católicos que sean virtuosos. Ya sabemos que, tanto las orquídeas como la virtud, dependen en su etimología de una misma raíz; aunque, en la flor, la etimología es griega, mientras que en la palabra virtud el origen es latino.

Este origen nos encamina  al mandamiento de amor y obediencia que a Dios le debemos, de quien procede toda Paternidad; al Hijo del Hombre, el Varón de Dolores, Nuestro Rey y Señor Jesucristo; al Espíritu Santo, que, con su acción divina, fecunda el seno de la Virgen Pura, donde el Verbo se hizo carne y fecunda nuestras almas con sus dones, a fin que la fe se encarne en obras y frutos. Amarlos y servirlos – y ello sobre todas las cosas – con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón y con todas nuestras fuerzas, es nuestro deber y salvación.

Así como la gracia supone la naturaleza, y el santo supone al héroe, necesitamos de esa fuerza y vigor que el Espíritu Santo infunde en el alma para confesar la Fe en estos tiempos de apostasía y persecución: confesándola con valentía y coraje, para que, como confirmados, seamos fieles y leales en la Iglesia Militante, en este combate en defensa de los derechos de Dios y de la Santa Madre Iglesia, y un día podamos ocupar ese lugar reservado a los valientes que, después de vencerse a sí mismos, alcanzaron la victoria. Hoy descansan de sus luchas y trabajos en paz, y gozan de la Gloria Celestial con quienes son ya parte de la Iglesia triunfante.

En estos tiempos en que la ideología de género avanza causando estragos y afectando psicologías y naturales; cuando, en decadencia vertiginosa, se degradan las costumbres; cuando los sepulcros blanqueados exudan la fetidez de su corrupción por doquier; cuando, en fin, la degeneración de la sociedad resulta tan repugnante, es mejor, como bien les dice a los Efesios San Pablo, ni nombrarla entre nosotros.

La gracia, que quiere llevar a la plenitud de la santidad la vocación recibida en el bautismo, encuentra su sustrato en el propio carácter y temperamento; en su misma personalidad, aun herida por el pecado original.

Por eso, al depositar las orquídeas a las plantas de Nuestra Señora; a Ella que es, por antonomasia, la Mujer Fuerte, Ella, que es la Madre del Varón de Dolores, pide que sus hijos sean hombres: «Esto vir». Y nosotros le suplicamos, ante todo, que preserve nuestros corazones de la decadencia y degradación.

Otra lección que nos da la orquídea es la de vivir y florecer unida vitalmente a un tronco viejo. Despegadas sus raíces de la tierra, se nutre directamente de las lluvias que caen del cielo. Allí es donde ella crece, florece y da gloria a Dios.

Las orquídeas son todo un programa para el alma cristiana que adherida a su cruz cotidiana por amor al Varón de Dolores, cuyos amores florecieron en lo alto de la Cruz. ¡Esa Cattleya Divina, entre el cielo y la tierra suspendida, que, con sus llagas florecidas, enseña a los hombres lo que es amar y servir a Dios, de verdad!

Ave Cor Mariæ. 

Padre José Ramón García GallardoConsiliario de las Juventudes Tradicionalistas

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