Mes de María. Día 14: los nardos a los pies de Nuestra Señora de La Salette

Los nardos: vídeo

Hoy en este catorce de mayo, mientras en el mismo Vaticano se blasfema el nombre de Dios tres veces Santo, quiero reparar y consolar al Corazón Inmaculado, ese Corazón que veneramos habitualmente rodeado de flores, pero ahora Ella se lo muestra a  Sor Lucía rodeado de espinas. Yo me pregunto, ¿en qué momento se convirtieron las rosas en espinas? Quiero poner a los pies de Nuestra Reina y Señora un ramillete de fragantes nardos, esperando que aquella alegría que le causó ver florecer la vara de nardo en la mano de José, hoy sea consuelo en su amarga pena.

La Virgen María ya les confió la causa de su inmenso dolor a Maximin Giraud y Melania Calvat, el 19 de septiembre de 1846, en La Salette.

«Los sacerdotes, ministros de mi Hijo, se han vuelto cloacas de impureza por su mala vida, por sus irreverencias y su impiedad al celebrar los Santos Misterios, por el amor al dinero, al honor y a los placeres.

Las iglesias serán cerradas o profanadas; los sacerdotes y los religiosos serán expulsados, los harán morir de una muerte cruel (…) el número de sacerdotes y religiosos que abandonará la verdadera religión será grande. (…) y perderán muchas almas…

Se verá la abominación en los lugares sagrados; en los conventos las flores de la Iglesia se pudrirán y el demonio será como el rey de los corazones.

Roma perderá la Fe y llegará a ser la sede del Anticristo. La Iglesia será eclipsada…»

Mi oración, al poner los nardos a los pies de Nuestra Señora, es para rogarle que el sublime perfume de estas flores inunde con sus fragancias el santo altar, como aquella vez que María, en Betania, ungió los pies del Señor, en compañía de Lázaro, recién resucitado, de Judas el traidor y otros tantos.

Allí, María Magdalena, tomando un frasco que contenía una libra de perfume de nardo puro de mucho precio, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Toda la casa se impregnó con el aroma del perfume, mientras el corazón de Judas destilaba el hedor de la envidia y avaricia.

El perfume, según Judas, valía trecientos denarios; él vendió a Nuestro Señor por solo treinta. ¡Hasta en lo económico es gravísimo el menosprecio de Dios! ¡Judas mercator pessimus!  Hipócritamente dice que sería mejor darle el importe a los pobres, como tantos que visten de caridad su avaricia: tantos filántropos que solo toleran a la Iglesia católica el estatuto de una ONG masónica cualquiera.  A ellos, Jesús les advierte: « No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios » (Mt IV,4) Y en Jn VI, 68: “Por eso Simón Pedro le respondió: « Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios »”. Jesús continuó: « ¿No soy yo, acaso, el que os eligió a vosotros, los Doce? Sin embargo, uno de vosotros es un demonio».  Jesús hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, que era uno de los Doce, el que lo iba a entregar. 

Como corruptio óptimi péssima, (la corrupción de lo mejor es lo peor), ¡qué gran tristeza! En nuestros días nos espanta el olor nauseabundo que infecta el ambiente eclesial, y que procede, muchas veces, de los vasos mismos del altar.

Quienes deberían llenar la casa de Dios con el perfume de sus virtudes, se han corrompido en sus costumbres, doctrina y liturgia; aquellos que, por vocación, están llamados a ser vasos de elección para ofrendarse como nardos vivientes solo a Dios, han dejado pudrir hoy sus corazones, y el hedor del agua pútrida y fétida de esos floreros ha vuelto el ambiente insalubre, pues lo que daña al hombre es lo que sale de su corazón, nos dice el Señor.

El celo apostólico de tantos misioneros, que corría, fresco y cristalino, por ríos, arroyos y veneros, hoy se ha estancado y corrompido en los pútridos pantanos del ecumenismo, en las sulfúricas fuentes de la herejía, en las salobres lagunas de la moda. Ya no vendrán los ciervos sedientos a saciar su sed en las aguas puras de la doctrina perenne de la Santa Madre Iglesia; y esos siete sacramentos, que regaban el valle de las espinas, hoy no son más que lúgubres cauces secos. Quiera Dios, en beneficio de tantos paralíticos que yacen a las orillas del agua esperando la salud de cuerpo y alma, que baje de nuevo a removerlas y darles vida el Ángel sanador, como en Betsaida, y así recobren todos la gracia, la paz y la alegría.

Corazón Doloroso de María, ante el olor nauseabundo del agua podrida en los floreros de tantos nardos descompuestos junto al altar, purifica nuestros corazones con afectos puros y dale al clero un celo ardiente que lo consuma por amor a la Casa de Nuestro Señor.

Si la intercesión de Marta y María llevó al Señor hasta la tumba de Lázaro, enterrado allí desde hacía tres días y cuyo cadáver ya olía, ¿qué no hará el Señor si, a instancias de su propia Madre, se acerca de nuevo a la tumba donde las almas de tantos consagrados huelen ya a cadáver y, con voz potente, les dice: “Lázare, veni foras!”?  A nosotros nos toca remover la lápida con nuestros sacrificios y oraciones; Él hará el resto.

Recemos para que respeten los templos consagrados para la inhabitación de la Gracia: que respeten sus cuerpos y de los del prójimo, el altar y el tabernáculo. Que vuelvan a tratar con respeto las más pequeñas partículas de su Cuerpo Eucarístico, así como también las más pequeñas de su Cuerpo Místico; porque, al que las escandalice, más le valiera ser lanzado, atado a una piedra de molino, a lo más profundo del mar.

Y si alguno está libre de pecado, que tire la primera piedra… Y si de verdad se cree que está libre de pecado, y pretende que lo crea también el prójimo, y así engañar al mismo Dios, es que entonces la cosa es más grave aún: se encuentra afectado de fariseísmo. Solo renunciando a ese pecado volverá a inundar de aromas santos y puros el Santuario de Dios.

Madre misericordiosa, a quién en cada Ave María te pedimos que ruegues por nosotros, pecadores, concédenos esa virtud que es la única que no está en el infierno: la humildad, y líbranos de ese vicio que es el único que no está en el cielo: la soberbia.

Santa María Magdalena está a los pies del Señor para interceder y dar ejemplo en el audaz arrepentimiento de un corazón apasionado al que no arredra el pasado. Como ella, rompan sus cadenas los corazones atribulados; rómpanlas en el arrepentimiento, esa mezcla de dolor y amor, a los pies de esa Madre, y con san Pedro digan, con amor sincero: “Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”. Que jamás caigan en la desesperación de Judas ni se lancen al precipicio de la nada, sino que se acojan al amor maternal del Corazón Inmaculado y Misericordioso, que es toda la razón de nuestra esperanza.

Madre y Abogada nuestra, ruega para que florezcan otra vez las almas de los que, como San José, están llamados a ser esposos virginales, verdaderos nardos de pureza que nos permitan volver a sentir el suave olor de Cristo.

Un ramo de nardos es una invitación abierta a todas las almas para acudir junto al Sagrario y romper nuestro corazón a los pies del Señor, suplicándole perdón por nuestros pecados y por tantas culpas que ofenden al Corazón Inmaculado de María, y que hoy te invita a ti cuando te dice, como a Lucía, “Tú al menos procura consolarme”.

Ave Cor Mariæ. 

Padre José Ramón García GallardoConsiliario de las Juventudes Tradicionalistas

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