Mes de María. Día 15: los girasoles

recibámoslo humildes, como girasoles cargados de virtudes, y no de pie ni en las manos, como esos girasoles altaneros que no producen frutos buenos

Los girasoles: vídeo

Hoy, en el día XV del mes de María, vengo con unas flores que he recogido en un prado de las cercanías de Madrid, situado junto a las dos riberas del río Manzanares, y que unos ángeles labraron y sembraron, mientras San Isidro rezaba.

Quiera San Isidro enviar a los ángeles que le ayudaban a él en el campo, para que vengan hoy a labrar los corazones de los madrileños, y de cada uno de vosotros que recibís esta flor en cualquier parte del mundo.

Aunque este año nos han dejado sin feria en Madrid, podemos celebrar la fiesta de Nuestro Celestial Patrón contemplando cómo un ángel vestido de luces realiza una magnífica faena con unos cabestros de postín.

Sea la flor de hoy semilla inspirada y fecunda, de la cual broten otras lozanas flores de amor a María y a la Sagrada Eucaristía, como aquellas que ofrecían cada día San Isidro y su esposa, Santa María de la Cabeza.

Esta mañana he recogido en la pradera de San Isidro unas flores que Dios ha creado con una característica muy particular, que los biólogos llaman heliotropismo, y que consiste en seguir el movimiento de los rayos solares desde el amanecer hasta el ocaso. Así se comportan tanto el girasol como otras flores de su misma variedad, buscando arriba la energía vital que les da la luz del sol, sin la cual todos los nutrientes que la tierra les aporta no servirían para nada, porque, si Dios no trabaja, en vano se fatiga quien labra.

Hasta el color de los pétalos y la forma de los girasoles nos recuerdan al Sol. Por eso quiero ofrecérselos a esa Mujer vestida de Sol de la que nos habla el Apocalipsis, que vendrá del desierto a matar al dragón.

El sol que alumbra a los girasoles es una débil chispita frente al Sol que ilumina nuestras almas, pues el llamado “astro rey” ha recibido de Dios el ser y la energía mediante la cual, o bien ilumina y vivifica con suavidad, o bien achicharra y calcina, golpeando la tierra como un sol de justicia. 

El Creador nos ha dejado su imagen en lo más alto, en el lugar más importante del universo, para que pensemos a cada momento en su poder infinito. Nadie crece ni florece en las sombras: el reino de las tinieblas es un reino de muerte; y si queremos que brille para nosotros la luz perpetua, debemos dejar las sombras del pecado, debemos tornarnos hacia el Sol de nuestras almas, comportándonos como hijos de la luz al andar los caminos mientras es de día.

Dice el Señor: “Yo soy la luz del mundo: quien me sigue no anda entre tinieblas”: ¡volvamos, pues, nuestras almas hacia esa luz que viene del cielo al mundo, y que el mundo no quiere recibir!

En estos días de confinamiento, nos hemos dado cuenta de lo importante que es el sol para no hundirnos en una depresión, pues el sol le aporta al organismo la vitamina D, con D de Dios. ¡Sí, cuánto necesita el alma la vitamina D, con D de Dios! Porque, si no la recibimos en la Sagrada Comunión, no podremos tener la vida eterna, como nos advierte el Señor.

¡Cuánta falta nos hace estos días la Sagrada Comunión, esa tenue chispita divina que contiene toda la gracia de Dios, y que, en consideración de nuestra pequeñez, se apaga para no abrasarnos con el calor ardiente de su amor, para no enceguecernos con la intensidad de su luz! En la Eucaristía, es el mismo Dios en cuerpo, sangre, alma y divinidad quien se nos da como alimento de nuestras almas.

La Santa Madre Iglesia está muy preocupada, como toda madre, porque sus hijos no se alimentan, ya que, a causa del confinamiento, van pasando los días y no pueden cumplir siquiera con el precepto de la comunión pascual.

No solo de pan vive el hombre, y alimentar el alma es más importante que alimentar el cuerpo, porque la vida del alma es superior y está llamada a ser eterna.

Cuando el cuerpo se alimenta, asimila la comida; pero cuando comulgamos, con las debidas disposiciones, somos asimilados por Dios, porque Él es superior. No olvidemos que, si no estamos bien dispuestos, nos cae encima el sol de justicia, pues estamos comiendo nuestra propia condenación.

¡Ay, si comprendiéramos que comulgar es un privilegio inmenso y no un derecho adquirido! Como todas las gracias divinas, es un don inmerecido del cielo; el cual envilecen quienes lo convierten en una rutina o en una práctica social que acaban mirando con desprecio. Si nos diéramos cuenta de a Quién hemos recibido, daríamos gracias con fervor después de cada comunión, conscientes de la altísima dignidad de nuestro Huésped.   Igual que los campos de girasoles florecidos, quisiera que todos los hombres se convirtieran a ese Dios que los ilumina, haciéndolos hijos de la luz; para recibirlo humildes, como girasoles cargados de virtudes, y no de pie ni en las manos, como esos girasoles altaneros que no producen frutos buenos, sino que están henchidos por la vacuidad de la vanidad y el orgullo, y a pesar de haber recibido al Señor se marchan con el corazón vacío.

Muchos amantes de Jesús Eucaristía se han visto estos días privados de la compañía celestial, y como solo Dios sabe si no nos encaminamos hacia tiempos de mayor carestía y dificultad, unamos nuestro espíritu al alma de Jacinta Marto, en el centenario de su muerte.

Esta niña santa, tan pequeña pero tan grande, nos enseña con su ejemplo a recibirlo espiritualmente, como hizo a menudo desde que el Ángel de la Eucaristía la alimentó por única vez del cuerpo y sangre del Señor, diciéndole tanto a ella como a su prima Lucía y su hermano Francisco: “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombre ingratos, reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”. La pequeña Jacinta cambió sus rutinas de niña y desde entonces se sintió llena de Dios.

Nosotros podemos acudir a la comunión espiritual en cualquier momento. Una oración preparatoria muy bella es la que el mencionado Ángel también enseñó a los pastorcitos, preparándolos para las apariciones de Nuestra Señora: “¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te aman!”

Aprendámosla, y vayamos con un ramo de girasoles a pedirle ayuda a Nuestra Madre del Cielo, para recibir al Señor como Ella lo recibía de la mano de San Juan, para que semejantes a estas flores solares, seamos hijos de la luz. Viviendo con nuestra mirada puesta en Dios, sol y centro de nuestras almas.

Os dejo para ellos la Comunión espiritual que compuso San Alfonso Ma. De Ligorio: 

Creo, Jesús mío, que estáis realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Os amo sobre todas las cosas y deseo recibiros en mi alma.

Pero como ahora no puedo recibiros sacramentado, venid a lo menos espiritualmente a mi corazón. Y como si ya os hubiese recibido, os abrazo y me uno del todo a Vos. Señor, no permitáis que jamás me aparte de Vos. Amén.

Ave Cor Mariæ. 

Padre José Ramón García GallardoConsiliario de las Juventudes Tradicionalistas

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