Mes de María. Día 13: los crisantemos

Nuestra Señora nos mostró en Fátima la continuidad del mensaje que viene desde el Monte Carmelo

Los crisantemos: vídeo

Hoy ante el altar que he instalado en mi hogar, ofrezco mi corona de crisantemos, junto con mis oraciones por las almas de quienes que ya no están en este valle de lágrimas.

Me acerco espiritualmente hasta el altar que el Creador construyó para su Madre a orillas del mar Mediterráneo: es el Monte Carmelo, llamado así desde tiempos de los patriarcas y al cual el filósofo sirio Jámblico, ya en el siglo IV a.C. designó en sus escritos como «el más santo de todos los montes».

Me uno al profeta Elías a quien acompaña una pléyade de santos carmelitas, y ofrezco a la Estrella del Mar mis súplicas por las almas del purgatorio para ganar también las indulgencias que libren mi alma de sufrir esa pena.

Por ser Nuestra Señora del Carmen Patrona de Chile, pongo a sus plantas todas las oraciones que los chilenos le ofrecen, un manojo de coloridos copihues que son gritos de auxilio y ruegos clamorosos en estos tiempos de persecución de la fe católica y la quema de sus templos. 

Y ¿por qué el día que honramos a la Virgen de Fátima dirijo mi plegaria a Nuestra Señora del Carmen? Esto es algo que no solemos tener presente: que Nuestra Señora nos mostró en Fátima la continuidad del mensaje que viene desde el Monte Carmelo.

La Virgen hizo visible el infierno ante los ojos aterrorizados de los Pastorcitos pues no quiere que se condenen más almas. Por esta razón insiste en el uso del escapulario, entregado por Ella en persona a San Simón Stock en 1251 con la siguiente promesa: «Tú y todos los carmelitas  tendréis el privilegio, de que quien muera con él no padecerá el fuego eterno».

Sor Lucía comunicó que en la aparición en Fátima del día 13 de octubre de 1917, la Virgen del Carmen reveló que «el escapulario y el rosario son inseparables»; Lucía afirma que el escapulario es un signo visible de consagración a Nuestra Señora y que hacen mal quienes no lo consideran parte integrante del mensaje, pues Nuestra Madre del cielo quiere que todos lo llevemos.

El 11 de febrero de 1950, el Papa Pío XII animó a los católicos a «colocar en primer lugar, entre las devociones marianas, el escapulario que está al alcance de todos».

Ruego a Nuestra Señora del Monte Carmelo por las almas del Purgatorio, pues los crisantemos que ponemos sobre sus tumbas sirven más de consuelo para nosotros que de provecho para su descanso eterno, puesto que la auténtica ayuda para nuestros difuntos son los sufragios y misas que ofrecemos por ellos.

Las benditas ánimas del Purgatorio son almas santas, que por gracia divina están unidas al cuerpo místico de Cristo, formado también por la Iglesia militante y la iglesia triunfante. Son sarmientos que en su vida y en su muerte han permanecido unidos a la cepa que es Cristo, ya que si no lo hubieran estado se habrían secado espiritualmente y no habrían servido más que para ser quemados.

Las almas en pena sufren un hambre y una sed mucho más fuertes que aquellas que podemos padecer en la tierra durante nuestra vida mortal.

Practiquemos las obras de misericordia siendo almas caritativas para con nuestros prójimos, en fiel y ejemplar militancia. Pero no olvidemos que las almas del purgatorio necesitan sus vestiduras blancas para ingresar en el banquete celestial, sin embargo, son tan pobres que no pueden hacer méritos por sí mismas, y nuestras oraciones y sacrificios les ayudan a adquirirlos para poder llegar a la patria del cielo.

Te estarán inmensamente agradecidas y te ayudarán desde el cielo para que tú también alcances esa morada que Dios tiene preparada para ti. Y si visitar a los presos de las cárceles terrenas es obra encomiable y buena, visitarlos un momento durante esos tormentos purificadores será causa de grandísimo consuelo para ti y para ellas.

Por eso  la Santísima Virgen nos pide en Fátima que nos preocupemos de las almas con nuestros sacrificios y oraciones para salvarlas del infierno y apareciendo bajo la advocación del Carmen, nos insta a no olvidar a las ánimas benditas del purgatorio. En respuesta filial a su petición materna le ofrecemos ahora este ramo de crisantemos junto con nuestras oraciones.

Cierto día San Simón Stock, en su plegaria suplicante llamó a la Madre de Dios «flor del Carmelo» y «Estrella del Mar».

La Virgen acudió en su auxilio y le revistió con el escapulario. Los carmelitas, propagaron esta devoción a la Virgen del Carmen, y desde entonces es invocada en todo el mundo como la Estrella del Mar.

Nosotros por nuestra parte, también levantamos los ojos a María, nuestra Estrella del Cielo para rogarle que nos guie y nos conceda la gracia de alabar a Dios junto a su trono por toda la eternidad. Se lo pedimos con la oración de san Bernardo:

Mira la estrella, invoca a María

¡Oh! tú, quien quiera que seas, que te sientes lejos de tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta estrella.

Si el viento de las tentaciones se levanta, si el escollo de las tribulaciones se interpone en tu camino, mira la estrella, invoca a María.

Si eres balanceado por las agitaciones del orgullo, de la ambición, de la murmuración, de la envidia, mira la estrella, invoca a María.

Si la cólera, la avaricia, los deseos impuros sacuden la frágil embarcación de tu alma, levanta los ojos hacia María.

Si perturbado por el recuerdo de la enormidad de tus crímenes, confuso ante las torpezas de tu conciencia, aterrorizado por el miedo del Juicio, comienzas a dejarte arrastrar por el torbellino de tristeza, a despeñarte en el abismo de la desesperación, piensa en María.

Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María.

Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María.

Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios.

Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás al Puerto Celestial.

Que su nombre nunca se aparte de tus labios, jamás abandone tu corazón; y para alcanzar el socorro de su intercesión, no descuides los ejemplos de su vida.

Siguiéndola, no te extraviarás, rezándole, no desesperarás, pensando en Ella, evitarás todo error.

Si Ella te sustenta, no caerás; si Ella te protege, nada tendrás que temer; si Ella te conduce, no te cansarás; si Ella te es favorable, alcanzarás el fin.

Y así verificarás, por tu propia experiencia, con cuánta razón fue dicho: “Y el nombre de la Virgen era María”.

Ave Cor Mariæ. 

Padre José Ramón García GallardoConsiliario de las Juventudes Tradicionalistas

Deje el primer comentario

Dejar una respuesta